Capítulo 20

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Estaba preparando toda mi ropa victoriana que compré en Pódroga. Para irme usaría el vestido blanco de encajes negros, era el que más me gustaba y el menos aparatoso para viajar.
Trataba de hacer una lista con todas las cosas que me llevaría, Alexy dejó muy en claro que estaré una larga temporada, así que quiero estar bien equipada para un lugar como Pódroga.

Al menos ahora llegaré a Pódroga con algo de experiencia y no tan tonta como la primera vez. Miré la mordida de Mathew, solo estaban dos pequeñas marcas de sus colmillos, ya no dolía ni las notaba. Para ser sinceros, me asustaba ir a Pódroga para tratar con un tema de vampiros, a estas alturas de mi vida encuentro muy probables todas las locuras que puedan decirme, como la existencia de vampiros y el cambio de vida de un día a otro.

El tren detrás de mí partió despeinando el cabello de mi nuca. Llegué sola a una pequeña parte remota de Londres, con tres maletas a mis costados y en medio de muchas personas del año mil ochocientos.

Era una chica sola, pequeña y al parecer la única cabellera suelta, larga, con rizos y color chocolate.
Suspiré. Era consiente que al dar el primer paso, estaba aceptando cambiar mi vida, porque al retroceder y tomar el tren de regreso, diría que al diablo con las personas de aquí y su miedo, me preocupan más mis miedos, pero no, no era tan egoísta. Así que inicié la búsqueda de alguien conocido que se haya apiadado de mí para ir por mí a la estación de tren.

Tomé mis maletas y di aquel paso permisivo que cambiaría mi vida y el contraste de ella.

Caminaba en línea recta para buscar hasta por mis periferias, más adelante, estaba Carlo con el chico pelirrojo y con pecas, Sam, que sostenía un pequeño cartel que decía: Browns de los Alicia.
Carlo me sonrió muy ampliamente, notó el cartel y se lo arrebató a Sam diciendo -Así no se llama, idiota - De nuevo me sonrió.
Me encantó esa cálida bienvenida, al menos a él parecía agradarle mi llegada y estancia en Londres. Le devolví la sonrisa y se acercaron a mí.

Carlo me guiaba por la escalera del instituto, llevaba mis maletas él y yo sólo lo escuchaba detrás de él atentamente.

-No sé si habrá notado, señorita, que no hay muchas personas en este instituto. Pero eso no quiere decir que nunca las ha habido, cuando usted vino, todos mis alumnos estaban de vacaciones, pero ahora... He tenido que suspender clases por miedo a que algo malo les suceda, claro que no fue mi idea, sino de sus padres. La aristocracia en Londres es algo exagerada y extremista.

Seguíamos caminando por un pasillo cálido victoriano, con muchas puertas y ventanas de frente, hasta que Carlo se detuvo en una.

-No me gusta tener preferencias, pero esta vez habrá una excepción con usted. -Abrió la puerta a una habitación muy amplia, femenina y antigua. Parecía la casa de una muñeca con los decorados finos y los matices claros -Esta es la habitación más codiciada entre las estudiantes señorita, disfrútela.

Me entregó una copia de las llaves y dejó mis maletas cerca del elegante closet de madera.

-Eso significa que seré la única estudiante aquí, ¿cierto?

Carlo titubeó en la respuesta.

-Por ahora trata de descansar, mañana te explicaré todo el funcionamiento de aquí, tus clases y tus compañeros de instituto. -Tocó la punta de mi nariz y se fue silbando una tonada. Por alguna razón Carlo me recordaba a mi tío.

Eran cerca de las siete de la noche, sabía perfectamente que a estas horas empezaría a oscurecer y no habría muchas personas en la calle, así que no podía salir ni a dar una vuelta no muy lejos, me aburría y no estaba tan cansada como para ir a la cama a las siete de la noche. Tendría que acostumbrarme al horario tempranero, al clima, a la ropa y a la comida. Haesen tenía razón, era todo muy diferente tan sólo por el hecho de que estaba en otro continente y en otro país.

Eternos: Memorias RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora