CAPITULO 8

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Franklin Morris se paseaba por el corredor, hacia como tres horas se había levantado; después de una larga noche cuidando de su amigo el cual seguía empeorando; parecía que no iba a poder ver a sus hijas después de todo. Morris se encontraba realmente angustiado por su amigo, sentía la impotencia mordiéndole las carnes al no saber cómo ayudarlo; saco la bolsita de tabaco y lio un nuevo cigarro, cuando levanto la mirada descubrió a lo lejos la nube de polvo que se levantaba; la esperanza se abrió paso en su interior; estaba seguro que las hijas de Anthony habían regresado. Por fin.

El coche tirado por cuatro caballos, terminó su recorrido entrando en el patio; el cochero lo detuvo muy cerca del capitán Morris, del vehículo empezaron a descender sus ocupantes; primero lo hizo Arthur Allegry que se volvió de inmediato para ayudar a su esposa Josephine; seguidamente bajaron tres bellas y elegantes jóvenes, altas, dignas y muy refinadas.

-¡bienvenidos a América! – Saludó Morris con media sonrisa - ¿Cómo estuvo su viaje?

- ¡agotador! – respondió Josephine – pero gracias Ranger, lo bueno es que ya terminó

- ¿Cómo le va capitán Morris? – Arthur se acercó para saludar al que sabía era el mejor amigo de su hermano – ¿y Anthony?

- entremos, deben refrescarse antes de verlo – fue lo que dijo Morris, por toda respuesta

Los mayores precedieron al Ranger al interior, en tanto que las jóvenes permanecían afuera; estaban contemplando su antigua casa, asimilando su regreso; de pronto Jackelinne empezó a caminar rumbo a la parte posterior de la vivienda donde se alzaba imponente el viejo roble, sus hermanas la seguían de cerca; ella se detuvo junto a la tumba de su madre permaneciendo rígida durante unos minutos, después se arrodilló y recorrió con las manos sobre la tierra; luego por fin, después de tanto tiempo, se quebró dejando salir el llanto en grandes cantidades; todo el dolor que había retenido durante esos largos años, fue liberado, mediante ahogados sollozos; Geraldine y Maxinne habían imitado a su hermana arrodillándose ante la tumba de su madre y ahora también lloraban sin temor a ser vistas u oídas, era hora de pasar aquella página.

-¡madre! – Jackelinne quería sacar todo lo que llevaba dentro – ya estamos de regreso, todo este tiempo que pasamos lejos de casa, te recordaba, pensaba en ti constantemente, fuiste y serás siempre mi heroína; tu nos salvaste al escondernos bajo el piso ese día, fuiste muy valiente madre; papá nos envió lejos para que aprendiéramos cosas muy importantes; él quiso que tuviéramos la oportunidad de vivir, preparadas para morir; con la capacidad de defendernos y de decidir cómo hacerlo, o que al menos otro no lo decida por nosotras – con las lágrimas cayendo de sus ojos sin interrupciones levantó la mirada y la puso paulatinamente en sus hermanas, luego levantó su mano derecha y la extendió por sobre la tumba hacia el centro de esta, Geraldine la miró por entre las lágrimas y sin mediar palabras entendió lo que su hermana esperaba de ella, extendió a su vez su mano y la puso sobre la de Jackelinne, Maxinne las imitó - ¡ahora estamos aquí! – Continuó Jackelinne – y ante tu tumba, reclamamos el derecho a la venganza.

Luego de esas palabras, las lágrimas cesaron y la determinación reemplazó en sus corazones al dolor, se abrazaron con fuerza al lado de la tumba; la lluvia empezó a caer advirtiéndoles que debían entrar a la casa.

Cuando hubieron entrado, fueron a cambiarse de ropa antes de ir a ver a su padre, ya que se habían alcanzado a empapar a causa de lo rápido que se desgajó el chaparrón; cuando estuvieron listas se reunieron en el pasillo

-¿Cómo sabes que papá aún no ha dado caza a los asesinos de mamá? – interrogó Maxinne antes de entrar con su padre

- es simple – la respuesta vino primero de Geraldine – yo lo deduje por sus cartas

PREPARADAS PARA MORIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora