|ahogarse|

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    Rin observó con desinterés el paisaje del exterior, hundiéndose aún más en aquel sillón marrón. Era un amargo doce de noviembre y la nieve en el exterior le deprimía. Todo era tan blanco y opaco éstos días, tan descolorido como ella. Cerró sus ojos mientras abrazaba sus piernas, se sentía sumamente triste y no entendía el porqué. Se sentía cansada, se sentía un desastre. Se sentía un error. Libero algunas lágrimas al ver el rumbo de sus oscuros pensamientos y libero algo de dolor contenido mientras se rasguñaba sus desnudas piernas. Con pesar deshizo el lío que era y se levanto de allí, caminando con lentitud por la vacía sala bien ordenada. Nadie estaba en casa, era sábado después de todo y su madre debería estar en su consultorio atendiendo a algunos pacientes mientras su padre tal vez regresaría mañana de su viaje de negocios... y Len, bueno, de seguro mejor que ella. Subió los escalones como si la vida le fuera en ello, mientras sentía la fría madera bajo la planta de sus pies consumirla. Ella no vestía como si estuvieran en invierno, pero la idea de contraer gripe y faltar al colegio era atractiva por lo que no le importaba sentir algo de frío, demasiado acostumbrada a éste. 

    Cuando entró en el cuarto de sus padres olfateo el perfume de su madre en el aire, aquel perfume que lo usaba desde siempre. Ese que le llevaba a un pasado en dónde era feliz, en dónde era una inocente niña que no sabía nada del mundo. Se paseó por la habitación como si fuera la primera vez, tocando las sábanas de la cama, el escritorio y el buró, deslizando sus dedos por aquel enorme placard que ocupaba casi toda una pared. Se sentó al lado de la cama y estiro su brazo bajo ésta, tanteó el suelo topándose con uno que otro zapato hasta que toco la superficie áspera de aquella caja de cartón algo vieja. La atrajo hacía sí y la coloco en su regazo, la tapa tenía algo de polvo, había pasado un buen tiempo desde que la había sacado. Cuando la abrió se encontró con álbumes familiares y algunas fotos que estaban sueltas, las cuales tomo y contemplo. Eran imágenes plasmadas para ella, eran momentos de felicidad inmortalizados con ayuda de una cámara, era un dolor constante que abría aquel agujero en su pecho aún más. Era un palpitante recordatorio de lo que ya no tenía más. Admiró aquella foto donde estaba con Len cuando tenían ocho. Pasó un dedo por su rostro dónde una sonrisa honesta se encontraba, no podía recordar porque sonreía.

    Aunque cuando uno es feliz no hay motivos para sonreír, uno simplemente lo hace y ya.

    Siguió observando las fotos, contemplando los álbumes y llorando un poco, quedándose simplemente sentada mirando a la nada. Cuando se sintió al límite lo supo porque estaba arrugando una foto dónde estaba ella sola disfrazada de princesa, era el día de halloween y ella se veía resplandeciente. Si comparaba aquella foto con la realidad había una enorme diferencia. Frustrada y casi con rabia guardó todas aquellas fotos, todos esos recuerdos y memorias que en su mente la ahogaban nuevamente. No quería, no de nuevo, simplemente no... 

    Salió de allí y caminó al baño, se miro al espejo y no vio nada que le gustase, absolutamente nada. Era sólo una adolescente de dieciséis años con muchos problemas absurdos en un mundo lleno de ellos, en un mundo con problemas más serios. Pero para alguien como lo era Rin los suyos lo eran todo, en su pequeño mundo las cosas que la agobiaban lo eran todo. En su pequeña etapa de adolescencia para ella todo era el fin del mundo. Miro hacia el lavado y suspiro, quería llamar a Len, llorarle y que viniera de dónde sea que estuviera. Pero no podía, ella misma se impedía a hacerlo.

    Era una maldita sofocadora.

    Al pensar en aquello se derrumbó, se arrodilló al sentirse demasiada débil para seguir de pie y lloró nuevamente. Pensó en cuanto necesitaba a su mellizo, en como nunca le dejaba respirar, en como siempre estaba encima suyo, molestándolo con sus problemas, con lo que sea, con cualquier cosa. Impidiéndole avanzar, impidiéndole desamarrarse de ella. Se aprovechaba del lazo sanguíneo que compartían, se aprovechaba de aquello llamado fraternidad, se aprovechaba de la palabra hermano. Se abrazó mientras se recostaba por los fríos azulejos de la pared del baño y lloraba, pensando en que quizás todos estarían mejor sin ella. No debió existir, no debió. Pensó en Len, en como no podía vivir sin él, en como el amor que le profesaba se tornaba sucio y la manchaba, en como le necesitaba a su lado siempre, a todas horas. ¿Por qué era así? ¿Por qué las cosas resultaron de ésta forma? Len la quiere, la ama, pero no de esa forma, y ella lo sabe. Tratando de calmarse y sacando algo de compostura se levantó como pudo, temblando y respirando de forma agitada. Se miro al espejo y realmente se cuestiono porque seguía con vida. Salió de allí con pasos rápidos, desenfrenados, temerosa de cometer una estupidez nuevamente.

—Aún puedes ser lo que quieras ser, las segundas oportunidades hay que valorarlas... Puedes comenzar de nuevo cada día, si es que eso te hace sentir mejor—murmuró, repitiendo lo que su psiquiatra le había dicho una vez en una sesión.

     Azotó la puerta y se quedó allí, simplemente parada en medio de su habitación. Mirando su cama, su escritorio, sus cajoneras, mirando aquellos frascos en una repisa y luego a la ventana abierta. El aire frío entraba volviendo al ambiente gélido. ¿Comenzar de nuevo? Se cuestiono con burla mientras tomaba aquel frasco que contenía algunas pastillas que debía tomarlas para no enloquecer por completo, para no deprimirse, para no caer.

    Tranquila, son altibajos, eso es todo. Tranquila, respira, piénsalo bien, ¿no lo estás haciendo? Piénsalo bien, puedes comenzar de nuevo.

—Comenzar de nuevo, comenzar de nuevo, comenzar de nuevo...—susurro mientras apretaba el frasco fuertemente—, en otra vida. En otra vida yo podría comenzar de nuevo.

    Detuvo sus pensamientos, su respiración, hasta sintió que su corazón se detenía y observó aquel frasco no tan grande que contenía pastillas que juntas se volvían letales. Sólo es medicina, pensó mientras caminaba hacia la mesita de noche al lado de su cama y tomaba la botella con agua que siempre tenía para cuando por las noches se levantaba sedienta o por alguna pesadilla. Se sentó en su cama y quedó un tiempo mirando su pared pintada de un beige claro. 

    Aún puedes ser lo que quieras ser, Rin, lo que dijiste que eras, lo que dijiste que serías... Pero, podrías tener la oportunidad de encontrarle en otra vida también.

    Destapó el frasco y puso algunas pastillas en su mano, admirándolas. Hazlo ahora, escuchó una parte de su mente susurrarle. Su boleto de ida, tal vez ingiriéndolas todas finalmente se recuperaría, riendo pensó mientras las engullía y tomando algo de agua lograba que pasaran con más facilidad. Se tomo su tiempo, yendo despacio y tomando entre tanda y tanda luego de un tiempo. Cuando acabo el frasco varias arcadas vinieron, las cuales aguantó. Su cuerpo desechaba lo que la haría bien, ¿por qué? Negó mientras se recostaba en la cama y abrazaba su estómago, se sentía enferma y cansada, sus párpados pesando más de lo normal. Entre la inconsciencia algo iluminó su mente y se levantó con lentitud. Tomó su lapicera y un papel en dónde escribió algunas palabras, luego se acostó en la cama para finalmente poder descansar.

    Éste no era su lugar y aún no estoy despierta, pero, tal vez, esté por hacerlo.   


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    Cuando Len regresó de su salida al centro comercial escondió el regalo que había comprado para Rin, y es que su hermanita andaba muy deprimida éstos días y quería alegrarla con algo. Sintió la casa algo fría y vacía, ¿habría salido? Curioso subió las escaleras y buscó en su cuarto, y allí estaba ella. Descansando pacíficamente, él sonrío y entro en silencio a la habitación, dejando el regalo en la mesita de noche y viendo con curiosidad una nota que ponía:

    "Perdona si te sofoqué."

cortitos - vocaloidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora