| parabellum |

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   Ignoró el dolor de su cuerpo cuando se detuvo en la entrada de su casa. Respiró profundamente desde su pecho antes de abrir con fatiga la puerta para ser recibido por su pastor alemán, quien ladraba alegre ante su llegada. Entró perezosamente mientras se hacía espacio en su hogar, con su perro enredado entre sus piernas.

—Llegué, Ares—saludo mientras sonreía pero incluso aquella pequeña acción le hizo sisear de dolor. Su mascota dio un gemido desanimado mientras se quedaba quieta y lo miraba con atención. Len lo ignoró, cerrando la puerta. Una vez dentro se recostó sobre la misma—. Fue una noche difícil...—susurró antes de cerrar sus ojos y perder la conciencia.


    Se despertó al sentir algo cálido y húmedo en su mejilla. Removiéndose en su lugar intentó apartar aquello que interrumpía su profundo sueño. La acción persistió y mosqueado tuvo que abrir sus ojos, observando como Ares lo miraba fijamente con su lengua fuera, sentada frente suyo.

—Qué molesta eres—mascullo, mientras su perra le ladraba a modo de respuesta.

    Confundido y algo somnoliento aún observó que se encontraba sentado contra la puerta de entrada de su casa. Ésta vez ni siquiera llegó a su cama. Suspiro profundamente y sintió sus músculos doler cuando se levantó con lentitud. Ares lo miraba atentamente. Él gruñó debido al dolor a medida que caminaba hasta la cocina, dónde tomó asiento y comenzó a desvestirse. El traje se encontraba arruinado, sucio y con alguna roturas, además de manchas de sangre tanto suyas como de extraños. Frunciendo la nariz se quitó el chaleco oscuro y lo tiro al suelo. Ares rápidamente lo tomó y comenzó a morderlo con rabia. Len sonrió levemente mientras se desabotonaba la camisa blanca y desprendía el chaleco antibalas que se encontraba bajo la camisa y que irritaba la piel de su torso.

    Una vez que el chaleco estaba desaflojado quitó la Glock 34 que tenía en su cinturón, presionado contra la pretina de su pantalón de vestir oscuro. Puso el arma encima de la mesa y se fijó de que tuviera el seguro puesto, puesto que no necesitaba de otra visita de la policía en su puerta debido a que algún vecino estúpido llamó preocupado al haber imaginado escuchar un disparo. Con incomodidad se agachó hasta su pierna izquierda y levantó su pantalón, sacando la navaja automática que tenía escondida con ayuda de una tobillera. Una vez desarmado se recostó por el respaldar de su silla de madera y admiró el techo blanco, sintiendo su cuerpo pesado y cansado.

    Antes de siquiera cerrar sus ojos y tomar un momento para ir a ducharse escuchó que golpeaban su puerta. Decidió ignorarlo mientras pensaba en que prontamente tendría que confirmar su existencia ante la Comisión. A juzgar por la luz que entraba desde las puertas corredizas de vidrio de su patio trasero podía imaginar que era cerca del mediodía. Había dormido demasiado y tenía que prepararse. 

—Demonios—farfullo entre dientes al escuchar la insistencia en su puerta y el ladrido de Ares. Irritado se levantó y abotonó su camisa blanca, intentando torpemente ocultar el chaleco antibalas debajo—. Ares...—llamó y ésta detuvo su ladrido, con la mirada fija aún hacia la puerta. Len se acercó y abrió.

—¡Hola! Buen día, lamento las molestias pero solo quería presentarme, me llamo Rilianne y soy tu nueva vecina—se introdujo con una sonrisa muy resplandeciente y unos ojos brillantes, toda su aura irradiaba alegría. Len casi retrocedió con el ceño fruncido y una mueca disgustada—. He traído unos panecillos recién horneados que estoy repartiendo por el vecindario y solo quería decir que...

    Len le cerró la puerta en la cara, resoplando mientras negaba levemente y caminaba hacia su baño. A lo lejos escuchó a su nueva vecina quejarse acerca de lo grosero y maleducado que era. Como sea, no tenía tiempo para bienvenidas o presentaciones. Len nunca se introdujo en ese insípido vecindario y tampoco estaría demasiado tiempo allí. Nunca se quedaba mucho tiempo en ningún lado, así que, ¿por qué molestarse?

cortitos - vocaloidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora