| mitad |

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    Nevaba, nada nuevo para ella, quién se había acostumbrado al frío.

    Contempló con anhelo el gélido exterior, lucía como una imagen salida de alguna postal, de esas que su tía solía enviarle cuando era más joven, cuando era inocente y no sabía nada sobre la soledad. 

     No me gustas, invierno...; pensó, mientras recostaba su frente por el frío cristal de la ventana con aburrimiento.

    Nevaba, y sinceramente, Rin estaba harta.


    Alguien allá arriba habrá escuchado su llanto, porque al día siguiente le regalaron una noche despejada. No había nubes y el fulgor de las estrellas era majestuoso, al igual que la Luna, toda redonda y llena. Era impresionante, le quitaba el aliento... mirar a un cielo así era increíble.

    Aquella noche, corrió hasta que sus patas dolieron y aulló al gran astro hasta que su garganta ardió y picó.

    Estaba esperando algo sabía, pero se estaba cansando de hacerlo.


    Agotada y con los huesos doloridos regresó con el alba a su cálido hogar, arrastrando sus pies desnudos por la fría nieve que entumecía sus dedos. Lo ignoró mientras atraía la áspera manta vieja sobre su delgado y menudo cuerpo, quizás no fue la mejor idea, quizás debió llevar ropa para cambiarse luego pero no le importó, ignoró todo aquello mientras a medida que caminaba el blanco daba paso al marrón de su cabaña de madera.

    La pesadez y cansancio cubrían su cuerpo como un manto indeseado, pero antes de que siquiera pudiera pensar en dormir un aroma en el aire hizo cosquillear su nariz. Era sangre mezclado con algo más...

    Mezclado con algo exquisito.


    Tiró una pila de leña en su desgastada chimenea y espero a que el fuego creciera, de reojo observó el cuerpo inconsciente a unos metros. Lo había tapado y había cambiado su ropa húmeda por algunas prendas cálidas que encontró en su armario, pero aún así, no había indicios de que despertara. Suspiro y se sentó a un lado del cuerpo dormido, admirando las facciones del chico que había interrumpido en su hogar, lucía joven y bonito. Con su cabello dorado y sus cejas rubias al igual que sus pestañas, no pudo evitar contornear sus labios carnosos de color melocotón con su dedo índice y su mandíbula firmemente cincelada. Era hermoso. Rin no sabría decirlo, había pasado años desde que tuvo contacto con otras personas, aislada del mundo en su pequeña cabaña.

    ¿Quién eres?; pensó mientras lo contemplaba en silencio, algo sorprendida por la frialdad de su piel y por la suavidad de la misma.

    Sin embargo, algo sobre el forastero la estaba molestando, su familiar rostro y aroma la hicieron estremecer.


—...ye, ¡oye!

    Rin abrió sus ojos abruptamente y cuando notó su vulnerable posición reaccionó. Se alejó del intruso de un salto, casi tropezando en el camino con la pequeña mesa de té que tenía en su sala. Parpadeando y con la respiración agitada contempló al antes dormido chico mirándola con algo de fascinación. Ella tragó algo de saliva cuando notó la intensidad del color en sus iris, poseía unos zafiros afilados que la eclipsó por un instante.

—Lamento haberte asustado—susurró, y Rin se deleitó con el sonido de su voz rasposa, era gruesa y le hizo reavivar memorias que ella pensó había olvidado—. ¿Eres Rin?

    Ella asintió lentamente, aún sí su aroma era atrayente y su rostro familiar, seguía siendo un intruso en su hogar. Él representaba una amenaza allí.

cortitos - vocaloidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora