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Llegué a mí casa y puse seguro a la puerta.
Debo admitir que estaba un poquito paranoica por eso de los prófugos de la cárcel, ¡pero por Dios! ¿Quién mierda no lo estaría?

Me recosté en el sofá y encendí la televisión, quedandome rápidamente dormida.

***

Me despertó un fuerte golpe en la planta de arriba. Sentí pasos y rápidamente me escondí, dejando la
tele prendida.

«¡Joder!» Pensé. «Ojalá no me encuentre...»

—Ummm, ¿Elizabeth?— Preguntó una voz conocida desde la escalera.

Salí de mí escondite algo asustada.

—Joder Caroline, ¡creí que eras un maldito asesino! ¿¡Por qué mierda no entras por la puta puerta!?

Ella bajó risueña y dijo:

—Ay, ¡vamos Elizabeth! Todos saben que ésta puerta está de adorno. No bajarías a abrirla ni porque fuera tú propia madre la que la golpeara.— Dijo burlona. 

Mí mejor amiga bajó del todo y me dijo:

—¿Por qué tan amargada, querida? ¿Tienes la regla o qué?

—No, es sólo que me asustaste.

—Ah mierda, lo siento. Oye vine a decirte que si venías conmigo a tomarnos unos tragos, ¿aceptas?— La muy maldita se aprovechaba de que casualmente era viernes. Ay Dios, ¿qué hice para merecer una amiga cómo ésta, qué corrompe mí angelical y sana alma? (¿Notaron mí sarcasmo?).

Estaba algo estresada, así que acepté.

***

Luego de arreglarnos, tomamos un taxi y llegamos a un bar que estaba a punto de reventar.

Habían muchas personas; chicas bailando y chicos drogándose, sacando esas típicas papeletas llenas de un polvo blanco, para luego pasar un poco por la nariz.

Llegamos a la barra y pedimos un whisky cada una, para luego ir aumentando de nivel.

***

Habíamos bebido mucho; vodka, ron y whisky eran lo que hasta ahora nos hacían perder la consciencia. Bebíamos como sí nuestros hígados fuesen de juguete, y en aquel momento sólo me importaba mantener el equilibrio.

Me di cuenta que estaba ebria cuando me quedé mirando fijamente a un chico que estaba cerca de la puerta trasera del bar. Sólo estaba ahí parado, con las manos refugiadas en su sudadera blanca.

Lentamente subió un poco su rostro, dejándome ver una sonrisa. No la detallé muy bien pero no parecía normal.

El chico se encaminó a la salida y yo sentí la absurda necesidad de seguirlo. Tambaléandome, me paré de la silla y caminé hacía la borrosa salida.

Cuando él salió, yo apenas llegaba al lugar que él acababa de abandonar.

En el momento en que logré salir a pesar de mí ebriedad, él se encontraba dándome la espalda. Yo me acerqué y le toqué el hombro, él volteó y no vi su rostro, pero había algo en él jodidamente atrayente, hasta el punto de hacerme sentir... Extraña, con solo estar cerca de su cuerpo. Raro, muy raro.

—Hola...—Saludé. Él ni se inmutó.

—Oye, ¿cómo te llamas?, estás jodidamente bueno...—Dije pegandome a su cuerpo. Estaba ebria, y mí comportamiento estaba un poco aproximado a la puteria total.

—Umh, con qué bueno, tengo algo que te gustará aún más.— Dijo él, con voz grave y sensual.

Cerré los ojos y sentí algo punzante en mí estómago. Creía que solo estaba tocándome o algo así, pero rápidamente cambié de opinión cuando sentí que ese objeto se introdujo en mí estómago causandome un gran dolor. Caí de rodillas a sus pies y toqué la herida, un cuchillo se había clavado allí y no sabía qué hacer. El alcohol se drenó de mí sangre y sentí el temor correr por mí cabeza. El chico se agachó a mí altura y arrancó el cuchillo de mí estómago.

—Lo lamento bonita, pero las zorras como tú me repugnan.— Dijo burlonamente, para luego irse.

Yo me toqué el estómago y sentí la sangre brotando, lentamente perdí la consciencia.

Lo último que sentí fue el grito de Caroline en la puerta trasera.

Ajenos «Jeff The Killer».Donde viven las historias. Descúbrelo ahora