014.

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Estuve mucho rato sentada, mirando al suelo, mientras mis ojos seguían soltando lágrimas. Ignoraba sí era de día o de noche, o cuánto tiempo llevaba encerrada. Todo me era indiferente.

Me sentía débil y patética, como si un golpe de realidad me hubiese dejado inmóvil, con solamente la capacidad de respirar.

Me paré y lentamente me acerqué a la puerta, tomando el pomo. Le rogué a Dios que el seguro no estuviese puesto, y así fue. Me sorprendí gratamente y salí sigilosa.

Cuando estuve bajando la escalera, un grito me hizo pegar la espalda a la pared, ocultándome en las sombras.

Asomé la cabeza y vi a Jeff, sentado en el suelo con el cuchillo untado en sangre a unos metros. Tenía las manos en la cara y soltaba gritos desesperados.

No sé que me pasó, ni porque lo hice, pero lentamente, me acerqué.

Estando cerca, vi que en frente de él había una fotografía. Me agaché tratando de no hacer ningún movimiento brusco para no alterarlo. Tomé la fotografía y la miré, mientras él seguía con las manos en su rostro y soltaba sollozos desgarradores.

Tomé la fotografía y vi a un hombre y a una mujer mayores, abrazando a un chico de ojos verdes y cabello castaño, y a otro con ojos azules y cabello azabache.

Miré a Jeff y le dije:

—¿Quiénes son ellos?

Él paró de sollozar y dijo casi susurrando:

familia.

Volvió a sollozar fuertemente y yo me sentí mal.

Digan lo que quieran de mí, ya sé que soy una maldita tonta; pero no pude evitar sentir lástima por él. Estaba tan sólo... No tenía a nadie más que a él mismo. Eso era triste, muy triste.

Haciendo caso omiso a la voz en mí mente que me pedía que reaccionará y saliera corriendo por la puerta, me acerqué más a él y lo envolví en mis brazos. Sí, lo sé, estaba abrazando al tipo que me había tratado de matar, que ironía. Él paro de sollozar y se quedó quieto, mientras su respiración se aceleraba. De la nada dijo:

—¿Qué mierda haces?— Preguntó, sin separarse.

—Se le llama abrazo.

Él me alejó con las manos y me miró.

—Deja de hacer eso.

—¿Hacer qué?—Cuestioné.

—Ser buena persona conmigo. No creas que por hacerlo me retractaré de matarte.— Lo dijo sin titubear, con una frialdad que me dolió.

La rabia ardió en mí y le dije:

—¿Sabes? ¡Hazlo! ¡Hazlo ya!—Grité llorando una vez más. Dios, me odiaba por llorar tantas veces en un solo día, ¿qué rayos me pasaba?:— ¡Matame! ¡Hazlo! ¡Sólo tuve un momento de humanidad contigo y mira lo que obtuve a cambio! ¡Ya, matame y dejate de idioteces!

Él solo miraba mí reacción sin nada que decir.

Tomé su cuchillo y lo puse en sus manos, apuntándolo hacía mí pecho.

Le miré y dije:

—Hazlo, de una vez.

Él empuñó fuerte el cuchillo y lo apartó, luego se paró y se alejó, dejándome ahí como una tonta.

—¿Qué rayos haces? ¡Ven y acaba con ésto!

Él me dio la espalda, y sólo dijo una cosa antes de subir a la segunda planta y dejarme sola:

—No quiero hacerlo. Considerate afortunada, nunca había tenido piedad con nadie, nisiquiera con ellos, que tienen más importancia para mí.— Dijo, señalándo la fotografía de su propia familia.

No dije nada, y sólo me quedé ahí, asimilando lo que había dicho.


Ajenos «Jeff The Killer».Donde viven las historias. Descúbrelo ahora