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Desperté atada a una silla, con la cabeza baja. La luz era pésima, y un olor pútrido inundaba el lugar. Alcé la mirada y vi una mesa de metal enfrente mío, con otra silla. Sacudí la cabeza, tratando de recordar que mierda había pasado; pero mis intentos por recordar eran fallidos, lo cual significaba que estaba jodida, y totalmente indefensa.

Un sonido me sacó de mis pensamientos; alguien trataba de abrir la puerta que estaba a mí izquierda.

Por ella, entró el detective Clark, con un cigarrillo encendido posado en sus labios secos, con la corbata desamarrada y unos surcos oscuros debajo de los ojos; no falta decir que se veía hecho un desastre.

Cerró la puerta tras sí y se sentó enfrento mío.

—Hola Elizabeth, es un gusto volver a verte.

—Lamento no poder decir lo mismo.—Dije, con desprecio.

—Disculpa el modo en que tuvimos que traerte aquí, pero como puedes notar, estamos desesperados. Jeff escapó de nuevo llevándose a medio personal por delante, por lo cual todo está en juego ahora.

Le miré, y no dije nada. Ésto realmente no me interesaba, ese tipo me causaba náuseas. Debía salir de aquí.

—Hablando de Jeff... Quiero que me digas donde está.— Dijo, cortando el rollo. Yo abrí los ojos como platos y le dije ríendo irónicamente:

—¿Usted cree qué yo tengo algo qué ver? ¿Cree qué lo estoy ocultando? Es mí asesino, no sea ridículo.

—Ridículo sería que le dijeras a tú propio padre que quieres estar con él, cueste lo que cueste.— Sentí un rubor esparcirse por mis mejillas. La traición de mí padre me dolió, le había contado todo a éste malnacido. Y lo peor, es que habían cambiado mis palabras. Hijos de puta.

El detective sonrió al ver mí reacción, la cual le afirmaba que aquello era verdad.

—Te lo preguntaré una vez más... ¿¡Dónde está ese hijo de puta?!— Gritó, perdiendo los estribos.

—Ya le he dicho que no lo sé, maldito lunático.— El detective me observó, y en un abrir y cerrar de ojos, me golpeó en la cara.

Con la cara tapada con mí cabello miré al suelo, había sangre cayéndose de mí labio.

Alcé mí rostro y miré al detective, le sonreí, para luego escupirle en la cara. Él se limpió y se acercó a la puerta, sacó su teléfono y marcó un número al azar.

"Saquen a ésta perra de aquí. Está limpia." Le oí susurrar a la persona al otro lado de la línea.

Entraron dos oficiales y se me acercaron, quitándome las esposas.

Masajeé mis muñecas y limpié mí labio. Al pasar al lado del detective, éste me tomó del brazo y dijo:

—Descubriré lo que ocultas, Martinez.

—Buena suerte, cerdo.— Dije, soltándome bruscamente de su agarre.

Salí de allí y caminé sin rumbo, con sólo un objetivo: buscar a Woods.

Ajenos «Jeff The Killer».Donde viven las historias. Descúbrelo ahora