Capítulo 30

9.7K 905 119
                                    


—¿Realmente todo esto es necesario?

—Por supuesto —responde Jenny, comiéndose con los ojos al chico que está instalando las cámaras.

—Lo es —gruñe Pablo, estrechando sus ojos hacía mí, dejando en claro que no debo discutir más por todo el sistema de seguridad que se está instalando en mi casa.

Creo que tengo la casa más segura de todo el vecindario.

Y es que después de lo que sucedió anoche, creo que realmente estamos muy paranoicos.

Cuando Pablo y Saúl fueron hasta mi habitación, se dieron cuenta que la ventana fue abierta y dejaron dos rosas negras en mi cama. Sí, en mi cama. El hombre que merodeó anoche, tuvo la oportunidad de invadir mi casa y estar muy cerca de mí. Ni que decir que casi tengo un ataque de pánico en mi jardín delantero.

Al llegar la policía, un muy sombrío Pablo se encargó de hablar con ellos, mientras Edith y Claudia trataban de calmarme. No lo lograron, así que llamé a Jenny para que viniera y me hiciera compañía. Su presencia me calmó lo suficiente. Pablo hizo el resto. Se quedó a dormir con las dos en mí casa.

Le di una corta declaración a la policía, que extrañados por el suceso en un barrio tan tranquilo, se comprometieron a dejar una patrulla para realizar rondas nocturnas. Pablo y Saúl hicieron unas cuantas llamadas, y es por eso que hoy a las seis de la mañana, un grupo de seguridad invadió mi casa, para convertirla en una "casa segura", que más bien ahora parece un bunker.

—¿Y el hombretón? —señalo al enorme hombre que no ha dejado mi lado en toda la mañana. Incluso fue conmigo al supermercado, cuando tuve que comprar algunas cosas que me faltaban.

—Se queda.

—Pablo...

—Dije que se queda, Susana. Esto no es un juego —dice y me mira nuevamente, despacha con una mano al hombre llamado Bernardo, dueño la compañía de seguridad que contrató—. Anoche, un hombre invadió tu casa, agradezco al cielo que estabas en tu puerta y no en tu cuarto, dándole la perfecta oportunidad de hacerte daño. No voy a arriesgarme a que suceda de nuevo.

—¿Sensores de movimiento? —siseo—, ¿Un escolta?, ¿cámaras de visión yo no se qué y micrófonos? ¿Alarma y botones de pánico?

—Además de un software en tu teléfono y computadora que permite vigilar tu casa desde fuera. También ha sido configurado en mi teléfono y mi computador.

—Oh señor —gimo, frotando mi cabeza. Se viene un feo dolor. Lo sé.

Bernardo se acerca y me entrega un papel, no sin antes, darme una pequeña mirada de simpatía.

—Aquí tienes los números a los cuales debes llamar por alguna emergencia. Está la clave de la alarma para que la memorices. Recuerda, guarda los números en tu móvil y cualquier otro lugar donde tengas acceso. La clave memorízala y quema el papel.

—Gracias.

—No te preocupes, Susana. Pablo hace todo esto porque se preocupa, y créeme, él jamás exagera en cuanto a la seguridad de las personas que le importan.

Asiento y me dejo caer en mi sofá. Miro el reloj y me doy cuenta que voy una hora tarde para mi trabajo. Pablo continua supervisándolo toda, mientras Jenny juega a la anfitriona y trata de deslumbrar al instalador con mis galletas de avena. Es una tonta.

Cierro mis ojos y me abrazo a mi misma, recordar el porqué están todas estas personas en mi casa me hace sentir insegura y desprotegida. Pablo tiene algo de razón, ¿qué hubiera pasado si ese hombre me hubiera encontrado en mi habitación? Además, estuve googleando al congresista Montana, y lo que encontré sobre él no es agradable. Tiene miles de acusaciones, por lavado de dinero, concierto para delinquir, parapolítica, sobornos, desaparición y desplazamiento forzado... entre otras. Pero jamás, nunca han podido encontrarlo culpable ya que por obra y gracias de Dios sabe quién, las pruebas desaparecen al igual que los testigos.

Desde Mi VentanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora