Capítulo 36

9.8K 1.1K 124
                                    

Es muy tarde en la noche cuando Pablo se arrastra hacia su cama. Abro los brazos y lo acuno contra mi pecho. Suspira cuando acaricio su cabello y besa mi cuello cuando masajeo su espalda.

Es la primera vez que me quedo en su casa, y aunque hace unas horas estaba un poco nerviosa por cómo lo tomarían todos, me relajé unos momentos después, cuando todos me hicieron sentir más que bienvenida. En mi casa se quedó mi hermana con Breiner y Saúl, mis padres regresaron a la suya.

No quiero preguntarme qué se traen Jenny y Saúl... ultimamente están muy juntos y sonrientes. No quiero saberlo.

Estos días han sido agotadores. En pocas horas tendremos que organizar la pequeña fiesta de cumpleaños de Marcela. Ayer acordamos los últimos detalles de la remodelación de mi tienda que empzará este lunes y aprovechamos para comprar todo para hoy. Además del desayuno sorpresa que le prepararé. La torta de cumpleaños la haré yo, con ayuda de todos.

La empresa de Pablo sigue sufriendo atentados contra sus vehículos y ha tenido demasiadas reuniones con sus clientes, para gestionar soluciones. Le pregunté a Pablo cómo lograba manejar una empresa así, disimulando su condición... me sorprendió descubrir que todos en la empresa ya lo sabían y procuraban hacerselo fácil. Además, Saúl es su mano derecha y quien está en todo y para todo lo referente a papeleos y esas cosas. La mayoría de reuniones son habladas y se graban todos los acuerdos para luego llevarlos al papel.

Un gemido escapa de sus labios, cuando froto cierta parte de su cuello que se encuentra demasido tensa.

—Estás exigiéndote mucho. —Me preocupa que descanse poco, toda la presión y el trabajo lo está echando a su espalda. Se esfuerza, preocupa y trabaja demasiado.

—Es lo que debo hacer, nena. Mi familia y tú me necesitan.

—¿Hablaste con el detective?, ¿por qué no dejas todo en sus manos?

—Sólo confío en mí para mantenerlos seguros a todos. Pero sí, hablé con Otalora. Está empeñado en descubrir a la familia Montana y me aseguró que haría todo por asegurarnos que no saldremos afectados. —Suspira de nuevo y masajeo con más ahínco el lugar—. Encontró vídeos de tres camaras de seguridad, creen que puedan hallar a los responsables de destruir la tienda.

—¿En eserio?

—Sí... ahí —jadea—. Ahí Susana, duele.

Masajeo y masajeo hasta que el músculo deja de estar tensionado. Beso su cabeza y acaricio su rostro. Mis dedos llegan a la piel ultrajada de su mejilla y las palabras de Claudia regresan a mí:

"¿Alguna vez te has preguntado por qué nunca se trató la cicatriz de su rostro? Sí, la cirugía puede corregirla, pero Pablo simplemente prefiere dejarla, así es más fácil".

"Pregúntale. La cicatriz no está ahí porque no tenga arreglo".

—¿Pablo?

—Hmm.

Trazando de nuevo la piel cicatrizada murmuro— ¿Por qué no operas tu cicatriz?

Su cuerpo vuelve a tensarse inmediatamente. Su rostro se levanta de mi pecho y dirige sus ojos a los míos.

—¿Por qué lo preguntas?

—Bueno... —suspiro al verlo alejarse de mi cuerpo y sentarse a mi lado—, con los últimos avances de la medicina y con tu nivel económico podrías operarte para desvanecer la cicatriz.

Asiente y desvía su mirada hacia las ventanas francesas de su habitación. El pensamiento de que saldrá y se quedará en su balcón para poder evitar responderme pasa por mi mente, pero Pablo se vuelve hacia mí y vuelve a suspirar.

—Lo pensé, muchas veces. —Aclara su garganta y muerde su mejilla—. Pero quise conservarla, de esa manera, cada día podría recordarme lo que querer a otra persona me haría. El dolor que puedes padecer al entregarle tu confianza a alguien y cuánto puedes perder sí esperas demasiado a su lado. Me recuerda la dura manera en la que aprendí a ser desconfiado, a mirar dos veces un rostro y a no dejarme comprar por una sonrisa. Además, es un beneficio que espante a muchos, así sólo me rodeo de aquellos que necesito y no gasto energía ni tiempo en personas que no valen la pena. Mi familia me acepta así, no necesito más.

Mi corazón duele por sus palabras. Su cicatriz es la excusa perfecta para alejarse de la gente. Pero, a él le duele que la gente lo rechace, ¿por qué prefiere quedarse con ella?

Oh, él lo hace porque cree que es él quien no vale la pena.

La cicatriz es la excusa perfecta para justificarse, si la gente no lo acepta. Decidiendo que son ellos quien se alejan y no Pablo quien no es suficiente.

Enderezándome y apoyándome sobre mis rodillas, me posiciono frente a él, acuno su rostro con mis manos y clavo mis ojos en los suyos.

—Sabes que eres el hombre más valioso que he conocido, ¿verdad? Que eres increíble, me has enamorado desde el primer momento que te vi, porque desde ese día pude ver lo magnifico que eres. —Trata de alejar su mirada pero no se lo permito—. Mi mundo es tuyo, Pablo, para mí no eres uno más, eres parte de mi vida; eres parte de mí ahora. —Tomo su mano y la llevo a mi pecho—. Mi corazón late más rápido ahora que estás conmigo. Te amo, a todo tú. No hay nada de ti que no desee, quiera, valore y ame. Eres mío, en cuerpo y alma. Y yo soy tuya de la misma manera —susurro, sus ojos se humedecen y sus manos se aferran a mi cintura—. Añoro el calor de tu presencia, esas sonrisas que sólo nos regalas a nosotros, tus cambios de humor, tus pequeñas e importantes notas, tu noble corazón... todo.

—Susana...

—¿Quieres saber algo más? —Asiente y sonrío—. Te acepto, por todo lo que eres, todo lo que te hace ser el hombre admirable que eres hoy, ese que cuida de sus hijas y las ama sin igual. Ese que se preocupa por su familia, que lucha por sus sueños, por lo que quiere. Ese hombre que me vio, a mí, y decidió alcanzarme y traerme a su vida. El hombre que aceptó a mi loca familia; aquel que se quedó cuando pretendí alejarlo, el hombre que aunque escuchó lo peor de mí, tomó lo bueno y se enfocó en eso —Una lagrima baja por su mejilla, aquella donde reposa la cicatriz que tanto dolor le ha causado. Acerco mis labios y la beso, absorbiendo la gota y tomando la muestra de su dolor—, el hombre que logra encender mi cuerpo como una hoguera, que sabe conquistar cada espacio de mi piel; aquel que hace que todos mis días, mis noches y cada hora las pase amándolo, deseándolo, extrañándolo y añorándolo... el hombre que me ama, que me acepta y que me valora. A ese hombre quiero en mi vida, con él quiero ver cada amanecer y con el que quiero pasar cada anochecer. Ese hombre que me enamoró y me hizo olvidar los amores de antes, aquel que se ha grabado en mi mente y en mi piel y se ha adueñado de mí. —Más lágrimas empiezan a derramarse por su rostro y eso hace que mi corazón llore por él, pero también se llena, se llena de amor—. Y ese hombre, Pablo, eres tú. Y lo acepto, lo tomo para mí, lo hago mío.

—¿Así de grande es tu amor por mí?

Al verlo tan conmovido y vulnerable, mis ojos se humedecen y mi voz flaquea, pero eso no pone en duda mi siguiente afirmación—: Más de lo que te imaginas.

Sus manos en mi cintura tira de mí hacia él, mi boca busca instintivamente la suya y nos fundimos en un necesitado y desenfrenado beso. Pablo nos rueda, dejando mi espalda sobre la cama y su pecho sobre el mío. Besa cada centímetro de mi cuerpo con una delicadeza que me enloquece y sacude mi corazón. Sus manos viajan por cada espacio de mi piel, dejando huellas, huellas que no podrán ser borradas. Lentamente nos despojamos de nuestras ropas, juega con mi cuerpo y yo con el suyo, confirmando lo bien que me conoce y yo a él. Cada uno de sus movimientos es preciso, certero, exacto. Susurra palabras que tienen a mi mente volando muy alto, regresa a mi boca cuando su erección se posiciona en mi entrada, sus ojos se enlazan con los míos, dejándome seducida y prisionera.

—Te amo —murmura cuando empuja dentro de mí, lo recibo gustosa.

Mi cuerpo responde al suyo y hacemos el amor olvidándolo todo. El pasado y las heridas de nuestras almas, las traiciones, el dolor. Hacemos el amor intentando empezar de nuevo, borrando las viejas huellas y dejando nuevas. Nos amamos y nos amamos entregándonos en cuerpo, corazón y alma; reclamándonos y confesándonos nuestro profundo y sincero amor.

—Te amo —susurro una vez que ambos caemos rendidos, una vez que nuestros cuerpos siguen ardiendo por el deseo y nuestras almas se han impregnado la una a la otra.

—Te amo.

Desde Mi VentanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora