Capítulo 8

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Camino avergonzada, con la tarta de manzana más grande, hacia la puerta de Pablo. Desde ayer me he sentido mal, más bien me considero una pendeja total y no he dejado de pensar en Pablo.

Soy una horrible persona.

La nota que me entregó ayer con el ramo de flores y luego la de Marcela, me dejó hecha un lío. Él tiene problemas para escribir y aun así lo hace conmigo.

Él me escribe, a mí.

Después de dar mil vueltas en la cama y de maldecirme otras mil veces, decidí llamar a Jenny y contarle. Mi hermana, siendo la idiota que es, me aconsejó que le ofreciera un show por mi ventana. Colgué el teléfono inmediatamente.

Luego de mucho pensarlo, la idea de ofrecerle una de mis tartas como disculpa por mi odioso comportamiento, me pareció una buena idea.

Ahora, justo frente a su puerta, ya no me parece tan adecuado.

¿Y si no le gustan las tartas?

Suspiro y levanto mi mano, para detenerme antes de hacer contacto con la madera. Tomo una profunda respiración y lo intento de nuevo. Fallo. Una tercera vez y es lo mismo; estoy a punto de volverme y esconderme en mi casa, pero la puerta se abre e interrumpe mi huida.

—¿En serio te vas a ir sin enfrentarlo?

Levanto mi mirada hacia la despampanante mujer, que me fue presentada la otra vez como la hermana de Pablo, y me encojo un poco de vergüenza.

—¿Sí?

—¿Preguntas o respondes? —Sonríe y se cruza de brazos.

—¿Ambas? —respondo y ella rueda los ojos

—Ven, sigue, aún no llega. Puedes esperarlo en la sala.

Abro mi boca para decirle que volveré más tarde, pero no me deja hacerlo. Halándome por mí brazo, me lleva dentro de la enorme casa y me arrastra hasta la sala. La señora Edith me saluda desde uno de los sofás, está tejiendo alguna especie de suéter mutante. Marcela salta de su lugar en el suelo cuando me ve y Samanta corre a abrazar mis piernas.

Suchy —susurra y me sonríe. Devuelvo la hermosa sonrisa a Sami y me inclino para besar su mejilla.

—Hola cariño, ¿cómo estás? —Asiente y entiendo que eso quiere decir que está bien. Marcela se acerca y me abraza—. También estoy contenta de verte.

—¿Es para mi papá? —pregunta apuntando a la tarta que balanceo en mi mano libre.

—Sí —Hago una mueca y suspiro—, vengo a disculparme por haber sido tan... tonta.

—Oh no tienes por qué sentirte así querida —dice Edith enviándome una sonrisa cálida—, de vez en cuando es bueno poner a un hombre en su lugar. Créeme, a mí hijo le hace falta eso con frecuencia.

—Sí pero... él me envió una nota.

—¿Y?

—Bueno, eso es algo.

—Sí, lo es. Y si no hubieras hecho lo que hiciste, él no te escribiría. Sigue tal cual, ya has hecho un gran trabajo hasta ahora.

Sus palabras y la diversión que veo en sus ojos me hacen sonrojar. Un brazo se posa en mis hombros y me sobresalto, casi dejando caer la tarta.

—Cuidado ahí, no queremos que la tarta se eche a perder y después no tenga con que fastidiar a mi hermano.

—Lo siento —murmuro.

Desde Mi VentanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora