Capítulo 2

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No puedo creer que lloviera de esta manera.

Se supone que estamos en verano, la lluvia de anoche está fuera de lugar. Y lo peor de todo, es que la maldita deshizo todo mi arduo trabajo en el jardín de mi casa.

Dioses, tardé horas plantando todo esto.

Con un gruñido, tomo mis herramientas de jardinería y me dejo caer en el suelo húmedo y rocoso. Necesito arreglar este desastre.

Mi cuerpo protesta y mis ojos intentan cerrarse, además, no ayuda que esté haciendo un sol terrible. ¿Cómo incluso llovió anoche? Si no hubiera sido porque vi el inicio de la lluvia, esta madrugada que regresaba del trabajo, juro que pensaría que alguien vino con una manguera de presión y destruyó mi jardín.

—Todo está destruido. Jodida lluvia y su inoportuna caída —refunfuño arrancando los tulipanes destruidos y las margaritas.

Organizo nuevamente el camino de tulipanes y las macetas con las Amapolas y los Nomeolvides. Es bueno que tenga algunas de ellas en mi garaje y no en la floristería. Me hubiera tocado ir hasta mi local y regresar con las nuevas flores.

Ahogo un bostezo y continúo refunfuñando sobre el clima y como las nubes podían meterse su lluvia por donde no les diera la luz del sol, cuando una sombra me cubre.

—Mira Jenny, será mejor que entres tu feo culo porque no estoy de humor para tu mierda. Además la puñalada rastrera de ayer en mi cuar... —Me congeló cuando mis ojos se elevan y se encuentran con los verdes iris de mi vecino—, oh, mierda. Lo siento.

No me levanto, no puedo hacerlo. Cada vez que esos ojos se detienen en mí, me paralizo. Es como cuando la serpiente muerde al roedor, el veneno entra y ya la pobre presa no puede correr lejos. Así me pasa con este hombre, siempre que me ve, me aterro. Lo cual es ridículo, yo soy la persona más extrovertida, confiada y social del mundo. Mi hermana dice que soy más saludable que un Alka Seltzer. Y no exagera.

—V-vecino —balbuceo. Sí, me vuelvo una idiota cuando tengo miedo—. ¿N-necesita a-algo?

Me levanto torpemente y sacudo la tierra en mis pantalones cortos. Pablo continua mirándome, sin decir una sola palabra. Mis ojos van hasta la cicatriz de su mejilla y una roca de pesar se instala en mi estómago.

—¿Nombre? —gruñe mi vecino. Es la primera vez que se dirige a mí, que realmente me habla, o gruñe, lo que sea.

—S-susana. —Sus ojos se estrechan y su boca se frunce sólo un poco. ¿Se está riendo o está molesto?

—No tú, la flores —dice, señalando las alstroemerias que tengo sembradas en macetas que adornan las columnas de mi hermosa casa de una planta.

—Oh —Mis mejillas se colorean y maldigo internamente al universo por esta penosa situación—. Son alstroemerias.

—¿Las vendes en tu floristería? —Mis cejas se levantan hasta el nacimiento de mi cabello.

¿Cómo sabe que tengo una floristería?

—Sí —respondo. Por el rabillo de mi ojo veo a Jenny bajar de su auto. Maldigo nuevamente al cielo por sus impertinencias.

—Bien.

Se vuelve sin decir una palabra más y me deja en mi jardín estupefacta.

¿En serio acaba de pasar esto?

—¿Qué quería el cara de limón?

Sí, sí pasó.

—No lo sé exactamente. Pregunto por las flores.

Desde Mi VentanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora