Capítulo 13

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—¿Quedó bien? –pregunta Marcela.

Observo la distribución, los colores y asiento.

—Perfecto, luce muy bien.

—Gracias —responde y le instruyo para que riegue las plantas.

Las chicas siempre han admirado mi jardín, así que esta mañana, después de hablarlo con Edith, decidí llevarles unas cuantas flores y plantas para organizar su propio jardín en el patio.

Las niñas saltaron de alegría cuando les comuniqué lo que haríamos, y después de pedirme que las esperara, regresaron con sus propios equipos de jardinería. Pablo se los había comprado en días pasados, porque las niñas querían ayudarme en mi jardín.

Es el mejor papá del mundo.

Lástima que no esté aquí, en estos momentos, para darle un beso.

—Me usta —susurra Sami y le sonrío. Me agacho junto a ellas y les ayudo a acomodar la tierra.

El sol está siendo bastante intenso en estos momentos, pero continuamos organizando todo. Edith nos trae un poco de limonada de vez en cuando, para refrescarnos.

—¿Tienes hijos? —pregunta Marcela y la miro confundida.

—No, no tengo.

—Ni siquiera en otra casa.

—No, ¿por qué tendría a mis hijos en otra casa?

—Mi mamá nos tiene aquí —responde y eso aviva mi curiosidad.

—No la he visto mucho aquí.

—Eso es porque ella no puede venir aquí, papá lo prohibió.

—Pero... ¿puede verlas? —Sami niega con la cabeza y sus ojos se llenan de lágrimas. Mi corazón se rompe al saber que le duele no poder ver a su mami.

¿Qué clase de hombre es Pablo que no deja que sus hijas vean a s madre?

—Tranquila Sami, ella no vendrá. No te preocupes.

—¿A qué te refieres? —Me dirijo a Marcela y acepto a Sami en mi regazo cuando se viene a acurrucar sobre él. Acaricio su cabello y froto su espalda para tranquilizarla.

—Mamá es mala. Es mejor que no la veamos nunca más —dice con un tono triste y penoso.

Oh... bueno, eso responde a mi pregunta de antes; pero me genera muchas más.

¿Qué clase de monstruo sin alma no amaría a estas niñas?

—Tú, mami —susurra Sami y señala mi pecho.

—Sí —chilla Marcela—. Tú podrías ser nuestra mami.

Oh señor Jesús.

—Yo... yo...

—Eres la novia de papi, más adelante van a casarse, serás mi mami y la de sami y nos darás más hermanitos. Viviremos en una casa más grande, con muchos cuartos y una enorme cocina para hacer tartas de manzana, y podremos jugar todos en el jardín.

—Vaya, ya lo tienes todo bien planeado. —Y eso hará que me de un paro cardiaco—. Pero no es así de fácil. No puedo ser su mami, ustedes ya tienen una.

Ambas niñas me miran con tristeza, sintiéndose rechazadas. Oh señor, que mala soy.

—Pero podemos ser amigas y puedo tratar de hacer cosas con ustedes que harían con su mami. ¿Les parece?

—Tú no mami —dice Samanta.

—Es cierto, no serías nuestra mami.

—Lo sé... Si las cosas con su padre funcionan... ¿podría ser un tal vez? con el tiempo.

—Está bien —responde Marcela y Sami asiente.

—No se pongan así, cariñitos. Vamos que yo las quiero, son unas niñas asombrosas y es muy divertido ser amigas. Hay cosas que las mamás no hacen con sus hijas, pero las amigas sí.

—¿Cómo qué? —pregunta Marcela curiosa.

Mierda.

—¿Qué tal una fiesta de pijamas en mi casa? Haríamos galletas de chocolate o de chispas de colores, veríamos una película —Sonrío cuando ambas niñas empiezan a mover sus cabezas asintiendo con emoción—, nos peinaríamos el cabello, pintaríamos las uñas y... contaremos cuentos antes de dormir.

—Sí, sí, si a todo. Sami y yo queremos, ¿Cuándo? ¿Podemos hacerlo hoy mismo?

—Oh, bueno. Tendríamos que preguntarle a Pablo primero, y debo ir al súper a comprar todo lo que necesito.

—Podemos llamar a papá. —Sin darme nada de tiempo, Marcela corre hacia su abuela y le pide que llame a su papá. Edith me sonríe y asiente, ella escuchó todo— Ya estás en camino, acá te esperamos papi. Te amo.

Cuelga y brinca de regreso a mí.

—Papá ya está cerca, viene conduciendo así que no podemos hablar mucho cuando estamos en el auto. Le diremos apenas llegue.

—Vale.

—Sami, ¡Vamos a escoger nuestras pijamas!

—¡Shi!

Me quedo mirando a las pequeñas correr hacia la casa, antes de que entren, ambas se devuelven y corren de regreso hacía, para arrojarse encima. Me toman desprevenida, por lo que termino en el suelo, con ellas en mis brazos y riéndonos a más no poder.

—Veo que se divierten.

Nos detenemos ante la profunda voz de Pablo. Está de pie en las puertas del jardín, observándonos con una suave sonrisa.

—¡Papá! —gritan las chicas y se lanzan por él. Pablo ni siquiera hace una mueca, cuando la ropa sucia de sus hijas, mancha su traje.

—Princesas. —Las besa y escucha como Marcela le cuenta todo lo que hemos hecho hoy y luego le pide que las deje ir a mi casa por una pijamada.

—Por favor ¿podemos ir?, di que sí, di que sí.

—¿Shi?

—¿Cómo puedo negarme a esas caritas sucias? Está bien, pero no le den mucha tarea a Susana, ella es muy buena con ustedes.

—No lo haremos, lo prometemos. —Ambas niñas levantan la mano y hacen una cruz sobre su corazón—. Ahora sí, ¡vamos por los pijamas!

Vuelven a correr y su abuela las sigue detrás. Pablo dirige sus ojos hacia mí y me sonríe. Se acerca, me ayuda a levantarme y me envuelve en sus brazos, para dejarme sin aliento con un beso.

—Un jardín ¿eh? —dice, después de besarme.

—Ellas querían uno, pueden jugar con él aún si no estoy.

Me sonríe y vuelve a besarme. El beso se convierte en "demasiado caliente e intenso" para el bien de los dos y de cualquier otra persona que venga al jardín; así que decido terminarlo.

—Debo ir a comprar algunas cosas.

—¿Necesitas que te ayude? —pregunta sacando su billetera.

—No, son mis invitadas y es mi pijamada. Yo me encargo.

Le doy otro pequeño beso de despedida y regreso a mi casa para cambiarme y salir de compras.

Voy a dar la mejor pijama del mundo.

Desde Mi VentanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora