Capítulo 23

14.4K 1.2K 115
                                    


—Para ti —dice Simón, dejando una caja, de tamaño considerable, en mi mesa de taller, interrumpiendo mis pensamientos sobre Pablo y las imágenes de todo lo que hicimos anoche.

Ese hombre no sale de mi cabeza. Y tal como lo dijo hace unos días, cada mañana mi cabello es un lio revuelto, producto de sus manos, al aferrarse a mí.

—¿Quién la envía? —pregunto curiosa y confundida.

—No lo sé. Ábrela y averígualo rápido. Yo también muero por saber.

Sonrío ante su entusiasmo, Yami deja de hacer su trabajo y se acerca para también, mitigar su curiosidad. Los tres jadeamos cuando descubrimos el contenido de la caja.

—Mierda.

—Recorcholis.

—Carajo.

Exclamamos. Cierro la caja y vuelvo a abrirla, comprobando que no estoy engañando a mi cerebro. Extiendo mis manos y tomo el precioso contenido con sumo cuidado.

—Es hermosa —susurro, admiro la belleza frente a mí en total consternación y admiración. Es lo más hermoso que he visto.

—Jesús crucificado. Es totalmente preciosa. —Yami se acerca y contempla la imagen con la boca abierta.

—Presiento que el responsable de semejante perfección, es Pablo. Sólo él sabe cuánto te gustan las gazanias y los girasoles.

—Lee la nota.

Dejo en la mesa la hermosa pintura de una gazania, como si de un bebé se tratara, tomo la pequeña nota dentro de la caja y la abro:

Tu flor favorita.

La mía, eres tú.

Pablo.

Y dicen que ya no hay hombres que te enamoren con unas pocas letras.

Mi rostro rompe en una enorme sonrisa y suspiro. Mi corazón late desenfrenadamente y me percato de que siento mucho más que agradecimiento por él, esto ha dejado de ser una simple obsesión. Este hombre está cavando profundo dentro de mí. No puedo sacarlo de mi cabeza, lo llevo tatuado en mi cuerpo y ahora, se adueña de mi corazón.

—Ay, ese hombre está dando pasos de gigante contigo.

—Así es, Simón. Tiene a nuestra querida Susy suspirando todo el día, y ahora esto.

—Será mejor que le agradezcas apropiadamente. —Miro a Simón y me sonrojo al comprender la intención de sus palabras.

—Lo llamaré.

—Espero que no sea esa la única forma en la que le agradecerás.

—Ya pesado. Ve a atender el mostrador.

Ambos se miran y regresan a lo suyo. Tomo mi móvil, voy hasta la pequeña oficina y marco el número de Pablo.

Hola. —El aleteo de mi corazón se intensifica al escuchar su voz.

—Hola Pablo. Gracias, muchas gracias.

¿Te gustó?

Gustarme es poco, me encanta. Es lo más hermoso que he visto.

Deberías verte en un espejo, hay alguien incluso más hermoso que esa pintura.

—Oh. —Mis mejillas se sonrojan a pesar que él no está frente a mí—. Gracias.

No tienes que agradecerme. Lo hice porque así lo deseaba hacer.

—Quiero invitarte a cenar, para agradecerte por el precioso regalo. Y no, no me vas a decir que no debo estar agradecida, lo estoy y quiero darte algo a cambio.

Desde Mi VentanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora