Capítulo 25

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—Debes colocar la tierra de esta manera —indico y recibo un resoplido a cambio.

—Eso intento, pero se sale por este lado.

—Estás presionando mucho, hazlo suave, la tierra está seca.

Levanta sus ojos hacia mí y me regala un puchero.

¡Un puchero!

—No entiendo por qué razón accedí a ayudarles en esto. Este sombrero es ridículo —gruñe y muerdo mi labio para no reírme de él.

—Vamos papá, es divertido y relajante. —Marcela se acerca y besa la mejilla de su padre—. Además, nuestro jardín, gracias a tu ayuda, quedará hermoso.

—Ajam, y no vale entonces la ayuda de nosotros —protesta Saúl, secundado por Claudia—. Pero mi sobrinita tiene razón, es divertido verte con ese cursi sombrero, en el suelo, lleno de tierra y peleando con unas flores. —Pablo resopla, enviándole una mirada de muerte a su hermano, Claudia agacha su mirada para no reír, Edith niega con la cabeza y ríe y Saúl se encoje de hombros—. Sólo digo la verdad.

—Cállate, antes de que te haga comer tierra.

—Bien, que geniesito el tuyo, hermanito.

Muerdo mi mejilla y dejo caer mi cabeza para que Pablo no vea mi diversión. Samanta viene corriendo hacia nosotros y se lanza sobre la espalda de su padre.

—¡Arre caballo! —grita. Pablo se ríe y empieza a moverse como si fuera un corcel salvaje—. ¡Sí!

Nos reímos y al cabo de unos momentos, regresamos a nuestras tareas en el jardín de Pablo. Todos ponemos de nuestro empeño para que quede bien hecho. Desde hace días, Marcela y Samanta venían con la idea de tener su propio jardín. Hoy fue el día en que decidimos que tendríamos que hacerlo una realidad. Así que, traje todo lo necesario de mi tienda y el resto lo compramos en el vivero.

Empezamos el trabajo entre las niñas, Edith, y yo. Pero cuando Pablo regresó del trabajo y nos vio a las cuatro trabajando fuertemente, no se pudo resistir a ayudarnos. El caballero en él no permitiría vernos sudando por el sol y el esfuerzo y él sentado sólo observando. Le presté uno de mis "cursis" sombreros, guantes rojos y nos pusimos manos a la obra. Un rato después, Claudia y Saúl se unieron a nosotros.

Cuando el trabajo está terminado, tomamos un merecido descanso y nos sentamos alrededor de la piscina para refrescarnos y tomar el sol. Pablo juega con sus hijas y yo dejo que el sol broncee mi piel.

—Es bueno ver este lado de mi hermano más seguido —susurra Claudia al acercarse a mí. La miro y le sonrío—. Lo haces feliz Susana, ya no permanece con el ceño fruncido todo el tiempo.

Con las mejillas sonrojadas, respondo—: Él también me hace feliz a mí.

—Desde que te vi llegar supe que eras diferente. Mi hermano no dejó de mirarte a través de la ventana mientras mudabas tus cosas. Lo dejaste impactado cuando le gritabas a tu hermana y peleabas con el chico que dejó caer tu sofá.

El rubor de mis mejillas aumenta, al recordar el día de la mudanza y lo loca que estaba porque mis preciosas cosas no eran tratadas con delicadeza.

—Ay no, ¿me vio ese día?

—Desde ese día te estuvo observando. Saúl y yo nos burlábamos de él, siempre intentaba salir al mismo tiempo que tú, o estar en el patio de juegos a las cuatro en punto. —Suelta unas risitas, llamando la atención de todos hacia nosotras, me sonrojo más ante la atenta mirada de Pablo—. Ha sido adorable ver como el oso gruñón se desvivía por poder obtener un vistazo de la dulce y asustadiza vecina.

Desde Mi VentanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora