Capítulo 1

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Miro hacia el reloj justo cuando las manecillas marcan las cuatro en punto.

Inmediatamente me levanto de mi asiento y corro a tomar la regadera para las plantas y subo hasta mi cuarto. No verifico mi aspecto en el espejo, no me interesa que me vea, sólo quiero verlo a él. Enciendo el equipo y dejo que la música de mi cantante favorito, Juan Luis Guerra, alimente el día. Corro las cortinas de la ventana y lo veo.

Mi vecino.

Mi obsesión desde hace tres meses.

Pablo Arizmendi.

Hoy está vestido con otro de sus trajes a la medida, es gris, y le sienta demasiado bien. Resalta todo su majestuoso cuerpo, especialmente cuando se inclina para tomar en sus brazos a la pequeña niña que corre hacia él.

Una pequeña sonrisa se dibuja en su —la mayor parte del tiempo— estoico rostro. Y se ve aún más hermoso. Sus ojos verdes brillan y su cuerpo se relaja cuando acuna al bebé en sus brazos. La otra pequeña se abalanza hacia sus pies y se aferra a sus muslos como si su vida dependiera de ello. La sonrisa de Pablo se abre totalmente. Mostrando sus perfectos dientes.

A veces me pregunto si no sonríe por la cicatriz en su mejilla, no es fácil de percibir a distancia, pero de cerca, lo cerca que la ventana de mi cuarto me permite estar, puedo verla. Nace bajo el lóbulo de su oreja derecha y llega hasta la comisura de su boca. Es delgada, pero se nota que ha sido tratada.

La primera vez que me mudé a esta casa y, esa primera noche mí baño decidió revelarse y derramar todo su contenido —afortunadamente aun no lo usaba para hacer del dos— corrí a la casa de mis vecinos para pedir una bomba y arreglarlo. El hombre furioso que abrió la puerta me aterrorizó. Sus ojos como fuego me miraron como si fuera una mosca que perturba su cena, casi me orino cuando noté la cicatriz; la misma, combinada con esa dura y fría mirada, su altura y su enorme cuerpo... 

Bueno, creo que pude haber lloriqueado un poco.

Balbucee mi situación y lo que necesitaba, no respondió, sólo me contempló de arriba abajo y luego desapareció. No sabía si seguir o quedarme donde estaba. Justo cuando estaba decidida a irme, una pequeña cabeza de rizos negros asomó por la puerta. Los ojos verdes y más dulces me sonrieron, le correspondí la sonrisa y abrí mi boca para saludar a la pequeña princesa frente a mí, pero mi vecino llegó rápidamente, le murmuró algo a la niña, me entregó una bomba para baños y cerró la puerta en mi cara.

Regresé a mi casa confundida, no lo entendía. Decidí dejarlo así y arreglar mi baño. Terminé muy tarde esa noche, así que dejé el devolver la bomba al siguiente día. Fue lo mismo, toqué la puerta y el mismo hombre me miró como si fuera la mierda en su zapato, le entregué la bomba y le agradecí, pero no hubo respuesta de su parte hasta que una mujer apareció a su lado y me sonrío. Se presentó como Claudia y al vecino como Pablo Arizmendi, su hermano. Pablo gruñó cuando su hermana me dio a conocer su nombre y siguió fulminándome con la mirada, asustada, murmuré un adiós y regresé a mi casa.

La semana fue peor, pasaba por su casa y si me cruzaba con él, recibía su dura mirada. Realmente me asustó, pero lo peor fue cuando salí con mi hermana a uno de los Club de la ciudad, cuando terminábamos la noche y regresábamos caminando a casa, nos cruzamos con un furioso hombre golpeando la mierda de otro en la entrada de la casa de mi vecino. Mi horror fue mayor cuando el hombre que estaba por matar a golpes al otro era mi vecino, y se veía como una bestia salvaje. Cuando levantó sus ojos, conectó inmediatamente conmigo y el brillo en ellos aumento, un gruñido salió de sus labios y me congelé del miedo.

Mi hermana Jenny tuvo que halarme para que caminara de nuevo. Fue horrible. Me encerré en mi casa por cuatro días, temiendo encontrar a mi violento vecino y que me hiciera daño.

Desde Mi VentanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora