Capítulo 9

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De tu boca, dame más que se me agota

Tu recuerdo el último intento

De vivir en un solo cuerpo...

De tu boca, donde emigra mi ternura

Donde apago el sol de mi hoguera

Y en la sombra un beso me quema...

—Hombre, sí que lo tienes mal.

—¡Hijo de Dios! —grito por el susto que acaba de pegarme Simón—. Casi me matas de un infarto.

—¿Yo? —Se señala a sí mismo incrédulo—. Tú eres la que me matará con tu cacareo de gallina y esas canciones de amor que no dejas de repetir.

—¡Apenas y la he puesto dos veces!

—En los anteriores veinte minutos, ¿olvidas el resto del día?

Muerdo mi labio y miro al suelo avergonzada. Yami se ríe y continua en sus ramos mientras simón sigue burlándose de mí.

Suspiro y apago la música, la verdad es que tiene razón; llevo toda la mañana cantando la misma canción una y otra vez. No puedo sacármela de la cabeza, no después de ver la boca de Pablo comiendo la tarta que le preparé y decirme lo agradecido y lo deliciosa que estaba. La tarta, no yo.

Pero como me hubiera gustado darle un poquito de todo esto.

Jesús, realmente lo tengo mal por mi vecino.

Me encanta. Es así, Pablo me encanta y no puedo dejar de recordar lo que pasó ayer. He suspirado toda la mañana por ello.

—Déjame trabajar —gruño y me concentro en el ramo que estoy adornando.

—No puedo. Te buscan al frente.

—¿Quién?

—El hombre por el que llevas el día suspirando.

Oh mi Dios.

—¿Pablo?

—El mismo. Preguntó por ti —Se encoje de hombros y toma una de las manzanas que estoy colocando en el ramo y la muerde—, le dije que en un momento lo atendías.

—Vale, gracias. —Acomodo mi cabello y mi ropa, no quiero parecer una loca frente a él—. Y no te comas las frutas, no son para ti —gruño y empujo a Simón.

—Lo que digas jefa.

Mis pasos titubean un poco al ver a ese imponente e intenso hombre observando mi tienda. Está de espaldas, concentrado en los ramos que he hecho en la mañana y que están esperando a ser entregados. Observo sólo un segundo su trasero apretado en ese pantalón, y me aclaro la garganta.

Se vuelve hacia mí, su boca hace esa sutil pero hermosa curva que he llegado a anhelar.

—Hola.

—Hola Susana, ¿cómo estás?

Suspiro. —Bien, ¿y tú?

—Ahora, bien —responde y ladea su cabeza de esa forma que me hace querer besarlo—. ¿Qué harás esta noche?

Por todas las jodidas tartas de manzana, ¿me va a invitar a salir?

—¿Yo? nada, en casa, sólo en casa.

Asiente y saca algo de su bolsillo.

—Toma —Extiende una caja pequeña de chocolate blanco—, son para ti.

Desde Mi VentanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora