— Soy de esas personas que necesitan que le demuestren las cosas, los celos, el amor, la molestia. No me gusta ir adivinando nada. —Respondí ya con suficiente enojo.
— Cielo, no te pongas así. —Bufó— Sabes que...
— Que eres así. —Terminé por él— Sí, lo sé. —Tomé mi bolso de la mesa y me levanté a prisa— Lamento haber esperado tanto de ti.
Alejé mis pasos de la cafetería siendo perseguida por los suyos. Lágrimas hacían acto de presencia en mis ojos siendo detenidas rápidamente. Levanté mi mano a prisa y en dos segundos un taxi se detuvo frente a mí.
El frío de octubre me arropaba y me hacía recordar que estaba en casa. Se sentía tan bien volver a aquel lugar que me vio nacer.
— ¿A dónde Señorita?
— Saint Streep, por favor. —Aclaré mi garganta. El taxista asintió y emprendió camino.
El Señor del taxi me miró por medio del retrovisor al momento en que yo empujaba los mocos de las lágrimas que se empezaban a acumular. — ¿Se encuentra bien?
Asentí con un intento fallido de sonrisa. — Sí, no se preocupe. —El Señor taxista sonrió a medias y volvió su concentración a seguir manejando.
Minutos después me encontraba en el ascensor subiendo con una música bastante alegre a mi parecer, pero nada detenía mis pensamientos y corazón enojado.
¿Qué pasa cuando los problemas se escuchan más fuertes que la música?
Tomé una gran cantidad de aire y enseguida lo expulsé. Abrí mi bolso y busqué las llaves, el ascensor se abrió y salí en busca de mi puerta, Nro. 18, para ser exacta. Coloqué la llave en el cerrajero y empecé a abrir.
El teléfono del departamento empezó a sonar haciendo eco a mi alrededor. Cerré la puerta, me quité los tacones que ya bien me habían cansado, y por último tomé el teléfono de encima de la mesa.
— ¿Aló?
— ¿Casa?
Fruncí el ceño y miré el teléfono en mi mano. — ¿Disculpa? —Respondí luego de unos segundos.
— Le llamo desde un teléfono que me encontré. Miré en los contactos y encontré uno que decía "casa", así que llamé.
— ¿Tiene mi teléfono? —Pregunté asustada. Supongo que salí tan enojada que me apuré demasiado que olvidé mi celular que estaba junto a mi cartera.
— Eso parece.
— ¡Oh vaya! —Suspiré— Genial. ¿Dónde estaba?
— Encima de la mesa de la Cafetería Garibaldi.
— Claro. No sé como lo he dejado allí. —Mentí.
— Ya se lo digo. —Fruncí el ceño. Me aleje y me senté en mi mueble— Estaba discutiendo con alguien, muy enojada, tomó su bolso y salió a prisa. Seguido de usted, la persona con quien discutía corrió detrás de usted. Y sin darse cuenta, dejó su celular.
— ¿Estaba sentado a mi lado? —Pregunté apenada.
— A unas cuantas mesas de distancia.
— ¿Y nos ha oído discutir?
— Los ha oído todo el mundo.
Tapé mi rostro con mi mano totalmente apenada. — ¡Vaya! ¡Qué vergüenza! Es que... tengo problemas de relación con una persona de mi entorno.
— ¿Peter?
— ¿Disculpa?
— Los problemas son con Peter, ¿No? Me imagino que es con quién discutía, porque ha llamado más de siete veces. Y ha enviado mensajes. ¿Se los leo?
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·Bajo el mismo cielo·
RomanceEl peor día de tú vida, quizás, sólo quizás, pueda ser el mejor. Jamás dejar el teléfono en algún lugar había sido tan romántico. Quizás estamos en la época en qué en vez de dejar una zapatilla de cristal dejamos teléfonos. Para Cielo Howland...