Capítulo 6.

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Desperté por el sonido del gallo cantar y... esperen, estamos en la ciudad, aquí no hay gallos. O al menos no debería...

Tomé la almohada y la coloqué con fuerza sobre mi cabeza. No puede ser.

Ése sonido era la pura prueba de que Tania había llegado. Gruñí y me levanté de mala gana, caminé hacia el cuarto de baño en frente y toqué la puerta fuertemente.

— ¡Tania ya para de cantar! 

I'm young and I love to be young... 

— ¡Ni si quiera es el ritmo!

I'm free and da-da to be green...

— ¡Y mucho menos la letra!

Me alejé a prisa antes de que mis oídos estuvieran por explotar. Sin duda había olvidado por completo el hecho de que a Tania le gusta "cantar" en la ducha, se inspira tanto que pareciera más un burro pariendo que alguien cantando.

Y créanme, un burro pariendo emite unos sonidos bastante terroríficos.

Ugh.

Caminé a la cocina para ir preparando el desayuno mientras tanto. Aunque realmente no quería cocinar, pero no quiero llegar sin comer al trabajo de nuevo, entonces de nuevo me darían mareos, me daría la pálida, así que no, mejor desayuno. ¡Jesucristo! ¡Ten piedad de mí y...!

La puerta sonó provocando mi confusión. ¿A quién se le ocurre venir a las...? Miré el reloj en la pared. ¡Siete de la mañana! Gruñí y caminé hacia la puerta, abrí y fuera de ella se encontraba un muchacho desconocido. Alto, cabello castaño, ojos del mismo color, piel clara. Miré una pequeña mesa rodante a su lado y sentí curiosidad. Realmente creía en Dios, de eso no se dudaba pero... ¿Jesucristo de verdad había tenido compasión de mí y me había enviado el desayuno para yo no tener que cocinar?

— ¿Hola? —Saludé— ¿En qué te puedo ayudar?

— Vengo a hacer una entrega.

Lo miré desconfiada. Aunque por dentro le agradecía a Dios por haberme cumplido el deseo sin haberlo terminado de pedir. — ¿De qué o quién?

— Firme aquí, por favor. —Me entregó un pequeño papel, leí las letras grandes que indicaban que de verdad venían de una empresa, miré el sello y luego miré donde se debía firmar. Justo ahora se supone que empezaría a dudar pero no quería perder la fe. ¡No iba a cocinar! ¿A quién le importa si firmo un papel sin leer bien? Firmé y el chico me sonrió. Entonces esperé a que el chico acercara la mesa— Aquí tiene. —Sonreí en espera de que acercara la mesa, pero no pasó. Frente a mí el chico se encontraba extendiendo una carta. La tomé decepcionada y entonces el chico tomó su mesa con bandejas en ella y se alejó.

Me pregunté qué habría en esas grandes charolas de plata. Mi estómago rugió y mi mal humor creció.

— Tú compasión por mí cada vez me sorprende más. —Murmuré sarcástica a la nada pero refiriéndome a Jesucristo.

Empecé a caminar a la cocina de mala gana abriendo la carta con "delicadeza". Estaba por entrar al área de la cocina cuando la puerta sonó de nuevo.

¡Jesucristo! ¡Creo que ya obtuve suficiente!

Gruñí y caminé hacia la puerta. La abrí y el mismo chico se encontraba allí. — Perdone. —Rascó su nuca— Pero éste paquete también es suyo. —Me miró apenado— Me había confundido. —Miré como acercaba la mesa con las charolas y en el fondo me encontraba pidiéndole perdón a Dios. Tomé la mesa apenada, y el chico sonrió de nuevo y se fue.

·Bajo el mismo cielo·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora