Capítulo 3

944 129 84
                                    

Jordan se removió por enésima vez en su cama. Esa noche no era capaz de conciliar el sueño, y eso que él era de los que se quedaban dormidos nada más se metían en cama. No dormir era una de las cosas más odiadas por el peliverde: la incertidumbre de no saber a qué hora caerás en los brazos de Morfeo, o si tan siquiera lo harás; ponerte a pensar en todo lo que te ha pasado o lo que te puede pasar, en todo lo que hiciste mal y pudiste haber cambiado; mirar cada dos por tres el reloj y, con ansiedad, ver cómo los minutos pasan, y como esos minutos se convierten en horas, con el incesante "tic tac" que podía volverte loco. Dar vueltas, resoplidos, quejidos, golpear la almohada, tirar de las sábanas... Sin duda, no poder dormir era un suplicio.

Volvió a cambiar de posición, de estar tumbado de lado pasó a estar boca arriba, al tiempo que colocaba su antebrazo sobre sus ojos. En la penumbra de la habitación se distinguían pocas cosas, entre ellas el rubor de las mejillas de Jordan y sus labios apretados.

Un cosquilleo invadía todo su cuerpo, como si cientos de hormigas caminaran sobre él. El simple echo de recordar la sensación del aliento de Xavier en su oreja le hacía estremecerse, su voz colándose por sus canales auditivos le hacía temblar. Para qué negarlo, le había gustado ese gesto por parte del pelirrojo, aunque hubiese sido con un tono arrogante, de superioridad, incluso se podía decir que fue despectivo... Sin embargo, pudo notar una sonrisa lasciva mientras esas palabras brotaban de su boca, y eso provocaba todas esas sensaciones que estaba experimentado, que le impedía descansar como es debido.

—Vamos... ¿Acaso ahora eres un adolescente— susurró para la oscuridad—. Solo ha sido un susurro, unas palabras para que me pusiese a trabajar, cálmate, cálmate...

Suspiró y utilizó el brazo que le tapaba los ojos para alcanzar su teléfono móvil, el cual se encontraba en su mesilla de noche. Al presionar el botón de encendido, una tenue luz iluminó la habitación. El peliverde entrecerró los ojos debido a la luz que desprendía el mencionado objeto. Una vez se acostumbró a la luz, pudo distinguir los números que ponía la pantalla:

3.16

Sin duda, al día siguiente iba a tener unas profundas y negras ojeras bajo sus ojos.

~*~

El despertador no dejó seguir descansando al peliverde. Con su irritante pitido hizo que Jordan saliese del mundo de los sueños. Con los ojos pegados se incorporó y a continuación se los frotó para poder abrirlos. Con un par de pestañeos se acostumbró a la luz que entraba por las rendijas de la persiana, iluminando levemente la habitación. Con un movimiento se sacó las sábanas de encima y se sentó en el borde de la cama, sintiendo la suavidad de la alfombra en sus pies. Calzó sus zapatillas y, tras subir las persianas, se dirigió al lavabo... ¡Estaba realmente horrible! Su cabello enmarañado, las ojeras que el sabía que hoy se le formarían bajo sus ojos y un rastro de babas en las comisuras de sus labios, además, su expresión era similar a la de un zombie. Abrió el grifo y dejó que el agua corriese, formó un cuenco con las manos y se echó el agua que había quedado en ellas en la cara, después cogió la toalla más cercana y se secó. A continuación cepilló su cabello repetidas veces, mirando su reflejo en el espejo, observando como su cabello se volvía un poco más lacio. Tras esto, cogió un par de gomitas en el cajón y se hizo su habitual moño. Su rostro y cabello estaban listos, ahora valoraba su vestimenta. Pero en lugar de ir a su armario, siguió con la vista fija en su reflejo.

—Ay — suspiró, posando una mano en la mejilla y la otra cruzando su pecho—. Como pasa el tiempo... Parece que fue ayer cuando aún llevaba mi pelo en una coleta y correteaba cual niño pequeño.

Apoyó las manos en el lavabo y el pasado lo volvió a azotar, la nostalgia volvió al ataque. Añoraba los días en los que no tenía más de unos 6 años y correteaba alegremente por los jardines del orfanato, con su balón, con Xavier, con sus amigos... Todo eso quedó atrás, y ya no se podía recuperar. Seguirían en su memoria, en el mar de los recuerdos, y aunque eso le provocase una pequeña sonrisa, era una sonrisa cargada de tristeza, ya que esos recuerdos le oprimían el corazón, como si una mano hecha por las sombras del dolor entrase en su caja torácica para llegar hasta su corazón y allí, primero lo acaricia lentamente para sentir la parte más bonita de los recuerdos, la felicidad de aquellos días... Pero después... Esa misma mano se enreda alrededor de su corazón y, en un movimiento rápido y brusco, ejerce tal fuerza que produce un dolor intenso, el dolor de la nostalgia.

Jordan respiró hondo, intentando alejar los recuerdos y que esa mano hecha de sombras se fuesen.

Salió del baño y, como cada mañana, vistió su traje y se puso su corbata, cogió su maletín negro, preparó su desayuno y salió de casa camino al metro. Su vida era como un bucle, todos los días igual, absorbidos en un remolino de monotonía.

Ese día, cuando llegó a la empresa del señor Schiller y las puertas automáticas de abrieron, no se paró con nadie, no se fijó en los rostros de la gente y mucho menos saludó. Simplemente se adentró en el ascensor y subió al piso indicado, atravesó el pasillo y tocó dos veces a la puerta del despacho de Xavier.

Una voz grave y potente sonó tras la madera:

—Adelante— con esa indicación el secretario abrió la puerta y se adentró en la sala, saludando al señor Schiller.

Otra vez se sentó en su escritorio, otra vez sacó de su maletín multitud de documentos, otra vez se puso a revisarlos uno a uno, analizando cada palabra impresa que estaba escrita con esos papeles.

La única diferencia que había respecto a los otros días, era algo para muchos insignificante, imperceptible, pero para cualquiera que conociese un poco al peliverde sabría que ese gesto fue muy significativo:

No miró a Xavier.

Normalmente entraba y, al saludar al señor Schiller, lo miraba de arriba abajo discretamente, pero ese día tan solo miró al suelo mientras saludaba. Además, nada de sus miradas furtivas entre hoja y hoja, sin analizar lo que Xavier hacía o intentando adivinar lo que su antiguo amigo pensaba, cosa que nunca conseguía.

—Que extraño...— habló Xavier, a lo que el peliverde se sobresaltó, ya que su jefe no solía hablar durante horario laboral. Bueno, no solía hablar nunca— Hoy no me lanzas esas miradas, y tampoco me has contemplado cuando has entrado a trabajar...

—¿Eh?— fue lo único que Jordan pudo decir mientras sentía cómo sus orejas comenzaban a arder, signo de que un rubor comenzaba a  extenderse por sus mejillas.

Nostalgia {HiroMido}.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora