Capítulo 24

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—¡Hola, Xavier! ¿Sabes qué? ¡Hoy me lo he pasado genial con Claude y Bryce! Primero, fuimos a una cafetería porque los muy tontos no habían desayunado; después, fuimos al lago a ver a los patos y allí encontramos a unos niños que jugaban con... —Jordan parecía un niño pequeño contándole a sus padres lo que había hecho ese día. Pero su entusiasmo se vio interrumpido por una tosca pregunta por parte del pelirrojo.

—¿Y tú qué haces aquí?

Un témpano de hielo atravesó a Jordan. Ese tono de voz, esa actitud cortante... Lo había vivido antes. Tragó saliva, intentando deshacer el nudo que se había formado en su garganta, y se fijó en un detalle fundamental: Xavier llevaba las gafas que antaño habían disimulado tan bien quién controlaba el cuerpo.

—Tú no eres mi Xavier —susurró Jordan, aterrorizado. La voz temblorosa del peliverde hizo que a Foster se le parara el corazón.

Se quitó las gafas, y Jordan ahogó un grito de sorpresa. Un ojo era azul, e irradiaba odio, ira, frialdad... Una frialdad que tiempo atrás había sido su tormento; el otro, por el contrario, era de un verde brillante lleno de esperanzas, sueños y amor.

Xavier se quedó petrificado, como si fuera una estatua. Nada en su cuerpo indicaba vida excepto sus ojos. Parecía que el pelirrojo estaba librando una batalla en su interior. Jordan no sabía qué hacer, tenía miedo de actuar, pues no sabía cómo hacerlo ante estos casos, pero no podía dejar a Xavier solo con su enemigo. Se sentía impotente y cobarde, lo único que podía hacer era cerrar sus puños con fuerza y morderse el labio.

Para sorpresa de Jordan, Xavier gritó, llevándose las manos a la cabeza y después cayendo de rodillas. Cuando dejó de emitir sonido alguno y su cuerpo se desplomó sobre el suelo como una pesada losa, a Jordan casi le da un infarto.

Después de unos segundos en los que estuvo en shock, por fin reaccionó y decidió llamar a Shawn, pero algo, o más bien alguien, se lo impedía. Delante de su teléfono móvil se alzaba Xavier Schiller, con una sonrisa maliciosa, con una mirada fría y malvada, con un aura morada rodeándole. De esa aura salieron disparados incontables brazos conformados por sombras que envolvieron todo en la oscuridad.

—No puedes hacer nada por él, eres un inútil —habló Schiller. Jordan sintió que esas palabra le atravesaban como cuchillas—. Cuando más te necesita, tú lo abandonas a su suerte, cediendo ante el miedo.

—No es verdad —a Jordan le empezaron a escocer los ojos, y pronto supo por qué: las lágrimas querían brotar.

—Sí lo es. Siempre dependes de él. Él lo da todo por ti y tú no le devuelves nada. Estaría mejor sin ti, ¿por qué no desapareces de este mundo?

Cállate —le exigió con voz débil y cediendo ante las lágrimas—. ¡Cállate! —volvió a repetir, esta vez más fuerte.

Las palabras calaban profundamente en el peliverde. ¿Y si tenía razón? ¿Y si solo estorbaba en la vida del Xavier a quien tanto amaba? ¿Y si debía morir? Quizás así Xavier fuese más feliz. Quizás todos lo fuesen.

—Eres tan cobarde que hasta le temes a la muerte. Cuando murieron tus padres tuviste miedo por lo que había después de la muerte, por lo que algún día a ti también te llegaría. No era pena lo que te atormentaba en aquellos días, era terror.

«Soy más egoísta de lo que crees», le había dicho al pelirrojo en una ocasión. ¿Cómo sabía Schiller que se refería a eso?

—Egoísta. Egoísta. Egoísta. Egoísta. Egoísta —esa palabra no paraba de brotar de los labios del de ojos azules.

Su voz se multiplicó. Aparecieron más como él. Diez. Veinte. Treinta. Cuarenta. Cincuenta... Estaba rodeado de Schillers'. Estaba rodeado de «egoísta».

Entre toda esa confusión y ese caos, Jordan pudo distinguir algo: un cuchillo. Estaba lejos, seguramente en la cocina de la casa. No quiso pensarlo más, porque cuanto más lo pensaba más temía el resultado. Era lo mejor para Xavier. Para Claude y Bryce. Para él. Ya nadie tendría que sufrir por su culpa.

Se abrió camino entre los pelirrojos y agarró el mango del arma. Miró su muñeca, temblorosa. Apartó la mirada y cerró los ojos, una vez lo hubiera hecho, ya no habría marcha atrás. Con un movimiento rápido, de las venas de su muñeca la sangre comenzó a emanar.

Las voces de los pelirrojos de mirada fría que le rodeaban se fueron alejando.

Las palabras cada vez se escuchaban más lejanas.

Su respiración se volvía más pesada.

Lo último que se materializó en sus pensamientos antes de perder el conocimiento, fue la sonrisa amable y los ojos verde esmeralda de su amor.

~*~

La sala de espera era un criadero de gritos, exigencias y lágrimas. Claude, Bryce y Shawn estaban desesperados, aunque a algunos se les notaba más que a otros...

—Pero ¡vamos a ver! ¡Exijo que me dejen pasar a la habitación de mi amigo! ¡Os aseguro que de lo contrario voy a empezar a patear traseros!

—Claude, ya basta —le rogó Bryce poniendo una mano en su hombro—, los enfermeros y enfermeras solo cumplen órdenes. Esperemos a que nos den noticias —su voz era lastimera, se notaba la preocupación que sentía por la pareja.

Claude gruñó. Después, de mala gana, apartó la mano de su amigo y se dirigió a un asiento de la esquina que había en la sala. Allí se cruzó de brazos y empezó a dar toquecitos al suelo con el pie de manera desesperada.

Shawn había ido a casa de Xavier y Jordan, para una sesión con el pelirrojo. A su parecer, había mejorado de manera excepcional desde que empezaron el tratamiento, pero supuso que se había equivocado cuando lo vio tirado en el suelo, roto, como a él de sucedió años atrás. Su sorpresa y temor aumentaron cuando encontró a Jordan en la cocina, con un cuchillo su mano izquierda y sobre un charco de sangre.

Sintió rabia. Sintió pena.

Pero sobretodo, sintió impotencia.

Sintió fracaso.

Xavier, su tan preciado amigo, estaba sufriendo lo que él había padecido tanto tiempo atrás.

¡Qué cruel era el destino! ¡Qué irónica es la vida! ¡Qué frágil la mente! Los humanos, siempre presumiendo de inteligencia y de dominio ante otras especies, siempre creyéndose los soberanos del mundo, en realidad, siempre fueron muy frágiles. Tropiezan con una piedra en su camino y, la mayoría, en vez de levantarse y avanzar, se dejan estar sobre la arena y que el polvo se pose sobre ellos.

Shawn, como todos, había tropezado. Como pocos, se había levantado. Y ahora, volvía a caer sobre el duro suelo, pero esta vez su fallo no repercutía en él, sino en otros. Había fallado como psicólogo, y más importante aún, como amigo. Con su incapacidad, no solo había caído él, sino que había arrastrado a aquellos que más le importaban.

Y eso, no se lo perdonaría jamás.

Nostalgia {HiroMido}.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora