Optimista

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Existen millones de milagros alrededor del mundo, cada hora, cada segundo, siempre hay un milagro. Eso es lo que piensa Carlos, el mejor amigo de Eduardo. Carlos es un tipo positivo, optimista, cristiano. Eduardo cree que por eso es así. A veces piensa en que debería acercarse más a Dios como Carlos, ser más... "espiritual", pero no es lo suyo. Eduardo también es positivo y también cree en los milagros por supuesto. Para él, uno de los milagros más grandes que hay es el de crear una nueva vida. Un milagro que se ve casi a diario en hospitales de maternidad, en miles de millones de hospitales al rededor del mundo; y en casos no muy afortunados, ese milagro también ocurre en casas o en cualquier lugar posible. Tener un hijo para él es una cosa increíble, un reto que asumir y una enorme responsabilidad que vale cada segundo de sacrificio y compromiso. Para él, que una mujer dé a luz es algo increíble. Crear a una personita nueva, que pronto se convertirá en una niña o un niño, en un adolescente, un adulto y así sucesivamente; que tiene toda una vida por vivir. Es lo más asombroso y él quería ser partícipe de algo así. Claro que no todos concuerdan con él. Lo malo de todo esto es que la persona que no concuerda con él, es justamente su esposa Melisa.
Eduardo también cree en las tragedias. Pueden ocurrir en cualquier momento y pueden comenzar con la más mínima palabra, bueno, de hecho, dos palabras.
—¡Te odio!—la voz de Melisa salió como un gruñido.
Ese momento es uno de los que Eduardo nunca podrá sacar de su mente.

Cuando Melisa se enteró de que estaba embarazada lo único que llegó a su mente fue terror y enojo. Pensó que su vida se había acabado, que ya no podría disfrutar de ella. Pensó en todo lo negativo que podía pasarle. Melisa era bastante superficial. Perder su figura, su independencia, la diversión con su esposo, con sus amigas. Eso no era lo que ella quería. Para ella la vida era para vivirse y tener un hijo no estaba en la lista de "cosas por hacer". Sin embargo, ya no había vuelta atrás y eso la enfureció.

Eduardo le dijo que debería estar feliz, que era una bendición, que todo saldría bien y que la apoyaría en todo. No estaban en una mala situación económica. Ambos trabajaban y podrían darle una buena vida al pequeño o pequeña. A pesar de todo el aliento y apoyo que le brindaba Eduardo, Melisa seguía reacia a alegrarse por ser una futura madre. Melisa usaba como argumento el problema de Eduardo siempre en el trabajo, de que lo que decía nunca lo cumplía y que terminaría cuidando sola al niño o niña. Eduardo no era perfecto, cometía muchos errores y tenían peleas entre ellos muy seguido pero siempre arreglaban los problemas. Eduardo le prometió, le juró que no sería así, pero Melisa seguía sin estar conforme.

Durante los meses de embarazo Melisa era adusta con Eduardo, no soportaba la idea de tener a una persona creciendo dentro de ella, preparándose para arruinarle la vida. Los síntomas del embarazo solo empeoraban su humor y su actitud hacia la situación. Las peleas empeoraron entre ellos pero Eduardo se mantenía positivo. Estaba extremadamente entusiasmado. En la oficina, durante sus tiempos libres leyó libros, que le ofreció a Melisa para solo ser rechazado, investigó todo lo que podía sobre ser padre. Sus amigos lo felicitaron miles de veces. Entonces llegó el día.

El parto fue complicado, duro y cansado. Acabó con todas las energías de Melisa pero, después de un par de horas, a las cuatro y media de la mañana, se escuchó el primer llanto de la pequeñita que estuvo en su vientre durante ocho meses y una semana. El llanto era entrecortado y parecía que le costaba a la bebé. Melisa sintió algo muy extraño en su corazón al escucharla y lloró por horas. Cuando la pusieron en sus brazos y vio a la pequeña, se conmovió. No habría palabras para describir el amor de una madre por su hijo, sobre todo por el primer hijo. Melisa olvidó cualquier remordimiento, todo su enojo. Ahora solo quería tener a la pequeñita consigo.
Eduardo se sentía como el hombre más afortunado del mundo. Llegó a la habitación, ansioso por ver a la bebé, pero solo se encontró con Melisa en llanto. Eduardo de inmediato supo que había un grave problema. Melisa nunca lloraba de esa manera.

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