Lluvia ligera y repentina

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Cada que la oscuridad estaba por reinar, Eduardo volvía a abrir los ojos. Estaba cansado y la anestesia solamente lo inducía más a un sueño profundo. Pero él no quería dormir. Quería aprovechar lo más que pudiera. Deseaba ver a su hija el mayor tiempo posible, escuchar su linda voz, ver sus ojos fijos en él y sentir sus pequeñas manos acariciando su mejilla.
—Te vas a poner bien, papi—repetía Sofía mientras acariciaba la mejilla de Eduardo. Era como una especie de mantra.
Sofía sentía que si dejaba de decirlo, no funcionaría.
Eduardo sonrió y, con cuidado, tomó la mano de su hija.
—Gracias Sofi, me estoy sintiendo mucho mejor.
—¿En serio?—preguntó, emocionada.
Eduardo sólo atinó a asentir.
—¿Escuchaste, mami?
—Sí Sofi—Amanda sonrió con los labios—. Pero creo que es mejor dejar que papá duerma un poco. Que descanse.
—No—dijo, rápidamente Eduardo—. Quiero estar despierto.
—Pero si se te cierran los ojos Ed—Amanda puso su mano sobre su brazo y le dio un ligero apretón.
—Pero quiero verlas todo el tiempo que pueda.
Amanda se quedó sin palabras. Amplió la sonrisa y se recostó a su lado.
—Si no quieres dormir... podemos jugar a algo. ¿Quieres jugar, papi?
—¿A qué jugaremos?
—Podemos... jugar a cantar—sugirió, entusiasmada por su idea.
—Me parece bien—aceptó Eduardo, sonriendo.
—Tú primero papi...
—Muy bien—fingió aclararse la garganta y comenzó—. Twinkle twinkle little star—Eduardo cantó con una voz graciosa para hacer reír a Sofía, lo cual, dio resultado.
Amanda también se rió.
—Cantas muy feo papi—dijo, Sofía, entre risas.
—Vaya que sí—concordó Amanda.
—Mejor canta tú Sofi.
—Okay...—tardó un rato en elegir una canción. Se aclaró la garganta como lo había hecho Eduardo y comenzó—. Somewhere... over the rainbow, way up high...
Amanda se quedó sorprendida de que Sofía recordara la canción de la película. No pudo evitar soltar un par de lágrimas. Adoraba esa canción y ver que Sofía la cantaba con su hermosa vocecita la había conmovido demasiado. Sintió que Eduardo tomó su mano, volteó a verlo, también em estaba sonriendo con lágrimas en los ojos.
—Cantas precioso sirenita—la animó Eduardo.
—¿Te gustó?
—Me fascinó.
Sofía aplaudió emocionada.
—Ahora es el turno de mami.
—¿Yo?
—Sí mami, vamos—suplicó.
—Sí Amanda... vamos—dijo, Eduardo imitando a Sofía.
Amanda se rió.
—Okay okay, como resistirme a esos pares de ojos suplicantes.
Amanda vio la sonrisa de Eduardo y se alegró de que no se dejará vencer por la adversidad. Seguía siendo su Eduardo, su esposo, su amigo.
Amanda escogió una canción que siempre escuchaban en la radio. Sofía y Eduardo le aplaudieron cuando terminó. Continuaron jugando y riéndose por un buen rato hasta que Eduardo ya no aguantó el sueño y se quedó dormido.
Amanda llevó a Sofía a la cafetería mientras la enfermera revisaba a Eduardo. Cuando volvieron con dos hot-dogs y un jugo para las dos, el doctor estaba en la sala de espera, a punto de entrar a la habitación de Eduardo. Amanda se apresuró para alcanzarlo antes de que entrara.
—Doctor... ¿hay noticias?—preguntó Amanda.
—Mami... ¿puedo entrar con mi papi?
—Sí nena, ve—Amanda la soltó para que entrara a la habitación—. Espérame sentada en el sofá, ¿de acuerdo?
—Sip—fue lo último que dijo antes de correr a la habitación.
—Disculpe...
—Ya tengo los resultados señorita, y me gustaría que lo viera por usted misma—comentó el doctor, con expresión seria.
—Claro. Pero, Sofi...
—La enfermera está adentro. Podrá vigilarla mientras sigue aplicando la quimioterapia. No tardaremos mucho. Sígame por favor.
Amanda volteó hacia la habitación, segundos después, siguió al doctor.

En el consultorio, el doctor puso una radiografía sobre una lámpara. Ésta iluminó la radiografía. Amanda vio la imagen, confundida. El doctor comenzó a explicarle qué era lo que tenía frente a ella. Mostraba cada parte de la radiografía y le explicaba. Amanda sintió que las lágrimas la cegaban. Mientras más escuchaba al doctor, eran más sus ganas de llorar. Cerró los ojos con fuerza y se limpió las gotas que salieron muy a su pesar. El doctor le propuso varias alternativas, ella se sintió incapaz de siquiera hablar. Pidió que le diera unos minutos para sopesar la información y el doctor entendió perfectamente. Le dijo que iría a la habitación en una hora porque tenía que atender a otro paciente. Amanda salió del consultorio y se fue directo a la habitación, controlándose a sí misma. Todos aquellos años en los que había aguantado el llanto para que su hermana mayor se calmara la habían hecho una experta. Al entrar, sonrió al ver a Sofía sentada en el sofá como se lo había pedido. Eduardo seguía dormido y la enfermera estaba terminando de colgar el líquido de la quimioterapia. Se despidió con un movimiento de cabeza y salió de la habitación.
—¿Cuándo va a despertar, mami?—susurró Sofía.
—Supongo que en un rato más. Llamaré a Carlos para que te lleve a casa.
—No... no me quiero ir mami. Quiero estar con papá.
—Solo para que vayas a cambiarte y por algunos juguetes. ¿Te parece?—Amanda se sentó a su lado y sacó su celular.
—¡Sí! Traeré a mi changuito para que ayude a mi papi a sentirse mejor.
—Excelente. Esa es una buena idea.

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