Una oportunidad

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Lo primero que pasó por la mente de Amanda fue ignorar el citatorio. Estaba cansada, exhausta. No soportaba la idea de volver a estar frente a la mujer que más odiaba. Tampoco quería que se acercara a Sofía de nuevo. Le pareció increíble pensar eso de la mujer que le dio la vida a Sofía. Claro que le había dado la vida, pero no el amor que una madre le da a su hijo. Volteó a ver a Sofía, quien se encontraba ensimismada viendo la pantalla. Amanda sonrió. La amaba, adoraba a esa pequeñita y no iba a dejar que nada ni nadie volviera a separarla de ella.

Estuvo pensando en qué hacer toda la noche. Recostó a Sofía, hizo toda la rutina antes de dormir y le dio un beso en la frente cuando empezó a cerrar los ojos. La abrazó hasta que sintió que su respiración se relajaba por completo. Mientras tanto, su mente divagaba entre las posibles razones del citatorio y como enfrentarlas.

Al día siguiente llevó a Sofía al preescolar y de ahí se fue directo a su trabajo.

En vez de dirigirse a su oficina, caminó directamente hacia la oficina del abogado de Melisa. Tocó la puerta con insistencia hasta que ésta se abrió. Su compañero la vio con cara de confusión y sorpresa.
—Amanda...
—¿Qué pretende Melisa?
—¿Disculpa?
—No te hagas el desentendido Ryan. Me mandaron un citatorio. ¿Que no puede dejarnos en paz?
—No sé de qué hablas Amanda. Me despidió.
—¿Qué?—preguntó, realmente sorprendida.
—Se enteró de que yo te dije su dirección y pues... eso no le gustó. Ahora tiene una abogada pero no sé dónde trabaja. ¿Sigue insistiendo en el caso?
—Ya le aclaré que Sofía es mi hija ahora y que ella no tiene derecho de reclamar su custodia pero ahora me llegó un citatorio.
—Ven... pasemos—Ryan se hizo a un lado para dejar pasar a Amanda a su oficina.
—No sé que hacer—comentó Amanda, sentándose frente al escritorio.
—¿Por qué es el citatorio?
—Para arreglar "asuntos legales". No sé con qué saldrá ahora. En serio, estoy exhausta—Amanda puso la mano en su vientre, el cual, comenzaba a crecer.
—Me imagino.
—Estaba pensando muy seriamente en ignorar el citatorio y...
—No creo que sea la mejor opción. Tú sabes que seguirán insistiendo.
—Sí—Amanda se acomodó en el asiento—. Lo sé. Pero...
—Mi humilde opinión es, sí ya tienes todo lo necesario para demostrar que tú estás en lo correcto, vayas a donde te citaron y termines con esto de una vez por todas.
—Pues... sí. Tienes razón.
—Así por fin dejará de molestarte.
—Sí. Gracias por el consejo.
Amanda se puso de pie. Dispuesta a salir de la oficina.
—Hey, Amanda—ella volteó a ver a Ryan—. Cualquier cosa, no dudes en comunicarte.
—No dudaré. Gracias Ryan.

Inmersa en sus pensamientos, continuó con su trabajo. En la tarde, fue por Sofía a la escuela y escuchó su relato de todas las actividades que había realizado. Era increíble cómo Sofía podía hacerla reír y alegrarla a pesar de lo que estuviera pasando.
Comieron juntas en el comedor y, después de ayudarle a Sofía a hacer la tarea, Amanda se puso a arreglar todos los documentos que necesitaba para el encuentro con Melisa y su nueva abogada dentro de dos días. Cuando terminó, se puso a abrir los sobres de las cuentas pendientes por pagar. Ver todos esos números la estaba mareando y hasta comenzó a sudar. Se puso a pensar en Eduardo y en lo mucho que le gustaba a él hacer cuentas. Le llegó un ataque de nostalgia y tristeza. Se dio cuenta de que estaba llorando hasta que vio gotas en los papeles frente a ella. Respiró hondo y se limpió las lágrimas. Culpó a las hormonas y volteó al cielo. Pensó que todo sería más fácil si Eduardo aún estuviera con ella. Salió de su nebulosa cuando sintió los brazos de Sofía alrededor de su vientre. Volteó a verla, Sofía la estaba abrazando y había recargado su cabecita en su vientre crecido.
—Sofi...
—Ya no llores mami—la dulce voz de la pequeña salió en un susurro. Amanda soltó un sollozo. La tomó de la cintura y la sentó en su regazo para abrazarla mejor.
—Lo lamento Sofi, es solo que... cuando estás embarazada, tus sentimientos se vuelven locos y...
—Yo también extraño a papi.
Amanda la separó un poco para verla a los ojos. Sus grande y profundos ojos azules la veían con tristeza.
—Pero él no querría vernos tristes, ¿verdad que no Sofi?—Sofía negó—. Entonces no hay que estarlo. Tenemos que ser muy fuertes y pensar que él siempre estará viéndonos y quiere vernos felices. Así que, vamos... una sonrisita.
Sofía sonrió, cerró los ojos y la abrazó de nuevo. Amanda le deposito un beso en la frente y la estrujó con fuerza.
—Lamento haberme perdido por un momento Sofi. Ya no volverá a pasar.
—Está bien. Papi también lo hacía.
—¿Ah si?
Sofía asintió sin dejar de abrazarla.
Ambas se quedaron en silencio un buen rato, sin dejar de abrazarse.
—Mami...
—¿Si?
—¿Podemos hacer galletas?
—Por su puesto. Vamos.

StrongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora