Lo correcto

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Es increíble cómo un simple contacto puede cambiarte. Cambiar tu percepción de las cosas; tus sentimientos.
Tanto Amanda como Eduardo se sentían diferentes. Ambos, recostados en sus respectivas camas, en sus respectivos hogares, no podían dejar de pensar en el increíble beso que compartieron. Eduardo se sentía maravilloso, liberado de la gran opresión que sentía al ocultar sus sentimientos hacia Amanda. También sentía una inmensa alegría al recordar la sonrisa apenada que había visto que Amanda esbozaba al separarse de ella. Los fuegos artificiales se habían reflejado en su hermoso y claro rostro, que ahora tenía un brillo que él no había visto antes, pero que sabía que estaba ahí. Siempre que la veía sabía que ella tenía algo especial.
Eduardo no podía dejar de sonreír mientras veía al techo. Pensando en todo y en nada a la vez. Sentía que en su interior había una especie de fiesta donde todos su sentimientos se amontonaban. También pensaba en Sofía corriendo hacia él y lanzándose a sus brazos. No sabía si los había visto en el momento del beso pero, si había sido así, no pareció afectada en lo más mínimo. Ondulando entre sus pensamientos empezó a quedarse dormido.

Por otro lado, Amanda estaba confundida y a la vez no. Parecía saber exactamente lo que sentía. Alegría era lo que recorría sus venas, y un poco de vergüenza al recordar el momento incómodo de la despedida, donde ninguno de los dos supo que hacer hasta que terminaron dándose un extraño abrazo. Pero la confusión se instaló en ella por el simple hecho de sentir eso exactamente, felicidad. Se puso a repasar los años pasados, en todo lo que había dicho y hecho, y se dio cuenta de que en ningún momento había estado realmente feliz como en ese momento. Las comidas con Wendy, o los programas de televisión de comedia, ni siquiera esas risas habían sido genuinamente felices. Se recordó a si misma el por qué y comenzó a sentir que la tristeza la invadía de nuevo pero no se lo permitió. Sacudió la cabeza para borrar esos pensamientos y prefirió enfocarse de nuevo en el sentimiento de los labios de Eduardo sobre los suyos. Al hacer eso, deseó con todas sus fuerzas que volviera a pasar otra vez, incluso, deseaba hacerlo en ese preciso momento, pero era absurdo. Con una enorme sonrisa en el rostro y la imagen de los fuegos artificiales en su mente, se quedó dormida. Soñando con Eduardo.

***

La mañana siguiente transcurrió normal para Eduardo, exceptuando que se sentía mucho más relajado y alegre. Le preparó panqueques a Sofía y se puso a jugar con ella un rato. Incluso, la pequeña le preguntó si se encontraba bien porque estaba muy extraño. Ese comentario tan inocente le hizo darse cuenta que últimamente estaba más distraído con el trabajo que nunca y decidió dedicarse en cuerpo y alma a su hija antes que nada. Como respuesta a la pregunta de Sofía, Eduardo solo la abrazó y la llenó de besos mientras escuchaba la melodiosa risa de su pequeña.

En cambio, en el caso de Amanda, la mañana fue todo un caos. Varias veces intentó recordar de qué lado de la cama se había levantado porque todo estaba saliendo muy mal. Se levantó tarde, se le acabó el agua caliente al ducharse, y cuando se preparó rápidamente el desayuno se le cayó el café en la blusa y tuvo que ir por otra que no estaba planchada, pero esperó que el saco que llevaba encima cubriera las arrugas. Cuando dos de sus ligas para el cabello se le rompieron no hizo otra cosa más que maldecir. Sintió como su corazón latía a mil por hora por la furia contra sí misma en su interior por ser tan estúpida. El celular vibró en el tocador frente a ella y le sacó un susto que hizo que su corazón solo aumentara los latidos. Lo tomó y vio la pantalla para encontrarse con un mensaje de Eduardo. A pesar de todo lo que le había pasado en las últimas horas y de su furia contenida, sonrió.
"Eduardo: Éxito hoy! Te queremos ❤️"
Amanda sintió como su enojo aminoraba. Respiró hondo y se vio al espejo, ya peinada y maquillada, con el corazón relajándose poco a poco. Se sonrió y se dio ánimos a si misma. Se puso de pie decidida a olvidar todos sus incidentes y se dispuso a salir con la frente en alto. Tomó su bolso, acomodó la falda y se encaminó hacia la salida de su habitación. Para su gran suerte, la falda se le atoró en la manija del cajón del mueble y no resistió. Soltó un grito furioso. Lanzó el cajón con todas sus fuerzas a un lado y acomodó su falda, que ahora tenía un pequeño hoyo en la parte de su muslo izquierdo. Acomodó un cabello que se había salido de su perfecto moño y pensó en Sofía el día anterior. En ves de intentar arreglar su peinado, sacó otro mechón del moño y los dejó sueltos como los traía la pequeña. Sonrió y respiró hondo de nuevo. Salió evitando el cajón, se puso los tacones en la entrada y se persinó como le habría recomendado su hermana mayor. También pidió a todos los santos que no pasará nada más, sobre todo, que no se rompiera un tacón.

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