Juntas

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Los últimos meses, la cama había estado vacía. Amanda solía recostarse en el lado izquierdo de la cama y abrazaba la almohada pensando que era Eduardo. Prefería los días en los que dormía en el hospital con él. Ahora seguía vacía, pero era diferente. Amanda ya no podía imaginarse a Eduardo en el hospital, ahora solo se imaginaba el funeral, la misa, la tumba.
Se despertó asustada a las diez de la noche, no había dormido ni cinco minutos. Abrazó con más fuerza la almohada, que increíblemente aún tenía el aroma de Eduardo, y cerró los ojos con fuerza, rogando al cielo por que pudiera dormir por lo menos una hora. Pensaba en todo lo que tenía que hacer a la mañana siguiente. Con los ojos cerrados repasaba todo lo que había pasado, luego lo que haría al día siguiente y luego volvía a perderse en el pasado. En medio de su nebulosa, escuchó un ruido y, extremadamente alterada, abrió los ojos de golpe. Estaba asustada, ahora no estaba Eduardo para protegerlas. Esperó en la oscuridad de la habitación a escuchar el ruido de nuevo, éste volvió a inundar el ambiente. La puerta de la habitación se estaba abriendo. Se talló los ojos para mejorar su vista y se percató de que Sofía estaba asomándose por la rendija abierta de la puerta.
—¿Sofi? Ven aquí pequeña...
Sofía abrió la puerta y entró con pasos cortos y rápidos, parecía asustada. Subió a la cama con esfuerzos y se acostó al lado de Amanda. Quedando de frente a ella. Amanda se percató de que tenía los ojos llenos de restos de lágrimas.
—No llores Sofi—susurró con sutileza mientras acariciaba su sedoso cabello.
—Tuve una pesadilla.
Sofía apretó los ojos y se acercó más a Amanda.
—¿Quieres contarme lo que pasaba en la pesadilla? ¿O mejor hablamos de otra cosa? Para que no te de miedo.
—Ha... Había un monstruo en un hoyo grande y... venía por mi. Yo estaba sola...—su voz temblaba.
—Ya, tranquila, no estás sola. Yo estoy contigo.
Sofía se acurrucó entre sus brazos. Se movió un poco para poder tomar el relicario que tenía en el cuello. Amanda se apartó para verla.
—¿Puedes abrirlo?—pidió Sofía.
—Claro.
Amanda abrió el relicario y vio la foto dentro. Se mordió el labio para que no salieran las lágrimas.
—Quiero que papi esté aquí...—susurró Sofía, pasando el dedo pulgar por la fotografía.
—Yo también Sofi. Pero, estaba sufriendo. Ahora ya no lo está. Está con Dios en el cielo. Y es muy feliz.
—¿Y nos extraña?
—No...—Sofía volteó a verla, sorprendida y triste—. Porque él puede vernos desde allá. Y nos cuida. Además, siempre estará con nosotros... en nuestros corazones.
—¿En estos?—Sofía levantó el relicario.
—Sí jaja, pero también aquí—puso su mano sobre el pecho de Sofía. La pequeña cerró el relicario y volvió a acurrucarse entre los brazos de Amanda.
—¿Me cuentas otro cuento?
—Por supuesto. ¿Cuál quieres?
—El del mago de Oz. Para cantar la canción que le gustaba a papi.
—Me parece una buena idea.
Sofía no tardó en volver a quedarse dormida. Amanda, en cambio, se quedó un buen rato observándola, reconociendo los rasgos de Eduardo en ella.
Poco a poco fue quedándose dormida. Esa noche, ambas soñaron con Eduardo.

Lo que restó de la semana fueron días difíciles para Amanda y para Sofía. Ninguna lograba adaptarse al hecho de que Eduardo ya no estaba con ellas. Carlos llamaba de vez en cuando para asegurarse de que estuvieran bien, Diana hacia lo mismo. Wendy le mandaba mensajes de apoyo a Amanda. Todos trataban de amenizar el hecho de que Eduardo se había ido.
Sofía faltó a la escuela un par de días y, cuando volvió, Amanda recibió la llamada de la maestra para informarle que Sofía había tenido una crisis asmática no tan severa. Amanda salió del trabajo, en el que ni siquiera estaba poniendo atención, y se dirigió rápidamente a la escuela. Sofía corrió a sus brazos y comenzó a llorar. La maestra le informó que Sofía se había quedado dormida a media clase y que, cuando había despertado, parecía asustada. Amanda comprendió de inmediato. Ambas habían tenido pesadillas toda la semana y habían dormido poco. Ahora todas las noches dormían juntas. Incluso habían cambiado el nebulizador de lugar. Amanda se dio cuenta de que estaba asustada. Los últimos años había vivido sola, pero ahora tenía a Sofía, y temía que algo pasara y ella no fuera capaz de protegerla. Sofía por su parte, se sentía insegura al recordar que su padre ya no estaba con ella. Por eso se iba con Amanda, al estar con ella se sentía protegida.
Amanda se la llevó de la escuela. Ninguna de las dos volvió a sus responsabilidades en toda la semana siguiente.

StrongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora