Declive

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Amanda estaba sentada en el sofá de la sala de Eduardo. Veía la televisión, esperando a que Sofía regresara del baño. Eduardo le había pedido que la cuidara un par de horas porque tenía que ir a la oficina. Era sábado por la mañana. Amanda aceptó de inmediato porque adoraba cuidar a Sofía, el simple hecho de estar con la pequeña le fascinaba. Adoraba su alegría constante, su vocecita al platicar sus grandes historias sobre muñecos o películas que ella conocía, su sonrisa y sus ojos claros iluminados al jugar. Estar con ella le recordaba aquellos momentos en los que pasaba tiempo a solas con su madre. Solían cocinar juntas y, a veces, su madre le enseñaba a tejer. Pensó en que podría hacer eso con Sofía. Quería ser igual de buena que su madre, quería darle todo el amor del mundo a esa pequeña, todo el amor que su madre nunca le dio.
Sofía volvió del baño corriendo y se sentó junto a ella. Amanda la estrechó y continuaron viendo la televisión. Era un programa infantil que a Sofía parecía gustarle.
—Sofi—la niña volteó a verla—. ¿Te gusta cocinar?
Sofía asintió.
—Mi papi me deja cocinar con él todo el tiempo. Es divertido. ¿Tú cocinas?
—Sólo un poco. De seguro no tan delicioso como tu padre. Pero sé hacer cupcakes.
—¡Me encantan los cupcakes! ¡De fresa!
—A mi también me encantan. ¿Te parece si hacemos unos?
—¡Sí!—Sofía dio un salto—. ¡Vamos!
—Muy bien, vamos—dijo, Amanda, entre risas.
Ambas se dirigieron a la cocina. Amanda deseó haber estado en su casa, ahí tenía todos los ingredientes necesarios para preparar los cupcakes. En el apartamento de Eduardo parecía no haber nada. Encontró extracto de vainilla y azúcar, pero necesitarían mucho más que eso.
—¿Esto sirve?—dijo, Sofía, sacando el cartón de huevos del refrigerador.
—Eso claro que sirve Sofi. Muy bien.
Sofía sonrió orgullosa y continuó su búsqueda.
En ese momento, tocaron al timbre. Amanda y Sofía sabían que era Eduardo. La pequeña dejó lo que estaba haciendo para dirigirse hacia la entrada.
—¡Yo abro!
Amanda estuvo de acuerdo. Vio, desde la cocina, cómo Sofía quitaba el seguro; después, con todas sus fuerzas jaló la puerta. Su sonrisa se esfumó y Amanda se preocupó al ver esa reacción.
—¿Sofi?
Sofía estaba paralizada. Su respiración empezó a acelerarse.
—Sofi ¿qué sucede?—Amanda salió de la cocina pero se detuvo al ver a la mujer pelirroja del otro lado de la puerta.
Veía a Sofía con una sonrisa y lágrimas en los ojos.
—Mi niña hermosa—dijo, la mujer, acercándose a Sofía. La niña dio un paso atrás—. No tengas miedo Sofi, no te haré daño.
—Mami...—dijo, Sofía, aterrada.
Amanda se sintió perdida, confundida. Estaba segura de que esa mujer era la madre de Sofía, no sabía si Sofía la llamaba a ella o a la pelirroja. Su temor se esfumó cuando Sofía volteó a verla y volvió a llamarla. Corrió hasta ella para abrazarla.
—Disculpe pero...—Amanda alejó a Sofía de la mujer.
—¿Crees que ella es tu mami, Sofi?—la ignoró la pelirroja—. Eso no es cierto, lo sabes ¿verdad? Yo soy tu verdadera mami.
Sofía se quedó boquiabierta. La veía fijamente, como si quisiera asegurarse de que era real.
—Es la mujer mala—dijo, Sofía, ahora no muy segura de que eso fuera cierto.
Eso solo le confirmó a Amanda que esa mujer en verdad era Melisa. Deseó con todas sus fuerzas que Eduardo llegará en ese preciso momento.
—Yo no soy mala Sofi. Soy tu mamá. Ven... dame un abrazo pequeñina.
Sofía, aún temerosa, se soltó del agarre de Amanda. Dio unos cuantos pasos hacia la mujer frente a ella.
—¿Tú... eres mi mami?
—Sí. Sí Sofi, soy yo...
—¿No eres mala?
—No Sofi. Ven aquí...
Amanda no estaba muy segura de lo que debía hacer. ¿Tenía que evitarlo? ¿O permitir que fuera con ella? No le quedó mucho tiempo para tomar una decisión. De un momento a otro, Sofía ya estaba abrazando a la mujer. Amanda sintió un vacío muy grande en su interior al ver esa imagen. Se sintió como una intrusa, más fuera de lugar que nunca en la vida.
—Mamá...—susurró Sofía, abrazando a Melisa con fuerza.
Melisa la abrazaba de la misma forma. La cargó y se puso de pie.
—No sabes lo mucho que te he extrañado mi cielo—Amanda no se permitió llorar. Vio fijamente a la mujer mientras daba unos cuantos pasos atrás. Era idéntica a Sofía.
—Yo también mamá—dijo la pequeña, escondiendo su rostro en el hombro de Melisa.
—¿Y tú?—Melisa vio a Amanda con desprecio. Amanda sintió que su sangre se volvía caliente. Sus mejillas se ruborizaron y se quedó sin habla.
—Y...yo...
—¿Quién eres?
—Yo...soy...
—Eres una intrusa. Eso es lo que eres. Tratando de hacerte pasar por la madre de mi hija.
—Yo lo único que "traté" es darle el amor a Eduardo y a Sofía que tú no les diste todos estos años.
—Sí, Aja. Sigue diciéndote eso a ti misma. Yo se que sólo querías estar con ellos para no sentirte inútil, pero ¿qué crees?, sí lo eres. Eres una mujer inservible que quiere pegársele a la vida de otras personas que no te necesitan, todo porque eres una fracasada. Pero ya estoy aquí, se acabó el juego de la "mami". Adiós, lárgate de mi casa y de la vida de ¡mi! Familia.
Amanda no pudo contener ni un segundo más el llanto. Estaba enfadada, furiosa y a la vez, se sentía sumamente humillada.
—¿Qué clase de mujer abandona a "su" familia tantos años?
—No conoces mis razones y no pienso explicártelas. Ahora, lárgate de nuestras vidas.
Justo en ese instante llegó Eduardo. Vio la escena y se quedó petrificado. Melisa se giró para verlo. Sofía no dejaba de abrazarla por el cuello.
—Ed... cariño.
Melisa se acercó a él. Eduardo parecía confundido. Se quedó inmóvil junto a su ex esposa y su hija. Amanda lo vio a los ojos, buscando alguna defensa, pero no la hubo. Él solo la veía fijamente.
—Eduardo...
—Vete Amanda—pidió Eduardo, bajando la mirada.
Amanda no podía creer lo que escuchaba.
—¿Edua....?
—¿No escuchaste lo que dijo? Dijo que te vayas.
Amanda reprimió sus ganas de darle una cachetada. La decepción y la tristeza invadían su cuerpo. Con lágrimas en los ojos, corrió hasta la salida. Sintió que Eduardo la tomaba del brazo; en cuanto volteó a verlo escuchó una alarma... segundos después, despertó.

StrongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora