A jugar

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En el taxi, Eduardo llevaba la mirada fija en la ventana, pensando en todo lo que había pasado unos momentos antes. Sofía yacía en su regazo, con la cabeza recargada en su pecho, profundamente dormida. Estaba exhausta por los juegos y por el esfuerzo que había hecho al intentar respirar. De igual manera, cansada de llorar.
Eduardo también estaba cansado, de todo; de ver a Sofía sufrir, de los sustos que se llevaban ambos en cada ataque, ya no lo soportaba. Sin embargo, él no se daba por vencido como Melisa. Se le revolvió el estómago con tan solo pensar en ella. 
Abrazó a su hija y le dio un beso en la cabeza. Tan tranquila mientras dormía.
Pensó en llamar a Carlos para disculparse por su actitud pero estaba exhausto, no quería hablar con nadie en ese momento. Siguió pensando en cómo había pasado todo, porque para él, todo pasó muy rápido. En su repaso mental apareció la cara de miedo de la hermana de Diana. No recordaba su nombre pero si recordaba su rostro a la perfección. Los ojos castaños y profundos, la boca ligeramente abierta por el asombro, el cabello ondulado detrás de la oreja y cayendo sobre sus hombros. Se sorprendió a si mismo pensando en lo bonita que era pero, al recordar lo que había pasado, todos los pensamientos positivos se esfumaron. Claro que había sido un accidente, ella no sabía la gravedad del asunto, también pensó en llamarla para disculparse y agradecerle el querer ayudar a Sofía, pero con ella no había forma de comunicarse.
—Llegamos—lo sacó de sus pensamientos el taxista.
Eduardo sacó dinero y le pagó. Bajó a Sofía con cuidado y la llevó cargada hasta el apartamento.

Al entrar, se dirigió directo a la habitación de Sofía. La recostó con delicadeza y le quitó los zapatos para que estuviera más cómoda. Quitó el cabello de su rostro y la observó por un rato, hasta que Sofi empezó a moverse. Abrió los ojos, aún un poco hinchados por el llanto y el sopor.
—Papi—dijo más dormida que despierta.
—Duerme otro rato sirenita, iré a preparar algo para comer.
—¿Ya no iremos al resaurante?—preguntó con voz triste.
—Prefiero que descanses nena. Haré macarrones con queso, ¿qué te parece?
Sofía solo asintió cerrando los ojos de nuevo.
Eduardo se dirigió a la salida pero, cuando escuchó de nuevo a Sofía, se detuvo.
—Lo siento papi.
Eduardo volteó a verla. Seguía recostada y lo veía con ojos acuosos. Se acercó rápidamente a ella y se sentó en la cama.
—¿Por qué te disculpas? No tienes porque disculparte.
—Porque me puse a jugar con Eli, y...—un sollozo la interrumpió—. Y me sentí mal pero seguí jugando. Yo... yo solo quería jugar.
—No tiene nada de malo Sofi, no tiene nada de malo. No te disculpes—Eduardo la abrazó para consolarla, con el corazón completamente partido en dos.

***

—Y ¿a qué jugaron Sofi?—preguntó la pediatra Judy mientras ponía el estetoscopio en la pequeña espalda descubierta de Sofía.
—A las muñecas y... al salto de rana, ese era divertido, pero me sentí mal—Sofía bajó la mirada—. Y seguí jugando.
—Claro que ibas a hacerlo, si es divertido uno quiere seguir jugando, ¿no es así? No te pongas triste pequeñita—Judy la tomó de las mejillas—. No te pongas triste, quiero esa hermosa sonrisa con la que siempre iluminas mi consultorio. A ver... una sonrisa.
Sofía levantó la mirada y sonrió.
—¡Pero mira que hermosa! Ven, vamos con papi ¿Okay?
Sofía asintió mientras bajaba su pequeña playera.

—Todo está normal dentro de lo que cabe—dijo Judy sentándose en su silla detrás del escritorio.
—Bueno—dijo Eduardo resignado—. Es mejor que recibir malas noticias.
Sofía levantó los brazos para que Eduardo la subiera a su regazo.
—Son noticias neutras—dijo ella antes de mostrarle una sonrisa con los labios.
Eduardo le dedicó la misma sonrisa mientras acariciaba el cabello de su hija.
—¿El tratamiento seguirá igual?—preguntó él.
—No, unos cuantos cambios debido a que Sofi está creciendo. Sofi, tengo que platicar un rato un poco largo con tu papá, ¿quieres ir a dibujar con los crayones que están allá atrás?
Sofía asintió. Se bajó de un salto del regazo de su padre y caminó a paso veloz hasta la otra habitación.
—Me comentaba Sofi que conoció a una niña—continúo Judy.
—Si. El domingo pasado fuimos a la iglesia a la que asiste mi mejor amigo. Ahí conoció a una niña más o menos de su edad. Se pusieron a jugar y, creo que se emocionó demasiado. Entró en una crisis que gracias a Dios no pasó a mayores.
—¿Es su primera amiga?—preguntó Judy.
—Pues es la primera niña con la que juega...
—Oh, Okay. Y... ¿por qué entraría en crisis? ¿Tú viste cómo estaban jugando?
—No, la dejé en la guardería. De lo cual me arrepiento horrores. Nunca debí perderla de vista. Según lo que me cuenta se pusieron a saltar y a correr.
—No está mal que la hayas dejado sola un momento, eso ayuda a que empiece a perder el miedo de adaptarse, de probar cosas nuevas. Y ¿no sabes por cuánto tiempo estuvieron jugando?
—No, la verdad no. Supongo que unos quince minutos. Pude escuchar risas desde la otra habitación. No duraron mucho.
—Si no fue mucho el movimiento que realizó y entró en crisis me preocupa—Eduardo la vio fijamente, con miedo—. No está mejorando nada, absolutamente nada. Por eso quiero cambiar el tratamiento. Tal vez, el que Sofi no se mezcle con otros niños no está bien. De hecho no está nada bien. Tiene que hacerlo antes de que entre a preescolar. Sus pulmones tienen que adaptarse a la demanda de aire y ella debe de acostumbrarse a hacer amigos y a relacionarse con otros pequeños.
—Lo que... me partió el alma fue cuando me pidió perdón por haber jugado.
—Ahí está. Ella cree que eso está mal. Es una niña. Tenemos que cambiar eso.
—Pero las alergias... y el...
—No estoy diciendo que la lleves a correr un maratón en el desierto. Puedes llevarla a un parque, ve a jugar con ella. Comienza a enseñarle lo bonito de ser niña porque, creo que ella no podrá descubrirlo si la mantenemos en una burbuja.
Eduardo se quedó callado, pensando en que la pediatra tenía razón.
—Claro, siempre lleva el inhalador con ustedes. También, comienza con las clases para el uso del inhalador sin tu ayuda. Para que, cuando se presenten asuntos como los del domingo no entren en pánico. Ni tú ni ella.
—Si, eso haré—dijo Eduardo decidido. Haría todo por el bienestar de Sofía.
—Y aumentaré la dosis, además, vamos a necesitar un nebulizador. No son tan caros. Y hay que usarlo cada noche antes de que se vaya a dormir. ¿Okay?—dijo mientras escribía todo en su computadora.
—Okay—dijo Eduardo.
Judy imprimió la receta y se puso de pie.
—Ven, te enseñaré cómo usar el nebulizador.
Eduardo la siguió.
La pediatra les enseño a Sofi y a Eduardo el funcionamiento del nebulizador, le dio un dulce a Sofi y se despidió desde la puerta.
—Hey—dijo Judy cuando ya se estaban alejando. Ambos voltearon—. A jugar se ha dicho ¿entendido?
Ambos asintieron con una sonrisa.

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