No hay tiempo que perder

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(Para aquellos que no hayan leído mis historias, suelo poner canciones que solo quedan en ciertas partes del capítulo. Si la escuchan ahora será como de "what?" xD por eso les sugiero que la escuchen cuando vuelvan a ver las letras en negritas, ¿Okay? Okay... Gracias, bye, empiezo el capítulo ya)

Varios días después de la reconciliación, Amanda estaba guardando algunas de sus cosas en una caja. Le dio risa la ironía de su situación. Hace algunos años, se encontraba haciendo lo mismo, solo que en vez de hacerlo con calma y con una sonrisa en el rostro, lo había hecho a toda prisa y con lágrimas en los ojos. Recordaba perfectamente el día en el que salió corriendo de la casa de su ex novio, ex prometido. Recordaba aquel sentimiento de opresión en el pecho y de desesperación. Ahora, estaba contenta. Un poco triste por toda la situación pero, feliz por irse con Eduardo y Sofía. Ya no soportaba estar separada de ellos ni un minuto, y estaba dispuesta a apoyar a Eduardo en todo lo que necesitara.
Mientras ella guardaba sus cosas, Eduardo estaba con el oncólogo para decirle que había cambiado de opinión y que tomaría el tratamiento y las quimioterapias. Estaba decidido a luchar, por él mismo, por su hija, por Amanda.
Sofía mientras tanto, se encontraba en la casa de Diana, jugando con Elizabeth, haciendo collares y pulseras de colores y viendo películas. Aún no sabía lo que le sucedía a su padre, pero él y Amanda decidieron esperar un poco para contarle y que no se preocupara. Ambos guardaban la esperanza de que todo saldría bien. Después de todo, había un cinco por ciento de probabilidades. La visión negativa de Eduardo, se había convertido en positiva, o al menos, así intentaba hacerlo.

Amanda ya había terminado de empacar casi todo. Salió de su habitación para dejar la última caja en la entrada de la casa.
—¿Eso es todo? ¿O también te quieres llevar las paredes y el techo?—comentó Wendy, mientras cargaba otra caja.
—Cierra la boca Wen.
Wendy le sonrió. Amanda volteó a ver la casa que le había servido de inicio en su nueva vida. Se sintió nostálgica y a la vez alegre. Esa nueva vida por fin estaba tomando forma.
—¡Hey!—gritó Wendy, desde el exterior. Amanda volteó a verla—. Ánimo amiga—dijo, sonriendo. Amanda le sonrió—. Y ahora ayúdame caramba. No voy a subir todas tus cosas yo sola.
Amanda soltó la carcajada.
—Te dije que te dejaría conducir.
—¿Entonces ahora soy tu chofer?
Amanda volvió a reír.
Sacó todas las cajas y las metió en el auto junto con Wendy. Terminaron sentadas en el cofre el auto, exhaustas.
—Iré a ver si no falta nada.
—Dios por favor ¡no!—gritó, exageradamente, Wendy. Se recostó en el cofre y soltó el humo del cigarro que estaba fumando.
—Ya tira esa porquería—Amanda sonrió mientras le pagaba en la pierna antes de entrar de nuevo a la casa.
Revisó cada rincón de la sala, el comedor y la cocina. Todos los muebles estaban de nuevo envueltos en sábanas. Sintió como si hubiera viajado en el tiempo. Entró a su habitación por última vez. Abrió cada uno de los cajones de su tocador y se sorprendió al ver que había dejado algo. Era aquella caja que Eduardo le había dado en Navidad. La abrió y vio el dije de patín de hielo. Recordó como lo había refundido en el cajón unos días después de haber cortado con él. Lo tomó y se lo colgó en el cuello. Se llevó la caja en su bolso y sonrió al sentir el frío del metal sobre su cuello. Ahora sí, estaba lista para irse.

~~~

Carlos estaba esperando junto con Eduardo afuera del consultorio del oncólogo. Cuando se abrió la puerta, una mujer salió acompañada de otra. Parecía mayor que la primera y llevaba una gorra de béisbol. Sabía perfectamente porque. No había cabello en su cabeza. Carlos intentó ignorar el hecho de que esa mujer estaba sufriendo, tampoco quería pensar en el hecho de que Eduardo pasaría por eso. Volteó a ver a su amigo, quien estaba inmerso en su celular. Agradeció que él no había visto a la mujer. No quería que se desanimara. Eduardo levantó la vista al sentir que Carlos estaba viéndolo.
—¿Ahora espías mi celular?—dijo, sonriendo.
Carlos se alegró de que Eduardo estuviera de buen humor de nuevo. No soportaba ver a su amigo con el humor que había tenido las últimas semanas. Ahora, era él de nuevo.
—No...
—Primero rompes tus promesas y ahora espías. ¿Quién eres y dónde está mi amigo el cristiano?
—¿Hasta cuando me vas a reclamar que "rompí mi promesa"?
—Hasta el día de mi muerte querido amigo.
Carlos se quedó callado. Sonrió, pero le dolió en el alma que por su mente pasó la idea de que la muerte de Eduardo era un tema de conversación muy frecuente últimamente. Se limitó a desviar la mirada.
Eduardo se percató de su incomodidad, él tampoco dijo nada. Había conocido a Carlos cuando eran unos niños.

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