Te quiero

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El primer viernes que Sofía pasó en la escuela fue bastante difícil para ella. Cuando Eduardo la dejó en el preescolar, después de darle un fuerte abrazo y un beso, se dirigió hacia donde estaba su maestra. La maestra Caro la recibió con una gran sonrisa como siempre y le pidió que se uniera al grupo. Elizabeth ya la esperaba. Se saludaron y, cuando sonó el timbre, siguieron a la maestra y a su grupo. Sofía se quedó extrañada al ver que no se dirigían al salón. La maestra continuó su camino y ninguno dijo ni una sola palabra, solo continuaron siguiéndola.
—Trajeron ropa cómoda, ¿cierto?—preguntó la maestra a medio camino.
Todos respondieron con un efusivo "sí", incluyendo a Sofía. Eduardo le había comprado un conjunto bastante bonito y cómodo en el centro comercial, claro, con la ayuda de Amanda. Unos pantalones largos y una blusa a juego con los pantalones. Llevaba sus tenis color rojo y el cabello recogido en lo que intentó ser una coleta, Eduardo casi lo había logrado, solo había quedado un poco ladeada pero, aún así, Sofía le dio un abrazo entusiasmada por su nuevo peinado.
—¿A dónde vamos?—le preguntó Sofía a Elizabeth en voz baja.
—No lo sé. Creo que al salón de deportes—le respondió su amiga de la misma forma.
Y Elizabeth no se equivocaba. La maestras abrió la puerta y dejó entrar a los niños. Todos soltaron expresiones de asombro cuando vieron el lugar. Sofía recordó cómo lucía el salón el día del recorrido. Todos los colchones y las figuras de hule espuma estaban apiladas en una esquina; ahora, todo estaba acomodado en forma de una especie de circuito que atraería la atención de cualquier pequeño. Sofía y Elizabeth se quedaron boquiabiertas analizando el circuito. Con la mirada, Sofía llegó hasta el final, donde había un montón de medallas de plástico color dorado y un tazón lleno de caramelos, iguales al que le había comprado Amanda aquella vez en el supermercado. Sofía recordó el sabor de inmediato y estuvo impaciente por tomar uno.
—Okay niños, hoy será la clase de deportes. La actividad consiste en acabar el circuito y llegar por su medalla y su caramelo al final. Todos podrán tener uno. Primero, deberán correr por estos cuadros de colores, después, hay que pasar por este túnel color verde, ¿saben a qué insecto se parece este túnel?
Sofía recordó la clase del día anterior, donde habían visto varios dibujos de insectos qué hay en los jardines. El túnel tenía forma de gusano.
Todos gritaron al unísono la palabra "gusano" y la maestra los felicitó.
—Después de pasar por el túnel, tendrán que saltar estos aros y luego pasar por esta alberca de pelotas...
Mientras la maestra continuaba explicando el circuito, Sofía se emocionaba cada vez más.
Una vez que la maestra terminó, les indicó que se quitaran los zapatos. Todos obedecieron, ansiosos por empezar. La maestra los puso en grupos de tres para que no se amontonaran todos en el circuito. A Sofía le tocó con dos de sus compañeros.
—Muy bien niños, en cuanto haga soñar este silbato, saldrá el primer grupo ¿entendido?
Todos afirmaron.
—Excelente. En sus marcas... listos...—e hizo sonar el silbato.
El primer grupo de niños salió disparado por los cuadros de colores. Sofía era del cuarto grupo. La maestra de acercó a ella y le susurró al oído.
—Con calma Sofi, ¿Okay? No es una carrera, hazlo a tu ritmo, y si te cansas, te detienes, no hay ningún problema.
Sofía asintió un poco aliviada, pero la emoción seguía recorriendo sus venas.
El primer grupo llegó a la meta. Los niños tomaron sus medallas y sus caramelos.
—Los caramelos los comeremos hasta la hora del almuerzo chicos. ¡Muy bien hecho!—se dirigió al siguiente grupo—. ¿Listos?—los tres siguientes niños asintieron—. En sus marcas... listos... ¡fuera!
Y así continuaron hasta que fue el turno del grupo de Sofía. La maestra le guiñó el ojo y le dedicó una sonrisa. En su interior, estaba preocupada por ella, pero sabía que Sofía era una niña inteligente y sensata. Además, no podía dejarla fuera de la actividad.
Cuando sonó el silbato, los dos niños del grupo de Sofía salieron corriendo, dejándola atrás. Ella, controlada por la emoción y la adrenalina, aceleró el paso lo más que pudo.
—¡Despacio Sofi!—gritó la maestra pero ella no la escuchó. Continuó corriendo hasta que alcanzó a sus compañeros.
Se agachó para pasar por el túnel. Fue entonces cuando sintió que su mundo daba vueltas. Sentía las mejillas calientes y el sudor corría por su frente. No había pasado ni la mitad del circuito pero había corrido más rápido que nunca en su corta vida. Logró salir del túnel, pero no logró levantarse como lo hicieron sus compañeros. Los silbidos no llegaron, la tos fue la que aviso que algo andaba mal. Empezó a toser sin control. Desesperada por sacar las flemas que rápidamente se habían formado en sus vías respiratorias y que le impedían seguir. Vio cómo se alejaban sus compañeros y la impotencia la invadió. Quería terminar, quería llegar por su caramelo y su medalla. A pesar de la tos y de que cada vez era menos el oxígeno que circulaba por su cuerpo, se puso de pie. Dio unos cuantos pasos antes de caer.
La maestra corrió hacia ella y le pidió a una de las niñas que fuera por la enfermera. Tomó a Sofía entre sus brazos y la sacó del circuito. Sofía no podía respirar pero tampoco podía dejar de llorar. Le dolía el pecho, y le dolía la idea de que no había podido terminar el circuito. La enfermera llegó solo minutos después, con inhalador y espaciador en mano. Le indicó a la maestra que la acomodara para poder ponerle la mascarilla. Sofía inhaló como ya lo había hecho en otras ocasiones. Tuvieron que alejarle la mascarilla un par de veces para que tosiera y sacara las flemas y el flujo nasal. Después de lo que pareció una eternidad, Sofía volvió a sentir el oxigeno recorrer su interior. Exhausta, se quedó recostada en los brazos de la maestra, quien estaba invadida de alivio. La maestra se la dio a la enfermera y ésta la llevó a una de las pequeñas camillas de la enfermería para que se recuperara. Le puso oxígeno y la dejó recostada. Sofía sollozaba viendo hacia el techo. Solo pensaba en que quería estar con su padre.
Eduardo no tardó en llegar después de que lo llamaran.
Estaba entregando uno de sus múltiples curriculums en una empresa que había anunciado en el periódico que necesitaba un administrador. Él era contador pero al parecer, ninguna empresa buscaba contador y sus clientes actuales por lo general eran restaurantes o cafeterías, ellos no necesitaban un contador que estuviera en un despacho, por consiguiente, no pagaban más de lo mínimo.
Al salir de la empresa, sintió su celular vibrar en el bolsillo de su saco. Cuando vio el número de la escuela, supo que algo andaba mal. Se dirigió de inmediato a la calle para pedir un taxi mientras contestaba la llamada. Lo que le informó la maestra lo llenó de pánico, aunque quiso evitarlo, no pudo. La maestra le aseguró que Sofía ya estaba bien, pero Eduardo no se iba a quedar tranquilo hasta que la viera.
Entró a la enfermería y se le rompió el corazón al ver que las camas eran pequeñas, perfectas para los niños, eran casi del tamaño de la cama de Sofía.
Su hija estaba en la primera camilla, viendo al techo, completamente despeinada, con una mascarilla cubriéndole la nariz y la boca.
—Sofi...—dijo intentando parecer fuerte.
Sofía de inmediato volteó a verlo. Se sentó y empezó a llorar extendiendo los brazos hacia él.
Eduardo no dudó ni un momento, se acercó a ella y la abrazó con fuera.
—¿Qué pasó sirenita?—le quitó el cabello del rostro y le limpió las lágrimas que corrían sobre sus pecas.
Sofía comenzó a hablar pero la mascarilla impedía que Eduardo pudiera escucharla. Se la quitó con cuidado.
—Yo... quería... ter...terminar—dijo entre sollozos—. No pu... pude.
Sus hombros se movían al ritmo de sus sollozos. Eduardo depósito un beso en su frente y volvió a abrazarla.
—Tranquila... tranquila pequeñita.
Eduardo se quedó un rato con ella. Abrazándola, consolándola. Minutos después de su llegada, la puerta de la enfermería se abrió. La enfermera había salido al baño. Eduardo supuso que era ella pero, al voltear hacia la entrada, vio a Elizabeth entrando y volteando a todos lados, como asegurándose de que nadie la viera.
—Eli...—comenzó Eduardo, pero ella lo hizo callar con un gesto.
Sofía se separó de él para ver a su amiga.
—La maestra no sabe que estoy aquí—aclaró la niña en un susurro—. ¿Cómo estás Sofi?
Sofía le dedicó una media sonrisa y levantó el dedo pulgar.
Elizabeth se acercó a la camilla y, del bolsillo de su pantalón, sacó algo que cubrió con sus manos.
—Tomé dos al llegar a la meta sin que nadie me viera—Elizabeth le entregó el caramelo a Sofía.
La cara de la pequeña pelirroja se iluminó. Eduardo sintió como su tristeza se transformaba en alegría al ver la sonrisa de su hija.
—Y también esto...—del otro bolsillo, Elizabeth sacó una medalla y la puso en la cama.
Gacias Eli—dijo Sofía, sumamente emocionada.
Eduardo tomó la medalla y se la puso a Sofía.
—Muchas gracias Eli.
Elizabeth sonrió orgullosa y después de despedirse rápidamente, salió corriendo de la enfermería.

StrongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora