Café

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El trabajo de un abogado no es nada sencillo, Amanda lo sabía muy bien. Pero aún así le fascinaba. Su parte favorita del trabajo era presentarse en la corte y, como ella lo llamaba, "montar el show" frente al juez. Por lo general, defendía a mujeres, no muchos hombres solicitaban de su ayuda fiscal, y para ella estaba más que bien.
Otra de las cosas que amaba de su trabajo eran las primeras citas con sus clientes. Escuchar las "tristes", y "trágicas" historias de las mujeres desesperadas por ganar el caso. Algunas eran muy buenas y, por consiguiente, interesantísimas. En esos casos, por lo general, las mujeres decían la verdad y tenían la razón, tenían el derecho de ganar. En otros, las esposas desesperadas por sacarle dinero a sus esposos, próximos ex esposos, inventaban cualquier barbaridad que hasta le daba risa, pero eso le gustaba aún más porque tenía que meterse a las historias de esas mujeres, convencerse a sí misma de que todo era cierto y tratar de seguirles el juego y, sobre todo, hacer que el juez también cayera en la historia. Era bastante buena, no cabía duda. No perdía ni un caso, le asignaban los casos más importantes. Lamentablemente todo eso fue antes de abandonar su empleo por estar cegada por el amor.
Ahora todo era muy diferente. Llegar al puesto en el que ella solía estar era muy difícil y llevaba mucho tiempo, ahora, se encontraba en los primeros escalones, de nuevo.
Llenaba informes, hacia papeleo, a veces iba a comprar café para su jefe, solo oía rumores de la corte y los abogados que iban a defender a sus clientes. Soñaba con que esos buenos días regresaran, y una semana antes, por fin vio una luz de esperanza.
—¿Qué tan buena eres en la corte?—dijo su jefe mientras veía unos papeles.
—Oh pues... de hecho soy buena—dijo Amanda entusiasmada—. Lo puse en mi currículum...
—Si si, yo no leo los curriculums Baker—dejó los papeles en la mesa y volteó a verla—. Tengo un caso, no es la gran cosa, pero mi abogado estrella está ocupado, los del siguiente nivel tienen sus propios casos, y los otros no están interesados... ¿que te parece si tu te encargas?
Amanda intentó ocultar su emoción pero le era imposible. Sonrió ampliamente mientras asentía.
—Por supuesto. Yo me haré carg...
—Bien—le extendió un folder amarillo—. Aquí está la información del cliente. Rosy Bridgett, cincuenta y dos años, ya no soporta a su marido. Ahora está en tus manos.
Amanda tomó el folder y lo abrió para ver la información.
—No se preocupe, me encargaré de ganar el caso—dijo decidida.
—Si, eso espero.
—No lo defraudaré—dijo orgullosa saliendo de la oficina.
—No lo hagas—fue lo último que dijo su jefe antes de que ella saliera.

Y ahora su entusiasmo se estaba esfumando. Había citado por primera vez a su clienta a una cafetería para que hablarán sobre su problema y lo que ella quería exigir en la corte. Había leído todo el expediente y la solicitud por escrito, sin embargo, ahora quería escucharlo de su viva voz... pero Rosy Bridgett llevaba una hora de retraso y no contestaba el número de celular que había proporcionado.
Desesperada volvió a ver la pantalla de su teléfono, después la ventana, luego el servilletero frente a ella, y volvía a repetir el ciclo.
—¿Ya ordenará algo?—preguntó por enésima vez un chico de máximo diecisiete años con espinillas por toda la cara y el uniforme que todos los empleados del lugar llevaban—. Si no ordenará nada, necesito la mesa para otros clientes.
Amanda, exasperada, volteó a verlo y le dedicó una falsa sonrisa que dejaba muy claro que no le agradaba.
—Un café—dijo ella.
—Negro o...
—Si, está bien.
—En seguida se lo traigo.
—Gracias—dijo Amanda mientras veía el celular de nuevo.
Decidió volver a llamar a su clienta, esta vez, por fin contestó.
—¿Si?
—Señora Bridgett ¿que tal? Habla Amanda Baker, su abogada. No se si vio mis otras llamadas pero, nuestra cita era hace una hora y...
—Oh si querida, disculpa, es solo que me surgieron algunos pendientes. ¿Podrías esperarme unos veinte minutos? Solo termino esto y voy para allá—dijo agitada.
—Pues...—dijo Amanda enojada.
—¿Podrías colgar y volver a la cama Rosy?—dijo la voz de un hombre.
—¡Shhh! Ya voy—susurró Rosy, intentando pasar desapercibida—. Nos vemos más tarde—dijo rápidamente.
—Si gusta no...—pero Amanda no terminó la frase porque su clienta colgó antes de que lo lograra—. ¡Estupendo!—dijo furiosa aventando el teléfono a la mesa.
—Su café—dijo el chico malhumorado.
—Gracias.
—¿Gusta algo más?
—Otro empleo—susurró Amanda acercándose el azúcar.
—Yo también—respondió el chico alejándose de ella.
Amanda volteó a verlo y sonrió con pesar. Comprendía lo que sentía.
Le puso dos cucharadas de azúcar a la taza de café y, mientras lo revolvía, se puso a pensar en su antiguo empleo, en su antigua vida, y se sintió más nostálgica que nunca. No por el hecho de tener a Lucas en su vida, sino por su empleo, su pasión. Solía adorar su trabajo y ahora lo aborrecía. Vivía en una casa que se caía a pedazos por vieja y poco cuidada, las deudas estaban a punto de ahogarla. Se sintió tan incompetente que le dieron ganas de llorar. Pensó en pedir la cuenta y largarse a la oficina a continuar con los reportes, decirle a su jefe que ahora entendía porque nadie quería atender ese caso, que no lo quería ella tampoco y que seguiría con su aburrido tecleo en la computadora. También le cruzó por la mente la idea de deshacerse el estupido moño que le lastimaba, dejar su cabello suelto como a ella le gustaba, irse directo a su casa, quitarse el maldito uniforme que se componía de camisa y falda ajustada y corta, quitarse los tacones y vestirse con su ropa holgada. Dormir toda la tarde y después salir a correr o ir a pasear por Central Park. Disfrutar de la vida. Irse a patinar en hielo como solía hacer cuando era una adolescente, en aquellos días que pensaba que sería patinadora profesional, hacer todo eso y olvidarse del trabajo. Pero era simplemente absurdo. Volteó a ver al chico que la estaba atendiendo, dispuesta a pedir la cuenta. Cuando él recibió su orden, ella volvió a sumergirse en sus pensamientos.

StrongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora