Por favor, no

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Eduardo llamó a su padre para informarle que Sofía ya sabía sobre la mudanza. Samuel se mostró de acuerdo y le pidió que pasara unos días con él. Quería recuperar un poco del tiempo perdido con su hijo. Eduardo pensó en que estaba actuando tal y como lo hizo cuando su madre se enfermó. La idea de dejar a Sofía son su padre no le agradaba demasiado, pero no tenía otra opción. Su madre ya no estaba, no tenía hermanos. Era la única familia que le quedaba. Confiaba en que su padre sabría cuidar a Sofía. Tal vez sería un poco más estricto y menos cariñoso, pero sabía que Sofía se adaptaría. Claro que lo haría, porque ella era una niña inteligente.
Eduardo le informó a su padre que irían a visitarlo de nuevo. La visita duraría más de un par de días. Había mucho que hacer y el tiempo corría. En esta visita, Eduardo le enseñaría todo lo que tenía que saber sobre el asma que sufría Sofía, Eduardo tenía que buscar a un nuevo pediatra, una nueva escuela...
Cuando colgó, se pasó las manos por la cara y soltó un resoplido de frustración.

Se dio cuenta de que había un problema días después de la aparición repentina de Melisa. Se encontraba en su oficina cuando sintió una punzada en el abdomen que lo hizo retorcerse de dolor. Ya había sentido esa punzada anteriormente, pero no a tal nivel. Fue al doctor de la oficina para que le diera una pastilla o algo parecido. Cuando estaban a punto de dársela, otra punzada lo atacó. El doctor, preocupado, le recomendó que fuera a checarse. Ese dolor no se calmaría con una pastilla. Eduardo pidió permiso para salir e ir a un doctor. Cuando llegó al hospital, esperó un buen rato para ver a un doctor general. El dolor había desaparecido y Eduardo empezó a relajarse. La punzada agonizante se había convertido en inflamación, que Eduardo tomó como algo normal. Sin embargo, decidió continuar esperando para que lo checaran. Pensó que no le haría nada mal una revisión e intentó recordar cuando había sido la última vez que había ido a un doctor. No lo recordaba.
Entró al consultorio, el doctor le hizo un chequeo y luego comenzó el interrogatorio. Preguntas como: ¿fuma? ¿Bebe? Típicas preguntas de rutina. El doctor no estaba muy seguro de la causa de las punzadas que había experimentado Eduardo. Le recetó un calmante, medicamento para bajar la inflamación y que se hiciera unos estudios. Eduardo aceptó. Al día siguiente se fue directo a hacer los estudios. El dolor había persistido en la noche.
Esperó un par de días para ir a recogerlos; después, hizo una cita con el doctor que lo había revisado para que checara los análisis.
Pasó una eternidad hasta que el doctor habló después de ver los estudios.
—¿Sus familiares padecieron o padecen alguna enfermedad? ¿Diabetes, influenza, cancer?
—Mi madre tuvo cáncer. Y tengo entendido que mi bisabuelo también. Diabetes no...—Eduardo se detuvo. El doctor estaba escribiendo todo lo que él decía pero, mientras lo hacía, hizo una pequeña pausa, casi imperceptible; sin embargo, Eduardo había pasado bastante tiempo con doctores en una gran parte de su vida, conocía los gestos de éstos cuando había malas noticias.
—Creo que... tengo que recomendarle, por lo que me cuenta y lo que veo en los estudios, que visite a un oncólogo. Eduardo supo de inmediato que todo iba a cambiar en su vida.

El oncólogo solo lo confirmó. Tenía cáncer de colon. Una característica de éste es que no se presentan síntomas hasta que está bastante avanzado. El cáncer surgió por herencia, esa era la razón por la que el otro doctor había hecho esa pequeña pausa, lo sabía, sabía que Eduardo estaba en problemas.
En lo primero que pensó Eduardo fue su hija. ¿Qué iba a pasar con su hija? No podía dejarla sola. No iba a permitirlo. Tenía que luchar por ella, iba a hacer y no se daría por vencido.
El oncólogo le hizo un millar de estudios, Eduardo oraba todas las noches por qué, en esos estudios, hubiera alguna esperanza. Gracias a los estudios Carlos se enteró de todo. Después de ir por ellos al hospital, Eduardo volvió a su apartamento. Carlos había cuidado a Sofía mientras tanto. Dejó los estudios en la mesa, sin darse cuenta que un sobre se había caído al suelo. Cuando Carlos ya se iba, vio el sobre, lo levantó y vio el nombre de Eduardo sobre él. Volteó a verlo, Eduardo lo veía con cara de tristeza. No tuvo otra opción que contarle.
La tarde del día siguiente, Eduardo fue con estudios en mano al consultorio del oncólogo. Sus oraciones no habían dado resultado.
Un cinco por ciento de probabilidades era literalmente nada. El cáncer se había extendido y no parecía dispuesto a detenerse. Claro que los tratamientos y las quimioterapias podrían hacer algo, pero ese algo era alargar el tiempo de expansión; en otras palabras, alargar un poco más lo que le quedaba de vida. Otro obstáculo era el dinero. Eduardo debía pagar los servicios básicos, la escuela de Sofía, los tratamientos de su hija. Eduardo era un hombre positivo... era... eso terminó al salir del consultorio.

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