Muy tarde

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Verla caminar hacia él le recordó aquel día que la conoció. Estaba idéntica.

Había sido una noche de otoño, un viernes, en un bar que Eduardo solía frecuentar con sus amigos del trabajo que tenía en ese entonces. Acababa de entrar a esa empresa, era pasante de contaduría y le fascinaba. Todos sus amigos le decían que era un nerd por disfrutar trabajar con tantos números. Él solía callarlos con la frase: "yo me encargo de todos sus sueldos, idiotas", todos estallaban en risas después de eso, pero, sabían que era verdad. En ese bar jugaban al póker, bebían y platicaban sobre sus vidas; nunca de forma seria. Eduardo amaba esas noches con sus amigos. La bendita noche en la que conoció a Melisa estaban en medio de un juego, Eduardo estaba seguro de que ganaría, eran quinientos dólares los que habían terminado en el centro de la mesa. Su amigo, sentado a su derecha, se inclinó hacia él. Eduardo rápidamente cubrió sus cartas.
—No idiota—dijo, su amigo, riendo—. Esa de allá—Eduardo siguió su mirada. La pelirroja la veía desde la barra, con una sonrisa que le derritió el corazón—. No te ha dejado de ver en toda la noche.
—En cuanto gane esto le invitaré un trago con todo su dinero—le restregó en la cara a todos sus amigos.
Bajaron las cartas, revisaron, Eduardo tenía razón. Tomó el dinero y se puso de pie.
—No no, otra ronda. Doble o nada—reclamó uno de sus amigos, el que había perdido más dinero.
Todos rieron por su comentario.
—Sí Ed, vamos, otra ronda—le hicieron segunda.
Eduardo volteó hacia la barra. Melisa estaba de espaldas, dejaba ver su largo y ondulado cabello.
—Otro día muchachos. Suerte para la próxima.
Fue lo último que dijo antes de encaminarse hacia la barra. Pidió una copa y se sentó al lado de Melisa. Ésta, volteó a verlo con media sonrisa en el rostro.
—Felicidades campeón—dijo, antes de apurar su copa de martini.
La música era un poco fuerte, pero él pudo escucharla de todos modos. Su voz era bastante fuerte y decidida. Eduardo sonrió, volteó hacia la pista, donde muchos bailaban, luego hacia la mesa donde había estado minutos atrás. Todos sus amigos, algunos fumando, otros tomando, lo veían con una sonrisa.
—Gracias. Es cuestión de estrategia.
—¿Ah sí? Un chico listo entonces.
Eduardo sonrió, le gustaba su actitud, muy segura de sí misma.
Melisa sabía que era un chico apuesto, pero al verlo sonreír, se quedó sin palabras. Intentó ocultar su nerviosismo encendiendo un cigarrillo. Cruzó las piernas y volteó a verlo de frente.
—Eso creo. Elijo las cartas correctas y a veces las palabras correctas. ¿Gustas un trago?
—Sí, esas son las palabras correctas—Melisa soltó el humo del cigarro.
Esa noche, bailaron como locos en la pista, bebieron un poco en la barra y platicaron de cosas sin sentido alguno. Cuando Melisa se puso de pie para irse, le entregó su número de teléfono en un pequeño papel y le sonrió antes de darse la vuelta e irse. Eduardo supo entonces, que había ganado el premio gordo.
Uno de sus amigos, que aún no se iba, se acercó a él.
—Está noche fue ganar y ganar amigo.
Eduardo solo asintió.
Meses después, Eduardo le pidió que fueran novios. Dos años más tarde, se casaron por la iglesia. Al salir por el pasillo entre todos los invitados, Eduardo vio a su amigo Carlos. Amigos desde la infancia. Aplaudía con cara serena, no alegre como los demás. Fue hasta que Melisa se embarazó, que Eduardo entendió la cara de su amigo.

Y ahí estaban ahora. Frente a frente de nuevo. Como aquellos dos simples desconocidos en un bar. Solo que ahora, Eduardo no sentía ninguna atracción hacia ella, era todo lo contrario.
Volvió a la realidad cuando sintió que Sofía jalaba de su camisa para llamar su atención. Volteó a verla. La pequeña estaba aterrada, escondida detrás de él, viéndolo con ojos suplicantes por que hiciera algo.
—Vámonos Sofi—la tomó de la mano y la arrastró hacia el taxi.
—¡Eduardo!—gritó Melisa a sus espaldas.
Eduardo intentó ignorarla. Continuó caminando hacia el taxi pero sintió que Sofía se detenía. Volteó a verla, Melisa la estaba tomando del hombro. La pequeña empezó a quejarse e intentar soltarse de su agarre.
—Tranquila Sofía. Yo...—comenzó Melisa.
—Suéltala—dijo, Eduardo, con severidad.
Melisa nunca lo había visto de esa manera. A pesar de eso, no soltó a Sofía. Estaba decidida a hablar con ellos.
—No se vayan. Déjame...
Eduardo volteó a ver a Sofía. El terror y dolor en su rostro eran palpables. Estaba encogida de hombros, Eduardo sabía lo que significaba eso. Vio como respiraba con dificultad... un ataque.
—Melisa suéltala—ordenó Eduardo mientras se quitaba la mochila de Sofía del hombro.
—Eduardo, escúchame por favor. Sólo...
—¡Que la sueltes, mierda!
Melisa soltó a Sofía. Justo en ese momento, Sofía dejó caer el frasco con las conchitas de mar, las cuales, se esparcieron por todos lados. Eduardo la atrajo hacia él, se puso en cuclillas y agitó el inhalador. Melisa se quedó boquiabierta al ver lo que sucedía. Sofía tomó la mascarilla desesperada, empezó a inhalar y exhalar desesperada, entre su llanto. Minutos después, su respiración volvió a ser constante. Se quitó la mascarilla y corrió a los brazos de su padre.
—Mi...mi frasco—dijo, en pleno llanto.
—Tranquila, compraremos otro frasco Sofi.
Melisa los observaba sin decir nada. Estaba atónita.
—Lárgate—dijo, Eduardo, viéndola con odio.
—Yo... necesito hablar contigo, con ustedes.
—No tienes nada que hablar con nosotros, ni nosotros contigo.
—Por favor. Quiero que...
—Me importa poco lo que quieras.
Eduardo vio que Melisa se volvía a acercar a Sofía. La movió de inmediato.
—No te atrevas a tocarla de nuevo.
Eduardo cargó a Sofía y la llevó al taxi. Carlos vio la mirada enojada y confundida de Eduardo. Tomó a Sofía en llanto y la sentó en su regazo.
—Eduardo...
—Ten—le dio la mochila de Sofía—. Váyanse, nos vemos allá.
—¡Papi!—Sofía estiró los brazos hacia él.
—Nos vemos en un rato pequeña. Ve con el tío charlie, él te llevará con Amanda ¿okay?
La niña asintió resignada.
—Eduardo, por favor, te lo suplico...—comenzó Melisa.
Cuando Carlos la vio, se quedó sorprendido. Le pidió al taxista que arrancara de inmediato. Abrazó a Sofía y le sobó la espalda para que dejara de llorar. Sofía se levantó un poco para ver a su padre mientras el taxi se alejaba.
—¿Va a estar bien?—preguntó en un susurro.
—¿Tu padre? Por supuesto Sofi. Solo va a recoger tus conchitas y a hablar con la mujer que llegó.
—Es una mujer mala—Sofía frunció el ceño—. Me da miedo.
Carlos no dijo nada más, la recostó sobre su hombro y continuó acariciando su cabello.

StrongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora