Dos relicarios colgados al cuello

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—¿Desde cuando lo saben?—preguntó Diana, con lágrimas recorriendo su mejilla.
—Yo desde hace un par de semanas—contestó Amanda, tragándose el nudo en la garganta. Algo muy habitual en ella.
—Yo me enteré desde hace mes y medio. Creo que un poco más—contestó Eduardo, con la mirada baja.
—En... entonces, cuando ustedes cortaron...
—Yo no lo sabía—aclaró Amanda.
—Por eso intenté alejarme de ella. Pero ninguno de los dos lo soportó. No sé que habría sido de mi si no hubiéramos regresado. Pensaba no tomar el tratamiento, de todos modos, el doctor no me dio muchas esperanzas.
Al escuchar eso, Diana soltó un sollozo.
—Y se casaron...
—Porque quiero vivir mi vida al máximo, no quiero perder el tiempo.
Diana no podía dejar de llorar. Recordó la boda y lo felices que se veían ambos. Ni siquiera se imaginó lo que en verdad estaba pasando. Ahora veía a Eduardo con otros ojos, no había notado que parecía cansado y que tenía unas grandes ojeras. Soltó otro sollozo antes de abrazarlo con fuerza. Entonces, supo que sus sospechas sobre Carlos hablando con el pastor eran correctas.
—No te preocupes. Vas a lograrlo, yo lo sé. Oraremos por ti y tú también necesitas acercarte a Dios y pedirle lo mejor para ti.
Eduardo asintió, Carlos le había dicho exactamente lo mismo.
—Gracias Diana. Pero ya no llores. Por favor. No quiero que las niñas te vean así.
Diana asintió mientras respiraba hondo y se limpiaba las lágrimas con un pañuelo que le había ofrecido Amanda.
—Y...—se sorbió la nariz—¿Cómo lo tomó Sofi?
Amanda y Eduardo se quedaron callados, Diana en cambio, soltó una expresión de sorpresa. A continuación, susurró.
—¿No le han dicho?
—No queremos mortificarla—contestó Amanda—. Estamos esperando todo lo que podamos.
—No pueden hacer eso. Tarde o temprano se dará cuenta. ¿Qué tal que lo hace de la peor forma?
Amanda sabía a lo que se refería.
—Diana por favor—la reprendió.
—No—la defendió Eduardo—. Tiene razón. Creo que deberíamos decirle.
De todos modos, los tres sabían que la posibilidad de vida seguía siendo baja y Eduardo no quería que Sofía se enterara de todo cuando él ya no estuviera. 
—Pero ya estás tomando las quimioterapias, ¿verdad?
Eduardo asintió.
—¿Y cómo lo has llevado?
—Pues... he tenido mejores hazañas.
Diana apretó los labios y asintió. Volteó a ver a su hermana menor. Si no la conociera desde que nació, no habría notado los hombros hacia adelante y la ligera expresión de mortificación en su rostro. Pero era su hermana, nunca pasaría desapercibido algo como eso. Dicha expresión le rompió el corazón a Diana, eso quería decir que no les estaba yendo nada bien.
Se entristeció enormemente por su hermana. Después de toda la felicidad que había experimentado, ahora estaba en esta situación. Los abrazó a ambos antes de levantarse e irse a la habitación de Sofía para recoger a Elizabeth.
Amanda tomó la mano de Eduardo y la estrujó con fuerza. Él volteó a verla y sonrió ampliamente; no era una sonrisa fingida, era totalmente sincera, como si no pasara nada en absoluto.
—Ánimo, ¿okay?—le dijo, Eduardo.
Amanda también sonrió y asintió.
—Por supuesto.
Ambos se propusieron mantenerse positivos y alejar la tristeza, pero eso empezó a debilitarse esa misma noche. Después de acostar a Sofía y contarle un cuento, decidieron que era hora de contarle lo que sucedía a la pequeña.

Pero, ¿cómo? ¿Cómo se le informaba a una niña de cinco años que su padre tenía una enfermedad que estaba terminando con su cuerpo poco a poco?

—Escucha nena—Eduardo acarició el cabello de Sofía. Percatándose que cada vez tenía más matices claros y oscuros. Como si tuviera el cabello pintado.
Sofía lo veía atenta, con los ojos claros muy abiertos. Expectante.
Amanda estaba recostada a su lado, como siempre, esperando a que Eduardo comenzara y temblando por dentro.
—Tengo que, bueno, tenemos que decirte algo muy importante. Pero quiero que lo tomes con calma, ¿bien?
Sofía asintió. Eduardo se fijó en sus pequeña pecas que cubrían sus mejillas sonrojadas. Las acarició para sentir la suave piel de su pequeña hija. Aguantó las ganas de llorar y comenzó.
—Hace poco... me enteré de que estoy enfermo.
Sofía abrió la boca, sorprendida.
—¿De qué, papi?—sus cejas, igual de expresivas como siempre, dejaron ver su preocupación.
—Bueno, es... una enfermedad bastante extraña. Tengo algo dentro de mi cuerpo que me quiere quitar las fuerzas Sofi. Se llama cáncer.
—¿Por eso te pusieron una inyección el otro día?
—Exactamente Sofi.
—¿Y con eso te vas a curar?
—Bueno, eso espero. Aún me pondrán más inyecciones y tomaré pastillas pero, es una enfermedad muy difícil de atacar. Pero no quiero que te asustes ni nada porque tú eres mi pequeña sirenita valiente, ¿no es así?—Sofía asintió—. Y quieroque si ves que cambio un poco o estoy más cansado que antes, no te preocupes. Porque estaré bien.
—Papi necesita de tu ayuda Sofi—comenzó Amanda.
—¿Mi ayuda?
—Si tu sigues siendo igual de linda y amorosa con él, papi se sentirá aún mejor. Será mejor que cualquier medicina. Y no queremos que te pongas triste, ¿Okay?
Sofía asintió.
—Eso haré. Yo te voy a cuidar papi—Sofía se lanzó a Eduardo y lo rodeó en un fuerte abrazo. Eduardo la abrazó también y vio a Amanda sonriendo.
—Todo estará bien—articuló ella sin emitir sonido.
—Lo sé—contestó de la misma manera, sonriendo, sin dejar de abrazar a Sofía.

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