Agua

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Sofía salió en los brazos de Eduardo del hospital. Sintiendo el calor de los rayos del sol en sus brazos y sus piernas. Eduardo había ido a su apartamento por ropa para ella, así que llevaba puesto un vestido color rosa y unos zapatos cafés. El cabello suelto cubría un poco el hombro de Eduardo, quien, fuera de sentirse feliz, se sentía frustrado. Todo el plan para el cumpleaños de Sofía se había ido al caño.
—Iré a pedir un taxi ¿Okay?—Amanda se dirigió hasta la esquina de la calle para buscar un taxi.
Eduardo tenía la mirada fija en algún punto lejano. Volvió en sí cuando sintió la manita de Sofía en su barbilla. Lo hizo verla a los ojos. La niña le dedicó una sonrisa y le dio un beso en la mejilla.
—Sofi—Eduardo la recostó en su hombro y la abrazó.
—¿Estás triste papi?
—No, claro que no. Estoy muy feliz porque ya estés mejor. No sabes lo feliz que estoy en verdad.
Sofía ya no dijo nada, sólo lo abrazó con más fuerza, sin levantarse de su hombro.
—¡Tengo uno!—gritó Amanda—. No espere espere, están aquí afuera—le aclaró al taxista.
Eduardo sonrió y corrió hasta donde se encontraba Amanda.

Llegando al apartamento, Amanda cubrió los ojos de Sofía antes de que entraran. Como su cumpleaños había estado en el hospital, Eduardo y Amanda decidieron celebrarlo ese domingo. Eduardo había puesto unos cuantos globos color Aqua por toda la sala y Diana, Jonathan, Elizabeth y Carlos estaban adentro, esperándolos. Sofía no dejaba de mover las piernas, ansiosa por entrar. Los silbidos aparecieron más rápido de lo que Eduardo esperaba.
Contaron hasta tres antes de abrir la puerta. Todos gritaron sorpresa en cuanto Sofía entró. La pequeña pelirroja, extremadamente feliz y emocionada, corrió hasta el centro de la sala donde estaban los globos y dio unos cuantos saltos antes de ir a darle un abrazo a cada uno de los invitados. Después tuvo que caminar lo más rápido que pudo hasta la cámara que sostenía su padre. Le dio un beso al lente y luego uno a él. Apenas iban empezando y Sofía ya se había cansado. Aún estaba delicada.
Todos procuraron no hacer mucho escándalo para que Sofía no se pusiera mal. Carlos le había comprado un pastel a Sofía, con su nombre en la parte frontal y una imagen enorme del cangrejo de la sirenita en la parte de arriba.
—¡Es Sebastian!—exclamó Sofía al hincarse en la silla para alcanzar el pastel.
Todos le cantaron feliz cumpleaños. Sofía cerró los ojos con fuerza, pidió un deseo y sopló las velas.
—¿Qué pediste mi sirenita?—le susurró al oído Eduardo.
—No te puedo decir—respondió Sofía con una sonrisa pícara.
—Oh vamos... guardaré el secreto, lo juro.
Sofía fingió pensarlo mientras Amanda cortaba el pastel y lo repartía a los invitados. Después de un momento, Sofía se acercó a Eduardo y le susurró al oído.
—No volver al hospital.
A Eduardo se le rompió el corazón. Se separó un poco de ella para tomarle el rostro. Se tragó el nudo en la garganta y le sonrió.
—Vas a ver, que se hará realidad. Yo lo sé.
Sofía aplaudió contenta.
—¿Pastel?—intervino Amanda.
Sofía asintió tomando el pequeño plato. Amanda volteó a ver a Eduardo y se percató de su expresión.
—¿Todo bien?
Eduardo asintió sin verla a los ojos.
—¡Sofi! Siéntate conmigo—gritó Elizabeth.
Sofía corrió hasta ella.
—¿Seguro?—insistió Amanda.
—Claro. ¿No hay pastel para mí?
Amanda sonrió, no muy convencida, y le dio la rebanada de pastel.

Después de el pastel fue el turno de los obsequios. Diana y Jonathan le dieron una barbie pelirroja a Sofía, que le fascinó. Elizabeth le dio un pequeño collar de pequeñas cuentas de colores que había hecho ella misma. Carlos le dio un vestido color amarillo con pequeños toques dorados en la parte inferior de la falda.
—¡Como Bella!—exclamó Sofía entusiasmada.
—Exactamente. Porque tú eres muy muy bella Sofi—dijo Carlos, dándole un abrazo.
Después fue el turno de Eduardo. El plan para el regalo de Sofía había sido el viaje a la playa y el traje de la sirenita. Tuvo que cancelar uno, pero el otro simplemente no pudo cancelarlo.
—¡Papi!—gritó Sofía entusiasmada cuando sacó el disfraz de la sirenita.
Suplicó aprobación para ponérselo de inmediato. Eduardo la acompañó hasta su habitación, le quitó el vestido y los zapatos y le puso el disfraz. Cuando Sofía se vio en el espejo no pudo evitar reírse de emoción y alegría.
—¡Soy la sirenita! ¡Papi! ¡Mira!—dijo señalando el espejo.
—Sí lo eres.
Todos se sorprendieron al verla salir disfrazada. Se veía preciosa. Amanda la envolvió en un abrazó y la cargó.
—¡No puedo creer que esté sosteniendo a una sirena!—exclamó Amanda entusiasmada.
Sofía soltó una risita.
—Falta mi regalo.
Sin soltarla, tomó la bolsa de regalo y se la entregó a Sofía. Ella, abrió el regalo entusiasmada. Dentro, había una caja de cartón. Amanda la sostuvo para que Sofía pudiera abrirla. Una pequeña concha de mar yacía en el interior. Sofía la tomó con delicadeza y emoción.
—Fue la primera concha que encontré en la playa. La guardé desde entonces y ahora quiero que sea tuya.
—¡Wow! ¡Gacias!—Sofía le rodeó el cuello a Amanda y le dio un beso—. Yo te daré una cuando vayamos a la playa, ¿verdad papi?
Eduardo se quedó mudo. Asintió con los labios apretados.
—Ven Sofi, juguemos con tu muñeca—dijo Elizabeth.
Sofía asintió. Amanda la dejó en el suelo y extendió la mano para que le diera la conchita, pero ella se negó. No la soltó en toda la tarde.

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