Si el clima fuera una persona, seguro sería una muy drogada, o ebria, fingiendo estar bien y tranquila un momento para luego desvanecerse e irse a la mierda, o al menos, eso pensaba Caleb, bajo el ardiente sol de las once de la mañana, encerrado con su padre, al cual le dio por abrir el taller a eso de las siete, asegurando no haber bebido nada la noche anterior. Cuando había salido de la casa, el día estaba fresco y no parecía que el sol fuera a aparecer en algún momento, pero ahí estaba ya, apunto de llegar a su punto más alto y terminar de calcinar a Caleb bajo el techo de zinc donde, junto con su padre, trataban de arreglar la puerta de un auto, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano entre intentos.
―Mierda ―gruñó Elías al caérsele un perno. Se levantó, avanzando un poco para afianzarse sobre el borde del capote, y resopló―. Hace mucho calor ―mencionó. Siempre trataba de entablar una conversación normal con su hijo.
Caleb, desde el suelo, buscando el perno, estuvo de acuerdo, susurrando un corto "Sí".
―¿Quieres ir por unas Cocas? ―le preguntó Elías.
Caleb se levantó, mirándolo directo a los ojos rojos.
―Coca-Cola ―aclaró el padre. El hijo entendió―. Yo me encargo de eso.
Caleb le entregó el perno y tomó el dinero que le tendió. ¿Para qué negarse? Sinceramente, no estaba de humor para discutir. En su lugar, estaba sediento y caliente. Sentía el sudor en sus axilas, así que se quitó la camiseta, quedándose en una camisetilla blanca para refrescarse mientras caminaba a la tienda. Una chica se lo quedó mirando desde el balcón de su casa al otro lado de la calle. Él la conocía; era la hija de la vecina, se llama Susy, o Susana, cómo sea. Siempre se lo quedaba mirando, pero ella no era su tipo. De todos modos, le devolvió el saludo con una sonrisa amable.
―Dos cocas personales ―pidió frente al mostrador luego de entrar a la pequeña tienda. Su cuerpo le agradeció el pararse bajo un ventilador de techo.
―Solo tengo de un litro, mijo ―contestó el viejo Pepe.
―Ya. Dámela.
―¿Cómo está la familia? ―le preguntó a Caleb.
―Bien ―contestó.
―Tu papá, ¿está?
Caleb asintió.
―Dile que un amigo tiene problemas con el carburador y la tapa de atrás no cierra, si puede arreglarlo, que me avise cuándo para decirle a mi amigo.
Caleb volvió a asentir, tomando la botella y entregándole el dinero.
―No te olvides ―advirtió el viejo Pepe, divertido.
―Okey ―contestó Caleb―. Gracias.
Salió de la tienda e iba de regreso al taller cuando el móvil en su bolsillo vibró. Lo sacó de inmediato, notando el número desconocido en la pantalla. Contestó, deslizando el ícono verde en la pantalla.
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Como El Atardecer
Teen FictionHay un viejo dicho que dice que, lo que está destino a pasar, tarde o temprano, pasa. En un accidente que pudo terminar muy mal para Emma Dotson y Caleb Morrison, sus caminos terminan itersectándose en una caprichosa jugarreta del destino, envolvién...