Capítulo 21: Caleb

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Sin darse cuenta, el fin de semana llegó, sorprendiéndolo

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Sin darse cuenta, el fin de semana llegó, sorprendiéndolo. Se estaba adaptando bastante rápido al trabajo. Aunque seguía partiendo porciones y preparándolas para entregar ―algo que hacía más rápido con cada nueva orden―, ahora se alternaba con licuar las malteadas, memorizando las medidas de cada ingrediente que le daba Daisy, aquella chica de color que lo ayudó el primer día. Ella era muy amable con él, demasiado, pero eso no le molestaba en absoluto. Cualquier ayuda era bienvenida.

―¿Así? ―preguntó cuándo vació una tasa con medidas de leche en el vaso de la licuadora.

―Sí.

Daisy sonrió, igual que siempre.

Por cotilleos, con Sara específicamente, se enteró que Daisy y el supervisor no se llevaban muy bien. De hecho, ninguno de los otros empleados lo hacía, y Caleb podía notar por qué.

―Ese vainilla ―bramó el chico en la caja―. Rápido.

―Ya sale ―respondió Daisy, a la defensiva.

Caleb no entendía el problema de ese muchacho con los demás. Se llamaba Cory, pero le decían Doy, porque, tristemente para él, era muy olvidadizo, similar al pez de Pixar. Solo que éste chico no era muy agradable que digamos, no convertía en una aventura el estar a su lado y llevaba consigo una libreta donde anotaba todo, y por todo, se refería también a cualquier falta que cometiera uno de los empleados.

―El vainilla ―repitió con voz más alta y molesta.

Caleb se lo pasó directamente a un joven con gafas, el cual tenía las manos en los bolsillos de su chaqueta. Sacó las manos de la prenda y extendió los brazos para recibir el vaso que contenía el batido que, según por su expresión, deseaba por completo sorber a través del popote.

―Gracias ―le dijo aquel chico, alejándose hacia la salida del local.

Caleb se volteó, dándole una mirada rápida a Cory, quien lo observaba como si se imaginara clavar su cabeza en la caja registradora.

Daisy lo recibió con una sonrisa cuando se acercó de nuevo a la barra.

―No le hagas caso ―le susurró.

Caleb se encogió de hombros. Solo le importaba el trabajo, no había llegado allí para crear relaciones más que laborales. Mientras lo trataran bien y con respeto, él daría lo mismo a cambio. Eso le había enseñado su madre. De todos modos, esperaba que no lo provocaran. Era paciente, pero todos tenemos un límite. Así que decidió mejor envolverse de nuevo en su labor y mezclándose con los chicos y chicas que iban de un lado al otro para satisfacer las necesidades de la clientela.

Luego del almuerzo que compartió con Sara el primer día que trabajó en el lugar, se convirtió en una rutina para ambos, ya que decidieron repetirlo los días que siguieron, incluido este sábado. Y, al igual que todos los días, volvieron a subir a la azotea.

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