Nota: Amigos... Siento mucho la tardanza; estaba salvando el semestre. Pero ya se acabó, y lo logré, por lo que espero también lograr esto y acabar la novela. Muchas gracias a las personas que tienen este libro en sus bibliotecas(aún) y a quienes votan o comentan. Aprecio mucho su apoyo, y pues, les diré que aquí comienza la recta final. ¡Espero les guste!
La tormenta había disminuido un poco apenas amaneció, por lo que no se sorprendió cuando vio a un hombre con una niña entrar en la habitación.
—Buenos... días —la saludó el señor, con las marcas de su frente haciéndose notar.
—Hola —respondió Emma, bajando la mirada hacia la niña. Ella debía ser Rosy.
—Disculpe —habló el señor, Emma lo miró—. ¿Quién es usted?
—Oh, ah... soy... amiga, de Caleb. Asumo que usted es su papá.
El sujeto en cuestión asintió.
—¿Pasó la noche aquí? —preguntó él.
—Sí —contestó Emma, volteándose para mirar a Caleb que se estaba despertando. Prestó especial atención al lado de la camilla donde ella había dormido; la evidencia eran las arrugas en el cubrecama—. La tormenta estaba muy fuerte —justificó. Aunque, de hecho, se hubiese quedado con tormenta o sin ella.
—¿Rosy? —Habló Caleb.
Emma vio a la niña sonreír y abandonar la timidez para acercarse a la cama y tomar la mano de su hermano.
—¿Te subo? —le preguntó ella.
Rosy asintió y Emma la tomó de la cintura para impulsarla hacia arriba y sentarla al borde de la camilla.
Caleb debía amar a esa niña. Se le notaba en la mirada.
—Yo creo que iré a desayunar algo —dijo. Sentía que debía dejarlos a solas. Miró a Caleb, esperando que él estuviera de acuerdo. Él no fue explícito con todos los detalles, pero si algo le quedó claro a ella, es que ambos no mantienen buena relación.
—¿Llevarías a Rosy? —le preguntó Caleb—. ¿Ya desayunaste? —se dirigió a la niña esta vez. Ella negó.
Emma aceptó. Le agradaba la pequeña Rosy. Parecía tener la misma mirada de Caleb.
—No creo que se conveniente —habló el papá de Caleb.
Emma lo miró, no entendiendo se había molestia o desconfianza en su voz.
—Emma es de confianza —le dijo Caleb—. Estará bien. —Y mirando a Emma, le preguntó—: ¿Verdad?
—Claro. Totalmente.
Emma tomó a la niña de la mano y juntas dejaron la habitación, no sin poder evitar sentir sobre ella la tensión que emanaba por la mirada del papá de los hermanos.
—¿Te gustan las tostadas? —le preguntó a Rosy. Ella asintió—. ¿Y el yogurt?
—También.
—Bien... Creo que en la cafetería tienen.
—¿Eres la novia de mi hermano? —le preguntó Rosy cuando bajaban en el ascensor.
Emma miró hacia abajo, Rosy la miraba directamente, esperando una respuesta.
¿Cuál era?
¿Lo eran? ¿Eran novios?
—Somos amigos —respondió. Era lo más prudente.
—¿Y se besan en la boca?
Emma abrió más los ojos.
—¿Cuántos años tienes?
—Tengo diez —dijo la niña, con una enorme sonrisa que la delataba.
Emma sabía que no tenía diez, pero no dijo nada.
—Bueno, está bien. Y no, no nos besamos en la boca.
—¿Por qué?
—Porque... porque no. Oye, ¿cómo te gustan las tostadas?
—Frías —respondió la niña. Emma suspiró, sintiéndose más tranquila con el cambio de tema.
—¿Frías? Pero son calientes.
—Sí, pero mi hermano me las enfría. Es que después me quemo.
La puerta del ascensor se abrió y ambas se hicieron camino a la cafetería del hospital, la cual, no ofrecía tostadas.
Solo tenemos pan integral, les dijeron.
Emma dio las gracias con una mueca. No le gustaba el pan integral.
—Acá afuera hay un restaurante pequeño. Creo que ahí tienen tostadas, ¿quieres ir?
Rosy la miró y asintió. Quizás la niña confiaba en ella por el hecho de que su hermano también lo hacía.
Salieron del edificio casi riendo mientras la niña saltaba sus pasos, mientras se aferraba a la mano de Emma, con su manita que apenas salía de la larga manga e su abrigo.
Iban por la vereda, con Emma pensando en cómo hacerle comer las tostadas calientitas, pues así tenían un mejor sabor... Cuando de la nada, una moto se detuvo justo a su lado.
Emma se asustó; pensó que la moto se subiría a la vereda y las embestiría, pero no fue hasta que otros tres tipos la rodearon, que entró en pánico. Ellos la apuntaron con un arma y tomando a Rosy, apartándola de su lado.
—¡No! —gritó ella, tratando de quitarles a la niña—. ¡Qué hacen! ¡Suéltenla!
—¡Papi! —gritó la niña.
—Déjala —le gruñó uno de los tipos—. O te mato.
—¡Suéltala! —insistió Emma, ignorando el hecho de que estaba poniendo su vida en peligro. Solo le importaba salvar a la niña y correr—. ¡Ayúdenme! —gritó, pero era muy temprano y eran pocas las personas que estaban cercar entre el hospital y el restaurante.
Sintió un golpe detrás de su cabeza, lo que la hizo perder un poco la noción de sus movimientos. Se llevó la mano al centro del dolor, por instinto, sintiendo sus dedos humedecerse.
Debe ser sangre, pensó, me golpearon.
Emma no había notado que la sostenían de los brazos hasta que empezaron a empujarla. Estaba consiente, pero el golpe había hecho que perdiera el balance de su cuerpo.
Una mano presionó en la herida que le había causado el golpe, haciéndola gemir, mientras la forzaban a entrar la parte trasera de lo que parecía una minivan. No entendía. Era todo muy confuso ahora. Solo sabía que la niña ya estaba adentro y que la hicieron sentarse junto a ella.
Emma lo tomó en sus brazos, protegiéndola.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Rosy comenzó a llorar, agarrando a Emma como si su vida dependiera de ello.
De pronto la impotencia se apoderó nuevamente de Emma cuando le colocaron un trapo húmedo contra la nariz y boca, lo que hacía que sus fuerzas la abandonaran cada vez más y que el sueño la dominara.
El llanto de Rosy se hacía lejano a la vez que perdía el conocimiento, mientras el sujeto sentado frente a ella la observaba, y, sin apartarle la mirada, le preguntó a otro:
—¿Y qué hacemos con ella?
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Como El Atardecer
Novela JuvenilHay un viejo dicho que dice que, lo que está destino a pasar, tarde o temprano, pasa. En un accidente que pudo terminar muy mal para Emma Dotson y Caleb Morrison, sus caminos terminan itersectándose en una caprichosa jugarreta del destino, envolvién...