Sí, esa era. Era la moto de Louis. Tenía la misma calcomanía. Y ese era el casco de Louis.
Bastaron esas dos piezas para identificarlo y Emma se lanzó corriendo hacia él, haciendo a un lado a las otras tres personas que también se acercaban.
Louis se movía en el suelo como si algo le doliera, y Emma decidió ayudar a quitarle el casco. La lluvia y el viento dificultaban la tarea de Emma, que estaba ya en el suelo de rodillas. Entonces el pánico volvió a invadir su cuerpo cuando el casco fue quitado y la imagen fue clara.
No era Louis. Era Caleb.
Emma abrió la boca, pero no supo qué decir.
De fondo escuchó que alguien pedía una ambulancia, pero ella no reaccionaba.
Caleb la miró, cabeceándose y con los ojos entre abiertos.
Emma miró a la moto, y miró a Caleb. Miró el taxi también. Un chico, una moto, un auto, ella... Todos los elementos de su accidente. ¿Acaso tanta casualidad de que se vuelva a repetir con ella y esta vez con Caleb?
—Lo siento —le dijo Caleb.
—Shh... —siseó Emma—. No te muevas...
—Ya viene la ambulancia —le dijo un hombre. Emma no levantó la mirada, solo agradeció en voz alta—. Pero... —Esta vez sí levantó el rostro cuando sintió una mano en su hombro—. Hay tráfico, y está lloviendo. Podríamos llevarlo en mi camioneta.
—No debemos moverlo —respondió Emma, luego miró a Caleb. Su expresión no era nada buena—. Tengo una idea.
Una pareja que estaba también ahí consiguió una tabla que estaba al otro lado de la calle, bajo una construcción. Con suerte era casi de la misma longitud de Caleb.
Entre cuatro, incluida Emma, lo colocaron sobre la tabla y, mientras Emma sostenía su cabeza con cuidado, lo subieron a la parte trasera de la camioneta del voluntario. Emma dio un agradecimiento general a la vez que se ponían en marcha.
—Lo siento —repitió Caleb.
—Cállate —le dijo Emma, ahora que estaban solos—. La camioneta iba despacio, y se sentía mucho el cuidado con el que conducía el dueño.
—Dos coincidencias en una misma vida —dijo Caleb.
¿Qué?
—Te golpeaste la cabeza —le dijo Emma, admitiéndose a sí misma que estaba ahora más preocupada. Solo rogaba llegar ya al hospital, el cual no estaba tan lejos según ella sabía.
—La primera vez sí. Me cogieron puntos.
Emma lo vio hacer una mueca cuando pasaron sobre un bache, por lo que se volteó para ver por el vidrio de la cabina. Apenas y vio algo del interior. Volviendo la vista al frente, veía la serie de vehículos detrás de ellos.
—¿De qué hablas? —le preguntó ella al fin.
Caleb abrió los ojos, buscando su mirada, pero los cerró de inmediato por la lluvia. Emma se inclinó para cubrir su rostro un poco, con cuidado de seguir sosteniendo su cabeza.
Caleb volvió a abrir los ojos, mirando hacia arriba. Desde otro ángulo, quien los viera, reconocería la escena del beso entre el hombre araña y Mary Jane. Solo que esta vez, Emma no quería besarlo. Ni quería pensar en eso. De hecho, no quería pensar en nada ya.
—En nuestro primer accidente tú eras la que iba en la camilla.
Emma sintió un clic en su interior.
¿Primer accidente?
¿De qué estaba hablando?
Caleb no le apartó la mirada. Emma no preguntaba, y no sabía por qué. Era como si ella ya supiera la respuesta, pero no la descifraba del todo.
Entonces le cayó como un balde de agua fría. Algo irónico, ya que iba completamente empapada.
Caleb había tenido un accidente con una chica antes. Además, algo le pasaba a él, algo que no quería contarle. Estaba extraño con ella. Y no le quería decir por qué. Emma recordó la noche de la fiesta de Jamie, donde le contó sobre el accidente que ella tuvo y cómo se puso Caleb.
De pronto, como en un rompecabezas, Emma colocó las piezas y todo se redujo a una sola pregunta que, al salir de sus labios, fue como si la dejara vacía:
—¿Eras el chico de la moto?
Y Caleb asintió, antes de quedarse inconsciente.
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Como El Atardecer
Novela JuvenilHay un viejo dicho que dice que, lo que está destino a pasar, tarde o temprano, pasa. En un accidente que pudo terminar muy mal para Emma Dotson y Caleb Morrison, sus caminos terminan itersectándose en una caprichosa jugarreta del destino, envolvién...