La espuma de la leche subía conforme el líquido iba siendo vertido en la tasa de porcelana, donde se mezclaba suavemente con el espresso preparado con anterioridad.
La noche del sábado había sido muy extraña, tanto que los estragos seguían ahí este lunes por la mañana. Caleb miraba entre ratos a sus compañeros, con quienes compartía una que otra breve sonrisa, luego se volvía hacia su labor. Se sentía con suerte de que Cory lo hubiese tratado de fastidiar al recibirlo con una sonrisa socarrona, informándole que estaría a cargo de la caja todo el día. Pero luego de que se hubiese ido, Caleb decidió preparar él mismo la orden si los demás estaban ocupados y no había muchos clientes en la cola. De este modo, su mente no divagaría en lo sucedido el sábado.
―¿Y tú, Caleb?
El aludido se volteó hacia la voz que pronunciaba su nombre. Sara estaba arrimada hacia la barra de la cocina, con los brazos cruzados y pronto levantó una ceja, quizás debido a la expresión de desconcierto que había puesto Caleb. Rayos, no estaba escuchando.
Sonrió, como si con eso fuera suficiente, acercándose al mostrador y entregándole el cappuccino a su dueña.
―Andas algo perdido ―le dijo Zac, a su lado, colocando en una charola una tarta de manzana y unos deditos de queso.
La orden pertenecía a la misma dueña del cappuccino. ¿Cuándo había ella pedido eso? Dios, ¿lo había olvidado?
La clienta colocó el cappuccino sobre la charola y luego le dio las gracias a ambos antes de encaminarse hacia una mesa.
―¿Te sientes bien? ―le preguntó Daisy, acercándose por un costado.
Caleb se volteó, arrimándose contra el mostrador y sonrió.
―Sí, solo que no dormí bien.
Al levantar la mirada, notó la ceja levantada de Sara. ¿Se daría cuenta ella? Dicen que las mujeres tienen un sexto sentido.
―Bueno ―dijo Caleb, tratando de desviar la atención―, ¿qué me preguntaban?
―Ah ―contestó Daisy, regresando al lavabo―, que si has salido del país.
―Nunca ―respondió Caleb de inmediato―. ¿Y ustedes?
Zac soltó una risita antes de salir por la puerta de servicio. ¿Dijo algo malo?
―Les decía ―se acercó Sara―, que una vez mis padres fueron de viaje a España; como me enfermé, no pude ir.
―Qué mal ―comentó Caleb―. ¿Y tú?
Daisy negó con la cabeza. Tampoco había viajado, pero aseguró que le encantaría.
Conforme los minutos pasaban, los clientes se apilaban en la cola, primero, solo uno detrás de otro, luego, había cinco o más personas esperando.
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Como El Atardecer
Teen FictionHay un viejo dicho que dice que, lo que está destino a pasar, tarde o temprano, pasa. En un accidente que pudo terminar muy mal para Emma Dotson y Caleb Morrison, sus caminos terminan itersectándose en una caprichosa jugarreta del destino, envolvién...