Afuera la tormenta parecía solo empeorar, por lo que el doctor les había dicho que era mejor que Caleb pasara la noche ahí. Así podían hacerle otro par de exámenes, más que nada por seguridad.
—Pero ya me siento bien —refutó Caleb.
Emma rodó los ojos. Ella imaginaba cómo salir del hospital sin tener que pasar por la lluvia. Imposible.
Al final de la discusión, la enfermera coqueta había estado al tanto de las inyecciones y sueros que tenían que administrarle a Caleb, entró de nuevo en la habitación. Esta vez ya no traía sus guantes de látex ni su charola con jeringuillas, pero sí su estúpida sonrisa.
—Ya está lista doctor —le dijo ella.
El doctor asintió y luego se dirigió a Emma.
—Vamos a hacerle un eco para comprobar que no haya nada malo en su abdomen, ahora que está despierto.
Emma asintió, sin poder evitar observar cómo la enfermera le sonreía a Caleb mientras le ayudaba retirándole la sábana que cubría sus piernas. Emma se la había puesto para que no le diera frío.
Ella caminó hacia ellos, interponiéndose entre el rango de visión de la enfermera y Caleb, tomando la sábana prácticamente de las manos de la otra muchacha y sonriéndole al chico sobre la camilla.
—¿Te parece bien? —le preguntó. Caleb asintió, con una sonrisa de medio lado. Perfecto.
—Estamos listos —le dijo Emma al doctor.
Él aceptó las palabras tras un segundo de duda y al final dijo:
—Bien. —Luego se volteó hacia la enfermera—. Guíalos, por favor. Allá los espero.
La situación pudo volverse tensa, pero Emma no lo veía así. Mientras ella no se apartara del lado de Caleb, todo parecía estar en orden. Era como si la mera cercanía le diera seguridad y confort. No podría explicarlo, pero tampoco quería invertir tiempo en hacerlo. Le preocupaba más, en cierto modo, el examen que le harían.
El doctor les había dicho que no había problemas en su espalda, gracias a Dios. Los golpes que aquejaban su cuerpo habían sido en su mayoría en el tórax y sus piernas. Pero aun así Caleb alegó que podía caminar. Y, cuando la enfermera se le adelantó a ayudarlo, Emma tuvo que reaccionar rápido.
Se interpuso y cruzó el brazo del chico por encima de sus hombros. Él era media cabeza más alto que ella, así que prácticamente se acomodaron a la perfección. Como las dos piezas faltantes de un rompecabezas que terminan encajando y gritas porque lo lograste luego de mucho esfuerzo. Emma ignoró ese pensamiento rápidamente.
El calor corporal de Caleb hacía que Emma, entre pequeños instantes, se olvidara de cómo caminar. Izquierdo, derecho, izquierdo, derecho, dere... ¡no! ¡Izquierdo!
Para cuando llegaron a la pequeña habitación de paredes beige, Emma iba casi sudando frío. El contacto de sus cuerpos había provocado una creciente fuerza misteriosa en su vientre, que la hacía tener pensamientos nada decentes, y muy ardientes, sobre el chico que iba a su lado.
—Por favor, recuéstelo.
Le indicó el doctor, como si Emma fuera la conductora y Caleb el auto.
Le agradó la idea.
Más que nada porque la enfermera coqueta estaba ahí y los miraba. Ahora la sonrisa de su rostro se había borrado.
Cuando el doctor le pidió que desabotone su camisa, Emma se acercó a Caleb, y este la miraba. Nunca había hecho eso con él. ¡Nunca había hecho eso con nadie!
Pero esa fuerza creciente en su vientre la impulsó.
Lo primero que vio fue la línea de vellos entre el ombligo de Caleb y la pretina de su pantalón, gracias a que la camisa estaba algo subida. Regresó su visión hacia su pecho y empezó a desabotonar, notando los delineados pectorales de Caleb. No eran como esos tipos que parecieran tener tetas cuadradas, sino más disimulados, pero, por alguna razón, a Emma le picaron las manos por tocarlos. Sus pezones eran color café, más oscuro que claro, y en sus bordes había algunos vellos que sobresalían.
Luego vio su abdomen. Se veía firme, y apenas se notaban sus cuadritos, como si tuviera rato ya que no iba a un gimnasio.
Una simple acción: desabotonar la camisa. Una gran reacción: la fuerza en su vientre creció más.
Antes de apartarse para darle espacio al doctor, Emma miró a los ojos de Caleb. Estaban más oscuros y entrecerrados. Sus labios estaban juntos y sus fosas nasales se abrían más anchas, pero su respiración parecía muy normal.
Emma se dio la vuelta de inmediato, encontrándose con la enfermera curiosa. Ella trataba de ver lo que hacía el doctor, o quizás quería ver a Caleb.
—¿Podría traerme el formulario? —pidió Emma, recordando que el doctor les había dicho con anterioridad que debían llenar uno—. Gracias. —No dio lugar a que se negara y se volteó.
Sonrió en victoria cuando escuchó la puerta abrirse y cerrarse, con la enfermera coqueta abandonando la habitación.
Emma ya sabía lo que quería. Y como siempre que ella quería algo, lo peleaba. Hasta el final.
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Como El Atardecer
Dla nastolatkówHay un viejo dicho que dice que, lo que está destino a pasar, tarde o temprano, pasa. En un accidente que pudo terminar muy mal para Emma Dotson y Caleb Morrison, sus caminos terminan itersectándose en una caprichosa jugarreta del destino, envolvién...