No era fácil caminar usando muletas, mucho menos con un yeso que no le permitía flexionar la rodilla. A cierto punto se volvía desesperante, pero Emma empezaba a sentirse con la suficiente fuerza de voluntad para evitar volverse loca. Además, Jamie estaba a su lado, caminando despacio, sin apurarla y pendiente de cada paso que daba.
―Suave ―le recomendó él en voz baja cuando Emma hizo una mueca―. Despacio...
Pero Emma no quería ir despacio. Ya casi eran las seis. No llegaría a tiempo a ese paso, así que decidió confiar más en el apoyo que las muletas le daban y las empezó a colocar con toda la firmeza, que sus brazos le permitieron, en el suelo, y balanceó su cuerpo, dando el pequeño saltito con la pierna buena. Descubrió que, si lo hacía rápido, y poniendo todo su peso sobre las muletas, la otra pierna no dolía tanto. De todos modos, se recalcó a sí misma tener cuidado; no quería caerse.
―¿Ahí? ―preguntó Jamie, cuando Emma cambió de dirección para cruzar la calle.
―Sí ―contestó, con algo de cansancio notándose en su voz―, vamos, rápido.
Jamie la ayudó a cruzar la calle, por la que por suerte no pasaban muchos vehículos. Entraron a un parque enorme, tanto que tenía una laguna en el centro, la laguna era tan grande para permitir usar botes que funcionaban con pedales impulsados por el agua, pero no tan grande como para tocar los bordes del parque. La laguna era como un ovalo, limitando a los lados con una pista de atletismo que rodeaba todo el terreno, y tenía un puente empedrado en el medio, el cual tenía en la mitad, en su punto más alto, una casita estilo carrusel, con el techo de piedra, tipo carpa, y vigas de acero y concreto que lo sostenían, así como dos barandillas a cada lado donde daba cara al río, dejando libre el camino en el centro para los visitantes.
Del lado del parque por el que Jamie y Emma iban, había niños y adultos, era el parque estilo familiar, donde iban todos a jugar y a pasar el rato. Cruzando el puente, estaba la parte deportiva, con máquinas de metal aseguradas al suelo para ejercitar ciertos músculos, pistas para bailoterapia, canchas de básquet y futbol, así como de tenis, y los baños con una que otra ducha.
―¿Crees que puedas pasar? ―le preguntó Jamie cuando llegaron al puente empedrado. Le preocupaba que las muletas se atascaran.
―Sí, sí ―respondió apresurada―, vamos.
Jamie le ayudó cuando las muletas, efectivamente, se metieron entre las piedras, que aunque no era tan profunda la hendidura para ser considerada un hoyo, era lo suficiente para que Emma se tambaleara.
Llegaron a la casita, donde estaba una pareja de enamorados, sentados en el suelo, arrimados de espaldas a la barandilla opuesta a la que Emma escogió, parándose firme de vista al atardecer.
―Mira ―demandó Emma con una sonrisa―. ¿No es hermoso?
Jamie enfocó el atardecer frente a él. No recordaba la última vez que lo había hecho.
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Como El Atardecer
JugendliteraturHay un viejo dicho que dice que, lo que está destino a pasar, tarde o temprano, pasa. En un accidente que pudo terminar muy mal para Emma Dotson y Caleb Morrison, sus caminos terminan itersectándose en una caprichosa jugarreta del destino, envolvién...