Capítulo 35: Caleb

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Parte 2.

Emma esbozó una gran sonrisa

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Emma esbozó una gran sonrisa. Era era suficiente motivación para que él se levantara. Ahora Emma caminaba más rápido que antes, como si los botes se fueran a ir a algún lugar.

Pero, era extraño que los botes estuvieran así, al aire libre, sin algún tipo de vigilancia. Tal vez estaba siendo paranoico, pero algún truco había ahí.

Y el truco era una cadena que cruzaba por en medio de los botes, de todos menos uno. Caleb sonrió.

―Ese ―señaló él.

―¿Qué esperamos?

Emma se quitó el bolsito que llevaba y sin esperar se subió al bote. Caleb tuvo que sostenerla de un brazo para que no perdiera el equilibrio. Esta chica era un poco extraña; terminaba haciendo lo opuesto a lo que Caleb esperaba.

Por ejemplo, él esperaba que ella lo dejara subir primero y luego él le tendiera una mano para ayudarla a subir.

Esta actitud, muy lejos de molestarle, le gustó.

Caleb se subió, y con las manos en el borde de la orilla, los impulsó hacia el interior de la laguna.

No había peces, y los patos aparecían en el día de donde sea que estuvieran, así que el agua, casi a media noche ya, se veía muy tranquila.

Emma soltó una carcajada cuando no lograron sincronizarse para pedalear al mismo tiempo.

―Lo haces muy rápido ―le dijo ella.

―No soy yo ―se defendió Caleb, casi riendo―. Este pedal...

Rayos. ¿Por qué ese bote estaba sin la cadena? ¿Tendría algún problema?

No dijo nada, de todos modos. Emma estaba disfrutándolo. La vio sacar la mano y pasarla por encima de la superficie del agua. Si se fijaba bien, había dos hermosas vistas; una al frente, y otra a su lado.

Al frente, el reflejo de la luna sobre el agua. A su lado, Emma acariciando el agua.

―¿No te da miedo que algo te agarre la mano?

Emma se volteó, y negó con la cabeza.

―Si algo me agarra, al menos no moriré sola. ―Y sonrió.

Caleb soltó una risita.

―Si algo te agarra, yo salto por el otro lado mientras te come a ti.

Emma abrió la boca en sorpresa.

―Graaacias. Qué caballero.

Caleb se rio más fuerte.

Ambos se miraron, en silencio.

Emma se acercó un centímetro hacia él y él entendió. Se adelantó hasta que sus rostros estaban tan cerca que podía sentir la respiración de ella.

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