Capítulo 9.

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Lucas.

Estoy en un salón donde hay espejos y Marina está de pie a mi lado, sonriéndome con amor y afecto. Le sonrío en respuesta, pero cuando le echo un vistazo al espejo, estoy de pie por mi cuenta y el cuarto es de color gris y monótono. ¡No! Mi cabeza vuelve rápidamente a su cara, para encontrar que su sonrisa es triste y melancólica. Me toca el pelo. Luego gira sin decir una palabra y se aleja poco a poco, el sonido de sus pasos haciéndose eco de los espejos mientras marca el ritmo por el enorme espacio hacia las puertas dobles adornadas al final... una mujer por su cuenta, una mujer sin reflejo...

Y me despierto, respirando con dificultad, mientras el pánico se apodera de mí.

Marina: Hey - susurra a mi lado en la oscuridad, su voz llena de preocupación.
Oh, ella está aquí. Ella, bueno, ellas están a salvo. El alivio corre a través de mí.

Lucas: Marina. - Murmuro, tratando de poner bajo control los fuertes latidos de mi corazón. Ella me envuelve en sus brazos y es sólo entonces cuando me doy cuenta de que tengo lágrimas corriendo por mi cara.

Marina: Lucas, ¿qué es? - Acaricia mi mejilla, limpiando mis lágrimas, puedo oír su angustia.

Lucas: Nada. Una pesadilla tonta.

Besa mi frente y mis mejillas manchadas con lágrimas, consolándome.

Marina: Sólo fue una pesadilla, cariño. - Murmura. - Te tengo. Te mantendré a salvo.

Bebiendo de su olor, me hundo en torno a ella, tratando de ignorar la pérdida y la devastación que sentí en mi sueño y en ese momento, sé que mi más profundo y oscuro temor sería perderla.

Por la mañana me levanto con un dolor de cabeza un tanto terrible, no sé si es por la maldita pesadilla que tuve anoche, pero me duele.

Cuando entorno la vista, ni Marina ni Cristal se encuentran en la habitación.

Me levanto y voy al salón, allí está ella con su móvil y la bebé viendo los dibujitos en la tele.

Lucas: Hola. - Sonrío.

Marina: Hola, cariño. ¿Qué tal?

Lucas: Bueno, me duele un poco la cabeza. Pero estoy bien.

Cristal llega hacia mi gateando, y se sienta en mi regazo.

Le doy una de mis manos y empieza a jugar con mis dedos.

Años después.

Han pasado siete años a decir verdad, yo tengo veinticuatro, Marina tiene 28. Y la pequeña y dulce Cristal, tiene siete.

Dado al trabajo que pude conseguir, - soy el director del instituto donde yo estudiaba de adolescente y donde conocí a Marina - vivimos en una casa medio grande, donde también a la familia se ha unido un perro. Marina sigue en el instituto siendo profesora de gimnasia.

Y sí, seguimos juntos.

Hace tres años, tuvimos una bronca fuerte, y no la pude recuperar hasta tres meses después.

Que tres meses más duros.

Cristal: Papá. - Aparece mi princesa de ojos verdes por la puerta. Tiene el pelo pelirrojo al igual que su madre, pero sus ojos los ha sacado a su padre biológico. - ¿Puedo ir a casa de Hugo? Me ha preguntado si puedo ir a su casa para hacer los deberes con él.

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