Capítulo 43

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-¿Y... qué querías mostrarme?-pregunté.

-Esto-sacó de su bolsillo trasero un papel doblado en cuatro partes y me lo pasó.

Me senté en una de las sillas y desdoblé el papel, haciéndolo crujir entre mis dedos. Cuando la hoja se encontraba completamente extendida en mis manos, comencé a leer aquella caligrafía alargada que se plasmaba en el papel.

Hay algo en la forma en que ella se mueve

Que me atrae como ninguna otra amante.

Hay algo en la forma en la que ella me coquetea

No quiero dejarla ahora,

¿Sabes? Lo creo ahora.

En algún lugar de su sonrisa, ella sabe Que no necesito otra amante

Algo en su estilo que me muestra No quiero dejarla ahora

¿Sabes? Lo creo ahora.

Me preguntas si mi amor crecerá Pero no lo sé, no lo sé Permanece cerca

Y posiblemente lo veas Pero no lo sé, no lo sé.

En algún lugar de su sonrisa, ella sabe

Que todo lo que tengo que hacer es pensar en ella Algo en la forma que ella me muestra

No quiero dejarla ahora, ¿Sabes? Lo creo ahora

Me quedé mirando las palabras sin leer de nuevo. Yo no era estúpida. ¿Qué clase de canción era ésta? Él había escrito una canción con acordes y estribillos y era difícil escuchar a mi razón, sintiendo cómo la dura lucha contra el impulso la hacía flaquear. Pero yo no era estúpida.

Algo en esas frases de caligrafía alargada susurraba mi nombre; lo sabía lo sentía. Y entonces pude escuchar un poco la voz de mi razón, de mi cordura, que me hacía pensar en Sharon más de lo que ya lo había estado haciendo.

Yo amaba a su novio, no entendía cómo en tan poco tiempo, pero lo amaba, podía incluso jurarlo; pero eso no me daba el derecho de arrebatárselo. Era su joya, no la mía, y yo se la estaba robando. Miré a Alex, que esperaba impaciente a que le dijera algo y lo único que pude deducir en aquel momento fue parte de la verdad, llegó a mí como una estrella fugaz que pasa y deja la luz en los ojos, como un soplo del viento que aclara la mente.

Alex se estaba comportando como un cretino, ¿acaso estaba jugando con ambas? Iba, me regalaba, me llevaba y hasta me escribía una canción, porque podía asegurar que esa canción era para mí; y luego llegaba y abrazaba, besaba y le entregaba su cariño a Sharon. Me sentí un títere en sus manos. ¿Pero cómo poder reclamarle? Ni siquiera tenía los argumentos bien cimentados. Mi mente era todo un caos de pensamientos, conjeturas e hipótesis absurdas.

-¿Y?-preguntó, ansioso.

Manual De Lo Prohibido|| Alex Casas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora