-¡______, la amiga de Alex!-elevó la voz para que pudiese oírlo y lo único en lo que encontré significado en esa frase fue en el nombre de él.
-Hola, Gaspar-farfullé, sentándome en una de las sillas al borde de la barra.
-¿Te sirvo algo?
-¿Qué tienes para perder la conciencia?-pregunté y el río.
-Creí que no tomabas alcohol.
-Sólo dame algo que me sirva para olvidar-ordené, frustrada.
-Subito-dijo, alzando las cejas y luego me dio la espalda para recopilar varias botellas del estante. La música me atronaba en los oídos y el dolor cada vez más me inundaba el pecho. Había estado por tanto tiempo esforzándome por proteger a Sharon de patanes, engaños y ese tipo de cosas desde lo que pasó con Jairo; y ahora, yo era la causante de su dolor, de su desconfianza y eso me dolía mucho más de lo que podía llegar a imaginar.
Irme, insistía con eso porque era la mejor opción, pero... dejar de ver a Alex me costaría mucho.
Gaspar puso delante mí un pequeño vasito y luego me sonrió.
-Salud-dijo, con ese acento italiano inconfundible.
Sin contar los chocolates envinados, jamás había pasado por mi boca el sabor a licor, y aquel líquido transparente que reposaba en el pequeño vaso de vidrio me seguía pareciendo igual de repugnante que la primera vez que supe de su existencia. Pero en esta ocasión necesitaba de aquel embriagante líquido para que borrara parte de mi memoria, o al menos, para que el insoportable dolor disminuyera.
Tomé el vaso pequeño entre mis dedos y al alzarlo lo miré con repugnancia y asco, pero cerré los ojos y lo dirigí a mi boca dejando que el olor me hiciera cosquillas en la nariz y que el líquido bajara por mi garganta, raspándola enseguida de que hizo contacto. Derramé todo el licor dentro de mi boca y la garganta me ardió como si tuviera una flama viva dentro. Abrí la boca e inhalé profundo, tratando de que el aire fresco entrara y aplacara el fuego. Una fuerte punzada de dolor acribilló el lado izquierdo de mi cráneo y una que otra neurona explotó. Entonces sentí el licor tocar mi estómago y cómo éste se revolvió dos segundos después; una presión allí dentro hizo que casi devolviera lo que había tomado. Cerré los ojos con fuerza y me llevé las manos a la boca, sólo por si acaso.
-¿Estás bien?-preguntó Gaspar detrás de la barra.
Hice que el fuego en mi garganta se calmara un poco cuando volví a abrir la boca para inhalar aire y luego abrí los ojos y lo miré.
Me observaba preocupado mientras limpiaba un tarro de cerveza con un trapo. Alex aún seguía presente en mi mente y el dolor era aún perceptible.
-Sí-contesté, con la voz repentinamente ronca-. Sírveme otro-ordené.
-¿Segura?-preguntó, un poco receloso.
-Sírvemelo-dije, tajante.
Él se arremangó una de sus mangas blancas que se había bajado traviesa antes y alzó las cejas con expresión escandalizada, pero tomó el pequeño vasito y vacío en él el licor amarillento del cual yo desconocía el nombre. Con el vaso lleno me acercó su mano y lo deposito delante de mí sobre la barra. Miré de nuevo el cristal y lo que contenía; me preguntaba cuántos más vasos de estos necesitaba para perder la conciencia o si era preferible pedir que me llenaran el tarro.
Lo tomé de nuevo y lo acerqué a mi boca, cerré los ojos y dejé caer parte del licor en mi garganta, que de nuevo estalló en llamas despiadadamente consumidoras; pero sin dejar que éstas se aplacaran me eché otro trago a la boca, sólo que este lo mantuve allí, repentinamente temerosa de hacerlo pasar. El nombre de Alex golpeteó junto a la punzada de mi cabeza y me obligué a abrirle camino entre el fuego a aquel líquido. Las llamas tomaron una nueva fuerza pero ahora el ardor a pesar de ser doloroso, se volvió algo placentero. Y la última parte del trago pasó por mi garganta con menos dificultad. La punzada se expandió hacía el otro extremo de mi cabeza y se convirtió en un dolor agudo.
Cuando abrí los ojos, el rubio detrás de la barra me miraba intrigado.
-Otro-ordené, con aquella voz ronca que salía de entre las llamas de mi garganta.
Vaso tras vaso, y el licor seguía pasando por el incendio en mi garganta; hasta que comencé a marearme al ver a las personas a mí alrededor. Sentía menos neuronas en mi cabeza que hace unos minutos, pero el dolor había desparecido o al menos, era tan grande que ya no lo sentía.
-¿Estás tú bien?-inquirió de nuevo Gaspar.
-¿Yo? ¡Estoy bien...!-mi voz se arrastraba como si mi lengua se hubiese quedado pegada en el inferior de mi boca.
-Claro. Eemm... permíteme-se alejó hasta el otro extremo de la barra y tomó el teléfono.
Dejé de tomarle importancia y desvié la mirada; en realidad había dejado de tomarle importancia a todo. El alcohol había hecho que las pocas neuronas que me quedaban en la cabeza estallaran al unisón y desaparecieran.
Me llevé ambas manos a la cabeza, con los codos apoyados sobre la barra; sentía la música meterse en mis oídos y vagabundear por el vacío en mi cabeza; allí no había cerebro, neuronas o mente para formular pensamiento alguno; no había nada, excepto una cosa. El nombre de Alex rebotaba de un lado a otro como pelota de ping-pong en un juego de tétris.
Estaba sudando, de repente el calor se agolpó en mi cuerpo y las gotas de sudor perlaban mi frente. Me sentí asfixiada de pronto. Me quise levantar para ir al baño y al poner los pies sobre el suelo me desequilibré totalmente, el suelo bailó bajo mis pies y me tambaleé antes de sostenerme de la barra. No sólo el piso se movía, sino también las paredes bailaban y luego se volvían borrosas. Trastabillé hasta llegar al baño, y luego, cuando con paso torpe pude acercarme al lavamanos me miré al espejo. Mi rostro estaba perlado por el sudor, tenía la nariz con un matiz rojizo y unos tantos cabellos despeinados. Abrí la llave del agua, estaba fría e hice una cuna con mis manos para sostenerla allí; luego, cuando logré acunar suficiente, me la eché en la cara. Cerré la llave con el rostro goteando sobre el blanco mármol del lavamanos, me miré de nuevo al espejo y después tomé una toallita desechable para secarme la cara. El rostro me parecía desconocido pero era mío.
Deseaba que algo de la capacidad de mover mis pies aun estuviese en funcionamiento; pero me tambaleé igual que la primera vez; mis músculos seguían igual de torpes.
Apoyándome en la pared, logré salir de nuevo hacía el exterior donde la gente aún me mareaba. Pero luego, entre todas esas siluetas borrosas, había una que reconocería así estuviera debajo del agua o en una atmósfera llena de niebla. ¿Qué hacía Alex allí?
Lo fulminé con la mirada, frunciéndole el ceño; pero al parecer, él buscaba a alguien, sus ojos iban de aquí para allá examinando cada rostro y su cabeza se levantaba por encima de los demás queriendo encontrar a ese alguien. ¿A quién estaría buscando? ¿Justo aquí? ¿En el mismo lugar en el que yo estaba?
Me tambaleé de nuevo hasta la barra, en donde había dejado mi morral y traté de ignorar todos los perturbantes sentimientos que me embargaron al ver a Alex allí.
-¡Hey! ¡Tú!-llamé a Gaspar y rebusqué entre mi bolsa mi cartera para pagar la cuenta; el joven se acercó-. ¿Cuánto es?-la voz que salía de mi boca me era desconocida.
-Eemm...-murmuró.
-¿Me los vas a regalar?-pregunté y luego me reí.
-¡______! ¡¿Qué demonios...?!-la melodiosa voz de Alex llegó hasta mis oídos por encima de todo el ruido. Se acercó y me miró con los ojos abiertos de par en par.
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Manual De Lo Prohibido|| Alex Casas
Teen Fiction¿Alguna vez has deseado algo prohibido? Como si esa cosa estuviera en la lista del "No toque, ni codicies" pero que cada momento te incita más y más a tenerlo.