Capítulo 61

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La respiración se me entrecortó y el corazón me latía oprimido. No tenía cara siquiera para verla, sostenerle la mirada y tratar de sonreírle, sabía que no podría hacerlo. Respiré hondo varías veces, tratando de calmarme, llevaba puesta la misma ropa del día anterior, arrugada por haber dormido con ella; había dejado sólo un cambio para el viaje.

El viaje. Si Sharon entrara a mi habitación a despertarme vería las maletas y... esa no era una buena forma de enterarla de que me iría, yo tenía que sacar valor y hablar con ella, aun cuando no quisiera.

Me levanté rápido de la cama y me cambié de ropa, guardando en una de las maletas la que antes me había quitado. Me sorprendí de lo rápido que lo hice y salí de mi habitación, con el corazón latiendo a mil por hora.

-¡Ey, hola! -la sonrisa de Sharon se expandió al verme, mientras luchaba con su pequeña maleta por que la cremallera no abría. Corrió hasta mí y me abrazó, ella siempre hacía eso y me recordó al primer día que llegué a Venecia. Le correspondí tímidamente.

-¿Puedes creerlo? El señor Vittore quiere que trabaje hoy, aunque sea medio día. Tendré que irme a las dos -hizo un mohín.

Traté de hacer algo, un gesto o lo que sea, por que hablar no podía; repentinamente la voz se me había ido.

-¿Te pasa algo? -me miró.

-No, no... -tartamudeé- sí.

-¿Qué ocurre? -me preguntó.

Este era el momento, en poco más de tres horas me iría, y si no le decía ahora, quizá ya no encontraría el valor después.

-Regreso a California, Sharon -dije, con el nudo en mi garganta. Los ojos de Sharon se abrieron más grandes de lo que ya eran.

-¡¿Qué?! Es broma, ¿no? -farfulló. Cuando me vio en silencio, sería y entristecida a la vez, entonces supo que no lo era- Pero, ¡¿por qué?!Pensé que te irías después de año nuevo, ¡apenas comenzó diciembre! - parloteó y los ojos se le pusieron rojos.

-Tengo que irme, Sharon -el temblor de mi voz dieron paso a las lágrimas, podía ver llorar a todo mundo, pero nadie movía tanto mi fuero interno como lo hacía Sharon, verla llorar a ella era distinto, desgarrador.

-¡¿Por qué?! -volvió a repetir.

Estaba consciente de que Sharon tenía que saberlo, pero de pronto, me volví cobarde y las piernas debajo de mi pantalón deportivo temblaron.

-Sólo... ya... Es que ya no tengo nada que hacer aquí, tengo que volver a América -murmuré.

-¿Cómo que no tienes nada que hacer aquí? ¿Yo estoy pintada? ¡Claro que tienes mucho qué hacer aquí! Se supone que viniste a pasar navidad conmigo, a estar juntas en año nuevo, ¿y dices que no tienes nada qué hacer aquí? -explotó, con todas esas lágrimas corriendo por su rostro.

-Sharon, discúlpame -supliqué-, pero entiéndeme, tengo que irme.

-¡Es que no te entiendo! No logro comprenderte, ¿por qué?

Verla así, derramando lágrimas por mí era devastador, pero aun cuando estuviera enojada y no encontrara explicación a mi huida, era preferible que verla con el corazón roto, sin novio ni mejor amiga. Pero ella tenía derecho a saber. Las lágrimas se me atoraron en la garganta y la voz no salió del nudo de ella, sólo abrí la boca, pero no hubo sonido alguno.

Llamaron a la puerta y ninguna de las dos nos movimos, sólo mis ojos se dirigieron a la armazón de madera. Los golpes insistieron, Sharon se giró y fue a abrir dejándome colapsada por la persona que estaba del otro lado.

-Sharon, ¿por qué lloras? -Alex la miró preocupado, el rostro de Sharon estaba enrojecido y sus ojos no paraban de llorar.

Ella se dio la vuelta sin contestarle y caminó de nuevo hasta mí, cuando Alex me vio, llorando también, abrió sus ojos como platos y pensó lo peor.

-Sharon...

-¡Dime por qué maldita sea te vas! -el grito de ella lo interrumpió y allí Alex pareció caer en la cuenta.

-¿Te vas? -me preguntó y a su rostro asomó una expresión de dolor que lo desencajó por completo.

Ya no podía más, no lo soportaba. Sentía que me derrumbaría allí mismo tras la mirada de dolor de ambos, de dos personas que amaba bastante.

-Sí -obligué a mi garganta a abrirse de nuevo, sólo para contestarle a Alex.

-¿Por qué? -inquirió, desconcertado y cínico.

Gemí, incrédula, ¿él me preguntaba por qué? Moví la cabeza negativamente, lo odiaba.

-Mi vuelo sale a las once. Perdóname, Sharon -tomé mi bolso y salí corriendo de allí, simplemente ya no podía soportarlo.

Corrí escaleras abajo y salí al exterior, no tenía dinero y la gente me regalaba miradas raras porque mi rostro estaba bañado en lágrimas. Había una persona que aún no había visto, una persona que debía enterarse de que me iba y las razones de por qué me iba. Faltaba despedirme de mi mejor amigo, Alonso.

Lo llamé y le pedí que me recogiera, ya que yo no sabía dónde vivía y a los pocos minutos apareció en el parque en el que yo estaba sentada. Me llevó hasta su casa, porque le pedí que lo hiciera, no quería hablar en plena calle sabiendo que me soltaría a llorar más de lo que ya lo hacía. Ni siquiera me molesté en apreciar la casa o lo que había en ella, todo lo que hice fue seguir a Alonso hasta su cuarto, luego de saludar a su madre.

-Ahora dime, ¿qué pasa? -me hizo sentar en su cama y él se sentó en la silla de un escritorio que tenía a lado.

-¡Soy una completa estúpida, Alonso! -farfullé.

-¿Por qué?

-Porque no acaté las reglas, porque le rompí el corazón a mi mejor amiga y porque como una completa cobarde, regreso a California.

-¿Cómo? Espera, cuéntamelo por partes, no te entiendo -gesticuló con las manos, haciendo señal de que parara.

Suspiré, tratando de limpiarme las lágrimas que no se cansaban de salir.

-Regreso a mi país -no sabía por qué siempre empezaba diciendo eso.

-¿Por qué?

-Esa... esa es la parte difícil -dije, entre sollozos. Unos ruidos se escucharon afuera de su habitación-. ¿No deberíamos cerrar la puerta? -dije, temiendo que alguien pudiera oírnos.

-Mi madre no se mete en lo que no le incumbe, no te preocupes -me tranquilizó-. Dime, por qué te vas.

-Porque soy mala, Alonso -sollocé más fuerte-. Si supieras, cuánto me duele... en serio.

-Pero dime ¿por qué? -su tono de voz no sólo era preocupado sino también desesperado.

-Porque... no te hice caso, Alonso. Después de que hablamos por teléfono el otro día yo... me sentí tan mal que cometí una estupidez.

-¿Qué hiciste? -sus ojos verdes se mostraron cautelosos y seguían preocupados.

-Me embriagué y besé a Alex.

-¡¿BESASTE A MI NOVIO?! -Sharon apareció de pronto por la puerta, con los ojos abiertos de incredulidad y la cara desencajada de dolor.

Manual De Lo Prohibido|| Alex Casas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora