•Capítulo Seis•

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Desperté en mi casa con un dolor de cabeza espantoso y la boca completamente seca, una chica gótica sentada en mi cama me miraba furiosa.

- Me llamo el velador a las seis de la mañana, tú y enrique estaban dormidos y borrachos junto a la tumba de victoria.

- ¿Dónde está? - pregunte mientras me tallaba los ojos.

- Dormido en el sillón ¿sabes lo imposible que es ayudar a arrastrar a dos tipos de cien kilos? - dio media vuelta para irse, pero se detuvo en el umbral.

La cabeza me reventaba, me tome mi tiempo para sentarme en la cama mientras ella me miraba sin poder relajar la línea recta de sus labios.

- ¿Siempre vas a ser así? Dijo clavando su mirada avellana en la mía.

- Al menos hasta que supere que tu mejor amiga ya no está en casa ¿siempre me vas a regañar por estar triste? Supongo que a ti no se te ha muerto nadie cercano para que tengas la libertad de tomarte ese derecho.

Ella se quedó en silencio, mierda, mierda y más mierda, ella había perdido a un novio hace años y eso la había roto un poco por dentro, en ese momento si alguien entendía un carajo por lo que estaba pasando era ella y yo lo acababa de echar a perder. Se puso de pie en silencio y salió de la habitación, luego escuché el ruido de la puerta principal azotar. No me gustaba hacerla enfadar tanto, habíamos tenido nuestras diferencias, pero ahora Victoria ya no estaba en medio para resolverlas, entre esas diferencias hubo un tiempo que no me gustaba dejarlas solas, se había puesto muy sobreprotectora pero quizá solo le afectaba como a mi verla caer cada día más.

Por otro lado, me negaba rotundamente a sacar la cabeza de mi casa, haría uso d la tarjeta de débito del hospital para vivir como vagabundo en mi casa, después de todo ya no iba a necesitarla para su fin, quizá me encerraría a vivir mi duelo sin darle lástima a la gente.

En la madrugada me puse de pie, el cuerpo me dolía de tanto esta acostado y me metí a darme un baño, mi ropa estaba llena de lodo y olía a licor. Una vez que salí Enrique seguía en la sala roncando boca arriba en el sillón y no lo molesté, moría de hambre así que preparé una torre de hoy cakes y licuado de plátano. Casi había terminado de llevar todo a la mesa cuando un bostezo muy fuerte me hizo estremecer, enrique había despertado y miró a todos lados confundido hasta que reconoció el lugar.

- ¿Cómo llegamos aquí? - preguntó mientras buscaba sus zapatos.

- Nos trajo Mel con ayuda del guardia del panteón, al parecer nos caímos de ebrios.

Apretó los labios avergonzado y se puso de pie para irse, pero lo invité a comer de mi snack de madrugada y aceptó y comimos como si nos hubieran matado de hambre por meses. Al terminar nos sentamos en el sofá con una taza de café y buscamos algo que ver.

Enrique pasó conmigo el resto del día, bendije los pedidos de comida a domicilio para no tener que salir de casa y todo el día y la noche siguientes la pasamos viendo televisión y comiendo sin decir nada importante. Al parecer ninguno de los dos quería sacar un tema de conversación que nos llevara a hablar de ella.

Era muy tarde cuando se fue, no quería quedarme solo así que busqué que hacer el resto del tiempo que estuve solo. Me dediqué a lavar la ropa sucia, ordenar la habitación, limpiar todo a profundidad como acostumbraba hacerlo para sentirme un poco normal, pero el destino no me quería normal porque en cuanto encendí la televisión había un documental de pandas, ella amaba los osos panda, cuando fuimos a conocerlos lloró de emoción y quería traer uno a casa. A veces era tan histérica y otras veces simplemente era adorable.

- No puede doler para siempre - me dije a mi mismo y lo vi hasta que se acabó. Justo enseguida salieron todas las películas que ella amaba.

Gracias destino, vete a la mierda.

Cambié de canal, no iba a seguir su maldito juego, encontré una película de extraterrestres que Doug me había recomendado alguna vez y me quedé a verla.

La mañana siguiente me sentía un poco en paz, pero no estaría totalmente en calma hasta que supiera que le pasó, algo no estaba bien, algo simplemente no encajaba, La autopsia reveló una cantidad mortal de pastillas, todas ellas de las que tomaba para su tratamiento, me resultaba extraño que ella usó un método de suicidio más rápido en vez de uno lento y doloroso, eso me daba a entender que ella en serio quería sufrir, me culpé por no haberla cuidado mejor, por no haber escondido mejor todo el medicamento, pero nada ganaba con culparme, ella recibió todo el amor que pude darle, no era mi culpa para nada, yo la cuidé al pie de la letra.

¿Eso la había impulsado, el saber que estaría enferma para siempre y quería de cierto modo liberarme de esa carga? Quizá eso había sido, ella estaba triste por eso y yo no supe verlo.

Pensé seriamente incluso en ir al hospital a revisar el expediente para saber exactamente qué fue lo que tomó, pero debía resignarme y estar en paz o ella no descansaría en paz nunca y si yo quería paz debía dedicarme a salir adelante, superarlo, ser feliz y quedarme con los recuerdos más bellos de ella.

Pero sabía muy en el fondo que eso no iba a ser posible.

Helado De Nuez (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora