•Capítulo Treinta•

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Pasaron semanas enteras. Aquellos ojos verdes se veían tan macabros como seductores. Combinaban a la perfección con su cabello rojizo y su pálida piel y era apenas más alto que yo, pero con mucha mejor condición física que yo.

De repente, mi esposa cumplió dos años de fallecida, un aniversario luctuoso tan parecido a cualquier otro día. Durante la comida tuve un percance, suficiente para que me encerraran una semana entera en aislamiento, donde pude llorar, gritar y perder la cordura tanto como me fue posible.

Pasados esos días volví a mi celda, mis amigos habían entendido que quería tomar distancia y no quería estar cerca de nadie, Rex me hablaba poco, solo porque compartía la celda conmigo, Lagartijo se paseaba de vez en cuando por mi celda para asegurarse que aún vivía y Pete me enviaba galletas todos los días.

Me habían dado un empleo en la biblioteca gracias a mi inutilidad física, era un trabajo sencillo, para distraerme les enseñaba a algunos a leer y escribir, a otros a terminar sus escuelas y cuando no estaba haciendo eso leía tantos libros como me era posible.

Cierto día en una de mis visitas al hospital el doctor estaba realmente molesto conmigo, ya que no le había dado al cacharro la atención que merecía.

- Si sigues así vamos a tener que amputar ¿Eso quieres?

- No - fui frio al responder.

- Debes cuidarte, pedir ayuda cuando sientas incomodidad, tienes que moverte un poco.

Volví a prisión, ese día estaba diluviando, las calles estaban al borde de la inundación, pronto pensé si había dejado alguna ventana abierta en mi casa, o si la falta de mantenimiento le había causado algunas goteras ¿Aún era mi casa?

Regresé al trabajo, leía un ejemplar muy antiguo de La Divina Comedia. Faltaba una hora para las visitas, pero yo ya no me preocupaba que alguien fuera a verme, Mel no se había parado desde que regresé de la fatídica visita. Veía a Adrién de vez en cuando, cuando venía a hablar de mi caso, estaba tan delgado y tan pálido, siempre molesto porque no le habían permitido ver el expediente de Vicente en el hospital.

- De haberme dejado ver ese maldito expediente ya te hubiera sacado de aquí - expresó con molestia - no me molestaría dejarte aquí a que te pudras, todo esto lo hago por mi hermana.

Su coraje hacia mí era totalmente justificable, mientras nadie dijera lo contrario, yo era el asesino de dos mujeres.

- Vicente me dijo que él no mató a Camelia...- le susurré a Adrién.

- Eres el principal sospechoso tu, Jared, tu semen estaba dentro de ella, no el de él. Pero bien, trabajaba en un bar, pudo haber sido cualquiera mientras tui muestra seguía fresca.

- La mataron cuando yo la dejé en el bar muy temprano, iría a hacer inventario, luego Melody me dijo que fue hallada en su casa, quizá regresó... debió haberme llamado para recogerla de vuelta.

Mis ojos se humedecieron, me dolía sinceramente su merte, era tan hermosa, tan linda, fantaseé por un segundo con la vida que hubiera tenido con ella.

- Ok, de forma no oficial voy a investigar que pasó, preguntaré a los clientes...

- Cerraron el bar, ella era la dueña, era de Colombia.

- Entonces será un poco mas difícil, dame la dirección de su casa, quizá algún vecino vio algo.

- Vive en el complejo de departamentos donde vive Enrique...

- Hubieras empezado por ahí pendejo- suspiró- si no te odiara tanto te daría un abrazo. Estoy muy cansado Jared, mucho, para ser mi primer caso me está comiendo vivo, ya me cansé de mentirle a mi mamá, mi paá dedujo solo que algo no estaba bien, ya sabes como es, tiene muchas ganas de verte, pero no creo que sea bueno.

Helado De Nuez (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora