•Capítulo Veinte•

44 3 0
                                    


23 años antes.

Mis padres dijeron que el bebé de mamá ya no estaba. Ellos se habían ido y me habían dejado solo cuando el dolor en la panza de mamá se volvió más fuerte. Ella llegó a casa sin esa enorme barriga graciosa que me gustaba tanto. Mi hermanito había muerto dentro de ella, el cordón se enredó en su cuello y eso lo mató.

Mamá lloró diario por semanas.

Le escribí cartas a mi madre diciéndole cuanto la amaba y que yo cuidaría de ella si se sentía enferma. Mamá trató de hacerme entender lo que había pasado diciendo que dios veces quiere que las madres tengan un solo hijo. Pero yo quería a mi hermanito.

- Cariño, tu eres el consentido de mamá. Nunca olvides que yo y papá te amamos.

Pero mi papá a veces no era un buen papá. En repetidas ocasiones le gritaba a ella sin ninguna razón. Él había cambiado mucho desde que llegaron ese día del hospital, cuando le dijeron a mi madre que su bebé había muerto. Alguna vez lo escuché decir que no servía para nada y que ya no la quería. Pero luego entraba a la cocina, o dondequiera que ella estuviera, le daba un beso en la mejilla y ella se acurrucaba. Supongo que era muy difícil para los dos lo que había pasado.

- No te preocupes mami, con lo que yo te amo es suficiente - le decía cuando la encontraba llorando en su habitación después de que mi papá le hacía daño con sus groserías.

Ella me abrazaba y me llenaba de besos, me preparaba galletas con chispas de chocolate y me daba un enorme vaso de leche. Cuando papá regresaba del trabajo me daba un beso en la cabeza y yo le compartía de sus galletas, pero a veces a mamá no le daba ni un beso. A mí no me gustaba que mis papás ya no se besaran ni se abrazaran, él ya no le daba flores o le decía que se veía guapa y ella ya no se quitaba el pijama ni se pintaba los labios.

Un día me armé de valor. Ellos estaban sentados en el sofá viendo a televisión y me paré frente a ellos, ya me habían mandado a dormir, pero no podía soportar más que mi familia estuviera triste.

- Quiero que ustedes dos me den una explicación de por qué ya no se quieren- dije con mi voz de ocho o nueve años tratando de parecer más seria y ruda.

- ¿Quién te dijo que ya no nos queremos? - me preguntó mi padre en silencio, como si en ese momento el velo de sus ojos se desvaneciera y se hubiera dado cuenta de lo grosero y egoísta que se había portado con su esposa.

- Ya no abrazas a mi mamá, ya no le dices que es bonita y solo le gritas cosas horribles ¿Crees que porque soy un niño yo no me doy cuenta de todo eso? Te estas portando como un... como un...

- ¿Cómo un qué? - preguntó, dispuesto a regañarme.

- ¡Como un verdadero cretino! Ella es tu esposa, se supone que es a quien más deberías amar, incluso más que a mí, ella no te ha faltado al respeto.

Ambos me miraron con algo de tristeza, mi padre tomó la mano de mi madre y comenzó a hablar.

- No me había dado cuenta del daño que les estaba haciendo. Cuando tu madre perdió al bebé me sentí muy triste y no pensé en ella, no me puse en su lugar, yo soy el padre, pero ella es la única que sintió a su hijo vivo dentro de ella y yo jamás pensé en ella. Tienes razón Jared, me he portado como un cretino con ella.

Mi padre miró al suelo con la cara sumida en la vergüenza, no sabía cómo mirar a la cara a mi madre. Ella simplemente lo tomó con cariño para poner su cabeza sobre su regazo y acarició su cabello hasta que mi padre estalló en llanto mientras yo tomaba mi distancia con ellos mirando con una sonrisa.

Helado De Nuez (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora